Todos los hemos probado alguna vez. Los tenemos en Instagram, en Tik Tok y hasta en la cámara de nuestro móvil. Son esos filtros que hacen que parezca que estamos bronceados, que tenemos los labios carnosos, los ojos verdes o incluso aquellos capaces de hacernos perder 10 cm de cintura con solo estirar la imagen a golpe de índice y pulgar. Quizá penséis que cada vez que un adolescente sube una foto a sus redes sociales es algo tan simple como hacer la foto, escribir un texto y publicarla. Nada más lejos de la realidad.

En algunos casos pueden hacerse más de 30 fotos para acabar eligiendo “la mejor”. Tras esta elección llega la parte en la que toca decidir qué filtro queda mejor, retocar lo que sea necesario, ojos, pómulos, tono de la piel, lo que haga falta hasta conseguir la imagen que proyecta la perfección. O lo que ellos y ellas consideran que es la perfección. El objetivo de la mayoría de estas imágenes es mostrar al mundo que se tiene una vida perfecta, idílica, incluso envidiable para agradar a los demás, aunque sea ocultando la realidad o parte de ella.

Estos filtros que pueden parecer inofensivos, divertidos, están creando en realidad una belleza que jamás conseguiremos en la vida real y, por lo tanto, unas expectativas inalcanzables. Su (ab)uso puede llegar incluso a causar problemas de salud mental o dismorfia facial. Este fenómeno no es nuevo y las revistas médicas lo han bautizado como ‘dismorfia de Snapchat’ para referirse a la patología que sufren las personas que quieren operarse para parecerse a la imagen que ellas mismas se han creado a base de filtros.

Especialmente susceptibles al riesgo que entraña esta práctica son los adolescentes. Están expuestos continuamente a estándares de belleza poco realistas y absolutamente enconsertados que pueden dañar gravemente su autoestima y cambiar (para mal) la percepción que tienen de ellos mismos. Son, en general, por la etapa vital que están atravesando, inseguros y vulnerables y los retoques de embellecimiento está desdibujando para ellos la línea entre la realidad y la fantasía.

¿Cómo podemos los adultos ayudar a nuestros hijos e hijas?

1. Demuéstrale que no es real.

Háblale sobre la frivolidad de los famosos que salen en las redes sociales e intenta que vea que no todo es tan bonito como parece ni mucho menos real. Que entienda que los filtros pueden ser algo divertido pero que no muestran una imagen real de quiénes somos.

2. Marca límites.

Para el uso de las redes sociales, en general, los adultos debemos marcar unas normas. Pautar un horario que no interfiera en su vida familiar o en las horas de estudio y sueño es de vital importancia. Y lo que es fundamental y que muchas veces se nos para por alto, ¡prediquemos con el ejemplo!

3. Supervisa sus redes sociales.

Llegad a un acuerdo y avísale de que cada cierto tiempo revisarás sus redes. De esta manera evitará seguidores o comentarios no deseados o compartir material demasiado personal. Debe entender que es por su seguridad, no una cuestión de invadir su intimidad.

4. Refuerza su autoestima.

Cuanto más contento esté con su apariencia física, menos peligro tendrá de verse influido por lo que vea en las redes sociales. Fortalece su autoestima cada día diciéndole cuánto le quieres y el orgullo que sientes por él o ella. Resalta cada logro que consiga y no te centres únicamente en las cosas que hace “mal” –a tu juicio, recuerda- y que –tú consideras- debería mejorar.

En definitiva, hay jóvenes, y no tan jóvenes, que usan los filtros sin que esto les afecte psicológicamente, pero existen casos en los que pueden llegar a convertirse en una obsesión que afecte a la salud mental y, en consecuencia, a su vida.