Cada semana nos pasan cosas diferentes en la asociación… Algunas son de mucha tristeza, pero hay otras que nos causan ternura con un final feliz. Una de estas historias es esta…
Recibimos una llamada sobre la existencia de una camada de cachorros nacidos en un campo en Marxuquera. La madre también estaba allí, muy salvaje y con mucho miedo hacia las personas. Cuando llegamos al lugar y aparcamos el coche, inmediatamente salió un señor, de alrededor de 85 años, de su casa, para preguntarnos, con un tono de voz defensivo: ¿qué hacíamos allí delante de su casa? «Si venís a hacer daño a la perra, marcharos, yo me ocupo de ella, nos dijo. Mi mujer y yo la cuidamos cada día».
Nosotras le explicamos que nuestras intenciones eran buenas, que estábamos preocupadas por los cachorros y la mamá, y que nuestra intención era ayudar a los cachorros para buscarles familia de adopción y rescatar a la madre para esterilizarla. «Pero, ¿me la vais a devolver, no?», nos preguntó. «Lleva dos años aquí y está acostumbrada a nosotros y ¡nos hace unos bailes cuando mi mujer le pone la comida!». «Por supuesto que sí», le dijimos. Allí se le iluminó la cara y nos dijo que si era así, él nos contaría donde tenía escondidos los cachorros y la madre y que nos daba permiso para llevárnoslos a la asociación.
En este instante, salió su señora de la casa y nos contó que ella cada día preparaba una olla de puchero con caldo para la perra y que le preparaba fideos. También nos enseño los croissants que le daba por la mañana. Nos invitaron a pasar a su casita y allí dentro nos reciben con los brazos abiertos y descubrimos a una familia muy dulce, animalista y cariñosa. En el comedor había cinco gatos delante de la chimenea y nos contaron que estaban todos esterilizados, que eso para ellos era muy importante. Nos dijeron que habían luchado mucho en la vida. Que él había construido su casita con sus propias manos. Ella contó, con lágrimas en sus ojos, que tenían hijos, pero que tuvieron la terrible desgracia de perder a una hija joven.
Nos sentimos abrumadas por la manera que nos trataron y la preocupación que tenían por la perra y sus bebés. Él nos dijo que iba acompañarnos cuesta arriba a la montaña hasta los cachorros para que los pudiésemos rescatar y llevarlos a nuestra asociación. Intentamos explicarle que podíamos hacerlo solas, para evitar que hiciese este esfuerzo, pero el señor insistió en que no había problema. Nos quedamos totalmente sorprendidas por su estado físico y con ayuda de dos bastones, nos acompañó hacia arriba y nos explicó que estaban cerca de un pino caído que había arriba a la derecha.
Una vez arriba, vimos a la madre, una perra de tamaño grande, preciosa y aparentemente bastante joven. Nos ladró porque tenía miedo y quería proteger a sus cachorros que estaban en un lugar peligroso donde se podían precipitar montaña abajo en el momento en que empezasen a correr. No estaban ni siquiera protegidos contra las inclemencias del tiempo, en pleno invierno. Vimos a cinco cachorros que estaban gorditos y que ya se asomaban sus dientes y que estaban listos para poder comer alimento sólido. Con mucho cuidado, los ponemos en un transportín y, poco a poco, vamos bajando hacia la casa y yo no paraba de decirle: «¡cuidado por favor, no se resbale aquí, por Dios…!». Pero él estaba tranquilo y se reía continuamente diciendo que era de campo y que conocía cada metro cuadrado de ese lugar.
Una vez abajo, la señora vino inmediatamente a ver a los gorditos y los dos estaban felices con la idea de que los cachorros iban a estar a salvo en una casa de acogida, hasta que encontrásemos una familia definitiva para ellos. Les dimos un saco de pienso, pastillas para desparasitar a la madre y una medicina para eliminar la leche de sus mamas para que no sufriera.
Nuestra despedida fue con abrazos y besos. Les prometimos que, con ayuda de Spama, la protectora de Gandia, regresaríamos a rescatar a la madre con una jaula trampa al siguiente mes, y que devolveríamos a la madre a este lugar, donde estos dos seres tan especiales y tiernos podrían continuar cuidándola.
Esta pareja de ancianos nos enseñaron que con su amor y dedicación totalmente desinteresado se puede hacer posible que incluso los más necesitados, aunque vivan en el campo y sin peligro de tráfico, pueden tener calidad de vida. Nos hemos quedado prendados de ellos ya que a pesar de su edad, y sus dificultades de movilidad, son un ejemplo de amor a los animales.
Desde aquí, ¡muchas gracias de la asociación Patitas!
NOTA. De los cinco cachorros que rescatamos, a día de hoy, cuatro ya han sido adoptados.