Cuando a finales de 1880 la ciudad de Gandia empezó a expandirse, el alcalde Josep Rausell donó a la ciudad el solar donde después se crearía la plaza del Prado. Esa historia la conocen muchas familias. La única condición que puso fue que un árbol en concreto permaneceriera en la plaza. En el momento en que desapareciera, la plaza volvería a ser propiedad de la familia Rausell. Cuando el árbol murió, se construyó un cerco de piedra que trataba de aguantar el tronco. Aquel ciprés fue plantado por el bisabuelo de Mina y Celia Noguera, actuales propietarias de la histórica Floristería que lleva su apellido y allí sigue, aunque en distinta ubicación y con decoraciones metálicas.
La vinculación de la familia con Gandia y sus zonas verdes viene de lejos. La primera generación de esta empresa familiar tenía en su casa de la Av. de Alicante apenas unas pocas plantitas que Rafael Noguera Tomás cultivaba con mimo, cuidaba y luego vendía en el mercado del Prado. Poco a poco, su hijo Rafael Noguera Chova fue aprendiendo la técnica hasta que se metió de lleno en el negocio y dio un fuerte impulso a la empresa.
Entre sus muchas horas de trabajo, juntos, padre e hijo, plantaron todas las palmeras de la Av. República Argentina e incluso la palmera de 7 brazos que estuvo durante años gobernando en la plaza del Ayuntamiento. La historia familiar dice que el abuelo era un trabajador nato y muy ingenioso, tanto que “el plantero de las palmeras de la Av. República Argentina lo hizo en latas de leche condensada”.
También fue obra suya la vegetación de la rotonda de la plaza Crist Rei. Por entonces era ya un reconocido jardinero que trabajaba para el Ayuntamiento. «Mi padre fue el primer jardinero titulado que hubo en Gandia”, comenta su hija Celia.
Desde entonces se dedicó plenamente a la jardinería e introdujo a sus hermanas Amparo y Consuelo en el negocio familiar.
Ellas atendían las paradas del Mercado y del Prado.
También lo era su mujer, Carmen Montagud, un pilar importantísimo en la empresa. «Aquí entrábamos todos y a medida que íbamos creciendo, ayudábamos en lo que cada uno sabía hacer. Mi madre estaba tan implicada que se fue de parto directamente desde el mostrador”, comenta Mina sonriendo.
La empresa creció a un ritmo vertiginoso y hace 36 años abría una nueva tienda en la Av. República Argentina. Las hermanas Noguera comentan: “Nos hacía mucha ilusión porque entonces era la floristería más grande de Gandia”.
Entonces las tías, Amparo y Consuelo Noguera Chova, decidieron dejar el negocio y fue entonces cuando Celia entró en serio, pero en aquella época “no habían escuelas para formarse en este oficio, aprendimos con mi hermana Carmen del conocimiento y consejos de cada uno de los miembros de la familia. Luego ya sí se hicieron muchos cursos monográficos y nos apuntábamos para aprender otras técnicas, ampliar los conocimientos y luego poder personalizar cada pedido”. Desde entonces no han parado. El último curso ha sido de flores de tela.
Macarena, la nueva generación, se formó en la escuela y continúa ampliando sus conocimientos asistiendo a cursos y a congresos. Como anécdota comenta Mina: “Cuando se casó Felipe VI la llamaron para que colaborara con la decoración de la iglesia, pero estaba embarazada de casi 8 meses y no pudo ir”.
EL MANTO DE LA VIRGEN
Flores Noguera participó activamente en la elaboración del diseño de los primeros mantos de la Virgen de los Desamparados a los que los falleros de Gandia llevan cada año su ramo. “Decidíamos el diseño y los colores de las flores, incluso hubo un año en que buscamos e investigamos hasta encontrar el mismo color con el que se identificó el Año Borgia para utilizar un clavel al que llamamos ‘Borgia’. Ese año también hicimos en los laterales de la virgen el escudo de la familia más emblemática de Gandia”.
La empresa tiene asegurado el relevo generacional, la cuarta ya. Macarena, hija de Mina, hace años que trabaja en la empresa y el hijo de Celia, Rafael Ginestar Noguera, está acabando la carrera de Jardinería y paisajismo en el medio rural.
ANÉCDOTAS
El trabajo era muy diferente hace apenas unos pocos años. Las hermanas Noguera recuerdan cómo su padre iba a Barcelona en moto, con un carrito detrás, para traer género. Viajaba durante varios días para así poder visitar los cultivos en diferentes campos. Ese ritual lo hací en cada campaña para ver género más específico. “Cuando yo empecé -recuerda Celia- no estaba todo globalizado como ahora. En la actualidad pedimos que nos envíen cualquier flor de cualquier lugar del mundo”. Pero “mi padre tenía su campo y allí cultivaba sus propias flores para tener más variedad de la que nos podían proporcionar”.
No existía algo tan básico como la esponja que ahora se usa para armar piezas florales. “Antes cogíamos un manojo de esparraguera y eso hacía de base”. Incluso ramos de novia en cascada con el soporte de una patata. Había que aplicar el ingenio. «El abuelo recibía las cajas de caña con flores que les traía La Unión de Benisa, sacaba unas cañitas, les hacía la formita del pincho para poder introducir el clavel y con un hilo enganchaba la flor. Cada corona de flores era una historia, había que usar la imaginación”.
Los sustos también existían cuando no llegaba un material porque un camión se averiaba o porque había mal tiempo, entonces tenían que buscarse la vida para cumplir con los clientes. “Siempre hemos sido muy responsables, es nuestra forma de ser inculcada por nuestro padre” dice Celia.
LA RECOMPENSA DE LOS CLIENTES
El mundo de las flores es bonito, pero también esta empresa familiar ha pasado por momentos muy duros. “No hemos tenido nunca horarios y eso a limitado mucho la vida personal. Nunca hemos podido disfrutar de fiestas porque es cuanto más trabajo tenemos”. Fallas o el día de Todos los Santos siempre lo recuerdan en la floristería. “El día de la madre teníamos tanto trabajo que no nos da tiempo a celebrar y cuando terminamos el día estamos tan cansadas que sólo queremos llegar a casa”, agregan.
Aún así, ambas son conscientes y están agradecidas por ello, y porque “siempre la gente de Gandia nos ha dejado volar nuestra imaginación. A veces cuando no llegaba un material solicitado por el cliente, nos han dejado solucionarlo de la mejor manera posible y siempre nos han dado las gracias”. Esa es la parte más bonita de esta profesión, aunque a veces toca vivir con los clientes momentos no muy agradables.
CRISIS
“No sabríamos valorar cuál crisis ha sido peor crisis, la de 2008 o la del Covid. Pero en la última etapa todo era muy incierto, porque a la hora de comprar materiales te asustabas, no sabías si al día siguiente las cifras de positivos eran tan malas que nos volverían a confinar. Con la pandemia, además de estar cerradas, teníamos el miedo de comprar para luego tirar a la basura todo el material. Eso fue lo que nos pasó al principio”.
Cuando se decretó el primer confinamiento “estábamos haciendo los ramos de la ofrenda. Teníamos todo el material en el local. Celia recuerda su ingenuidad: “Venía todos los día a cambiar el agua y cortar tallos o tirar algunas flores marchitas, todo con la esperanza que en una o dos semanas abriríamos. Estábamos convencidas que perderíamos mucho material, pero nunca pensamos que sería todo”. En este punto de la conversación Mina quiere “agradecer a todas las personas que vinieron después del confinamiento a pagarnos su pedido”. Era un pequeño gesto, que si bien no arreglaba las pérdidas económicas, “sí nos recompensaba emocionalmente por sentirnos apoyadas por los clientes”.
Tampoco querían acabar la entrevista sin agradecer el comportamiento de toda la gente durante el día de todos los santos y en la celebración del día de la madre. “Nadie puede imaginarse cómo se respetó la afluencia a la tienda y las distancias en la cola. Ha sido formidable, hemos podido realizar todas las entregas en un ambiente sin agobios. El respeto a la situación ha sido increible”.
Este equipo familiar sigue funcionando. Poco a poco van dejando paso a la cuarta generación.