La vida de Matilde Ucelay atraviesa todo el siglo XX. Y ella fue representante de la lucha por la igualdad de las pioneras en este siglo. Lo fue sin ser demasiado consciente de las puertas que abría y sufriendo, como tantas, la represión franquista de manera cruel e injusta. Falleció, a los 96 años, ya en el nuevo siglo, en 2008.
Matilde Ucelay había nacido en 1912 y creció en los llamados felices años veinte, una época de cambios espectaculares.
Su padre, Enrique Ucelay , abogado, era un ferviente seguidor de los postulados de la Institución Libre de Enseñanza y llevó a su hijas al Instituto-Escuela, institución educativa pionera y cantera de los intelectuales más prestigiosos del siglo, hasta que fue segada por el franquismo. En este centro de enseñanza se fomentaba la salida del aula para visitar museos e instituciones, el contacto con la naturaleza y la educación igualitaria entre chicos y chicas. Allí fue compañera de Jimena Menéndez Pidal que fundaría luego, en épocas oscuras, el colegio Estudio para seguir con esta enseñanza vanguardista.
Su madre, Pura Maórtua, era una mujer rompedora. Cofundadora del Lyceum Club, donde coincidió con María Lejárraga, creó junto a esta última la asociación Educación Cívica para la Mujer. Con ella, pretendían dar al Lyceum un impulso más renovador y transformar la vida de las mujeres más desprotegidas.
María Lejárraga le inculcó a Pura Maórtua el amor por el teatro y a través de ella conoció e hizo amistad con Federico García Lorca. En casa de Pura Maórtua se realizaban lecturas dramáticas frecuentemente y ella misma dirigía el grupo teatral Anfistora. Gracias a ella, Lorca pudo sortear trabas administrativas para representar su obra erótica Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín.
No es raro que, en este ambiente, la joven Matilde fuera culta, vanguardista y de ideas transformadoras. Que decidiera estudiar en la universidad no sorprendió a nadie. Pero sí lo fue que eligiera estudiar Arquitectura. Siempre le habían gustado las matemáticas y el dibujo y el que la arquitectura fuera un mundo masculino no arredraba a la joven Matilde.
Empezaba a andar la II República, y en la Escuela Superior de Arquitectura no había ni aseos para mujeres. Hubo que adaptar un baño. Con ella estudiaron otras dos compañeras, pero las adelantó un curso al sacarse dos años en uno y ello le permitió acabar la carrera en el 1936. Su promoción no pudo hacerlo en el año previsto, 1937, por haber estallado la Guerra Civil. Ella no podía saberlo, solo tenía prisa por acabar su carrera. En su familia había apuros económicos y quería ayudar.
No fue fácil su época de estudiante. Algún profesor, que la consideraba una intrusa, la amenazó: “Esta chica va bien. Pero cuando llegue a mí, ya veremos”. Cumplió su amenaza, y la tuvo un día entero examinándose y haciendo ejercicios. No contento, la citó al día siguiente y repitió la faena para decirle al final: “Vuelva usted en septiembre”. Estas actitudes misóginas no eran raras en personajes reaccionarios que luchaban contra los avances en igualdad de la II República del modo más miserable: atacando, sin piedad, a las jóvenes republicanas.
Matilde Ucelay se había afiliado a la FUE (Federación Universitaria Escolar). Y era una joven de mente abierta a la estética arquitectónica racionalista y dispuesta a entrar con pie firme en un mundo que se consideraba solo de hombres.
Tras su licenciatura, sus amigos y profesores le organizaron un homenaje como primera mujer arquitecta y ello quedó reflejado en una instantánea que sería su perdición tras la Guerra Civil. Alguien recordó esa foto y la denunció. La contienda no solo supuso una catástrofe personal y colectiva, sino el cierre de las instituciones educativas y culturales. Matilde Ucelay era ya licenciada en Arquitectura: ahí estaba el testimonio de la foto en la que se le reconocía haber conseguido el título. Pero no dio tiempo a que se lo dieran físicamente. El Colegio de Arquitectos de Madrid quedó clausurado con los primeros tiros.
Ucelay supo que, en Barcelona, el Colegio seguía abierto. Y su tenacidad consiguió que se reabriera el de Madrid poco después. El presidente del Colegio fue Eduardo Robles Piquer, y Matilde Ucelay aceptó el cargo de secretaria. Robles Piquer iría después al exilio. Ucelay se quedó. Y la reapertura del Colegio de Arquitectos, junto a la foto citada del homenaje serviría de yesca para hacer arder contra ella el fuego de la represalia.
Matilde Ucelay y su familia recalaron en Valencia en 1937. Su padre, enfermo, por el clima, ella y su hermana Margarita para volar ya por sí mismas. Con Matilde iba el que era su novio, José Ruiz-Castillo, procedente de una familia vinculada al mundo editorial. Su padre y él mismo publicaron, a través de Biblioteca Nueva, a destacados autores de las generaciones del 98 y del 27. El referente era Ortega y Gasset y por consejo del filósofo la editorial introdujo en España las obras de Freud.
Matilde Ucelay y José Ruiz-Castillo se casaron en Valencia en enero de 1937. Poco después, él, funcionario, se integró en el Ministerio de Agricultura. Matilde continuó colaborando con la II República en su vertiente cultural. Al final de la guerra civil, el matrimonio asumió la derrota republicana y retomó su vida en Madrid con sus dos hijos, al igual que otros vencidos de la burguesía ilustrada.
Pero la normalidad se hizo imposible, al ser depurada Ucelay por la denuncia ya citada. Fue juzgada varias veces en consejo de guerra y depurada profesionalmente por la Dirección General de Arquitectura, acusada de “auxilio a la rebelión”. Fue sentenciada el 9 de julio de 1942 a inhabilitación a perpetuidad para cargos públicos, directivos y de confianza. Y fue apartada del ejercicio profesional: se la condenó a cinco años sin ejercer su profesión e indemnización de 30 000 pesetas.
Matilde tuvo la suerte de estar casada con un hombre abierto a los avances y reivindicaciones de las mujeres. Ello ayudó a que, a pesar de las cortapisas políticas, fuese socia fundadora de la Asociación Española de Mujeres Universitarias (AEMU), creada en los años cincuenta. La administración franquista, sin embargo, no la olvidaba, y vetó su nombre para ejercer un puesto directivo en la organización.
Matilde ejerció su labor en circunstancias muy difíciles, enmarcadas en el contexto social de la época franquista, en el que las mujeres se veían confinadas al ámbito privado y forzadas a cumplir papeles exclusivamente domésticos y familiares, careciendo de derechos legales.
Pero, a pesar de las restricciones impuestas, la arquitecta se mantuvo activa en la sombra: o bien se ceñía a obras de carácter privado o participaba en proyectos colectivos que firmaban sus compañeros. Con su obra abrió la puerta a otras mujeres, y la mayoría de sus clientes eran extranjeros.
Se le adjudican más de un centenar de proyectos, la mayoría viviendas unifamiliares, pero también edificios industriales, tiendas y laboratorios. En algunos de ellos no figura su firma, camuflada en la de otros arquitectos no represaliados. En otros no quedan imágenes de sus intervenciones. «Era muy mala fotógrafa», se excusaba cuando se le preguntaba por qué no guardaba imágenes de sus obras. Pero no se puede ser invisible durante cincuenta años y sus construcciones van saliendo a la luz.
Desde el primer instante y en todo momento de su vida profesional, Matilde siempre estuvo interesada en la arquitectura de los prestigiosos: Le Corbusier, Van der Rohe, Wright y demás arquitectos vanguardistas.
Según su hijo Javier, también arquitecto:
Me acuerdo que cuando yo vivía en Chicago y estudiaba allí, mis padres vinieron a visitarme un día corriente del invierno todo nevado, y mi madre iba dando saltos de un lado a otro de la ciudad buscando el Lloyd Wright de turno, resbalándose por el hielo y aproximándose más de cerca para verlo todo. Por tanto, atendía al racionalismo contemporáneo con fruición, como cualquier otro arquitecto interesado en la profesión, en un sentido amplio de la palabra.
Inés Sánchez describe las características de Matilde, su lugar de trabajo y cómo fueron sus proyectos:
La arquitectura de Matilde se caracteriza por una profusión y riqueza en los detalles y por un diseño intimista, ligado al usuario y al entorno. Su trabajo, tan ajeno a los ordenadores y grandes impresoras que hoy se utilizan en el mundo de la arquitectura y la construcción, se desarrolló en las condiciones artesanales de la época: un tablero, cercano al comedor de su casa, un delineante, una mecanógrafa y la asistencia de un aparejador, y se caracteriza por su cercanía con la escala humana y un diseño intimista, ligado al usuario y al entorno cercano.
A lo largo de su vida profesional como arquitecta, Matilde realizó unos 120 proyectos entre 1945 y 1981.
Entre ellos, las casas de Gulliermo Bernstein, de Teresa Marichalar o las de Ortega Spottorno (hijo de Ortega y Gasset) o Simone Ortega (nuera de Ortega). En Las Palmas de Gran Canaria, la de Benítez de Lugo y en Nueva York, en Long Island, la que construyó para su hermana Margarita. Su diseño también estuvo detrás de fábricas, como la Ballvé-Pérez Rey, históricas librerías de Madrid como la Turner o la Hispano-argentina y siempre, como asegura Blanco Lage, en todas ellas se encuentra la personal idea arquitectónica de Matilde Ucelay:
A mí me sorprendía muchísimo la arquitectura de Matilde, ese entendimiento de una arquitectura americana, una arquitectura de vivir racionalmente las cosas.
Con la democracia, llegó el merecido agradecimiento público. En 1998 la asociación La Mujer Construye hizo un reconocimiento público de su figura por ser la primera mujer licenciada en arquitectura en España. En 2004 le fue otorgado por el Ministerio de Vivienda el Premio Nacional de Arquitectura como reconocimiento a su excepcional trayectoria profesional. Dos años después, participó en la Bienal de Venecia de Arquitectura en representación de España.
Falleció en Madrid el 24 de noviembre de 2008. En 2018 todos los grupos municipales del Ayuntamiento de Madrid acordaron que un jardín del distrito de Chamberí llevara su nombre.
Aún se puede ver, en el edificio Castaño, con entrada desde la calle Alcalá 96 su pequeño estudio, en el que trabajó durante más de cuarenta años. Allí aún permanecen su mesa de dibujo y silla de madera, construidas artesanalmente, conforme fue su manera de trabajar, ajena a los ordenadores y grandes impresoras. La mesa de un tamaño pequeño; la silla con un bello dibujo decorativo.
Matilde Ucelay perteneció a una generación de mujeres a la que correspondió “romper tabúes” -no hay que olvidar que compartió también aulas y clases con otra mujer, Rita Fernández Queimadelos- y resulta apasionante conocer el ambiente intelectual en que creció y el momento histórico que le tocó vivir.
Las mujeres de la generación de Ucelay abrieron en España caminos en las distintas ramas del arte, la ciencia y las profesiones, aunque muchas de ellas abandonaron o simplemente no llegaron a ejercer sus profesiones en el ambiente hostil del franquismo. No fue el caso de Matilde. En una época en la que las mujeres carecían de derechos legales, con gran inteligencia, dedicación y tesón, ejerció plenamente una profesión liberal de importantes responsabilidades hasta su jubilación en 1981.
A su muerte, el abanico de arquitectas españolas es ya amplio: desde Beth Galí o Carme Pinós a Patricia Urquiola o la madrileña de adopción Teresa Sapey. Pero el camino que inició Ucelay no ha terminado. Aún permanece vivo el debate sobre si la obra realizada por mujeres, a menudo, aunque no siempre, orientada al espacio privado puede considerarse arquitectura con mayúsculas. Este concepto, identificado con obras de envergadura económica y firmadas por arquitectos estrella, generalmente hombres, las deja fuera. El tiempo va desactivando esta separación falsa. Y más desde que en esos selectos estudios internacionales empieza a haber mujeres estelares.
Nadie podía imaginar, cuando Matilde se licenció, que la iraní Zaha Hadid formaría parte de la elite de arquitectos más célebres del mundo. Carmen Martín Gaite reflejó en Entre visillos esa España sociológica de los cincuenta en la que las mujeres eran eternas menores legales y en la que algunas chicas, como el personaje de Natalia, no sabían cómo decir a su padre que querían estudiar en la Universidad.
Matilde Ucelay perteneció a la minoría de españolas que dejaron de mirar la calle desde los visillos.
Es curioso que las mujeres hayan empezado a construir edificios a la vez que salían de la penumbra y abandonaban el interior de las casas, el espacio privado. Eso sí, Matilde Ucelay, como profesional de la arquitectura, nunca olvidó planear grandes ventanales en las casas que construía, como afirma Inmaculada de la Fuente en su libro Las republicanas ‘burguesas’.