Llegamos puntual a la cita en el nuevo “Tano” frente al Hospital Francesc de Borja. Allí estaba él, Pep Gomar sentado en una mesa, al sol e inmerso en una charla distendida con una pareja amiga.
Entramos al local y las mesas llenas se mezclan con pasteleros que bajan del obrador con los dulces recién hechos, hay cocineros haciendo las comidas para llevar, camareros con bandejas… y no podemos dejar de alegrarnos “Tano” a vuelto.
Los tres hijos de Pep han unido sus fuerzas y han reflotado el negocio familiar que creó su padre. Aquel joven del Raval delgado, de ojos claros y con un caminar característico y que creó un imperio al que la crisis del 2008, como un toro enloquecido se lo llevó todo, hasta la marca comercial.
“Tano només hi ha un, però em som molts” era un eslogan publicitario que no podía ser más acertado. Quién no ha comido en la Safor algo de Tano? Todos. Sus productos de calidad adquirieron un prestigio que ahora sus hijos lo vuelven a lanzar.
HISTORIA
“Tano” era el apodo del padre de nuestro protagonista. Aquel señor bonachón que tenía un horno de ‘pan cocer’ en el Raval, a donde las mujeres del barrio iban a cocinar sus panes, cazuelas, calabazas … Pep lo tiene en sus recuerdos y dice “me hubiera gustado que aquel horno no se hubiera perdido, era un elemento más de la historia de Gandia”.
Recuerda cómo todos giraban en la familia alrededor de ese horno moruno. Por la noche se tiraba la leña que la traían unos señores en burros. Ese era el combustible que lo hacía funcionar. “Mi padre siempre decía que él llegara último tenía la obligación de poner la leña en el horno. Por supuesto, como a mí me gustaba la fiesta, siempre era el último en entrar a casa y me tocaba a mí”, lo rememora con alegría.
Al día siguiente, el abuelo Cayetano lo encendía y “hacía la escombrada que era un trabajo muy difícil y que requería mucha fuerza”. Corría el año 1954 y Pep “Tano” tendría unos 14 o 15 años.
Con 20 años Pep Gomar decide irse a Barcelona, toda una aventura. Por entonces trabajaba en Gandia como electricista en casa Masip. En la ciudad condal conoció a unos modistos que le abrieron las puertas y le buscaron trabajo en una pastelería. Así comienza a ser por la mañana el pastelero y por las tardes electricista. Estuvo cuatro años y rememora con picardía que “trabajaba mucho, pero me quedaba tiempo para ligar”. Adquirió mucha experiencia ya que logró trabajar en dos importantes pastelerías de la ciudad condal.
En 1964 regresa a Gandia y funda la pastelería a la que pone el nombre de su padre Cayetano “Tano”, sin saber que con los años todos le llamaría “Tano” a él, que era Pep.
De Barcelona se trajo un pastelero que le ayudaba y ambos revolucionaron Gandia. De ese germen en la calle Puríssima y con el espíritu emprendedor de Pep nació luego “Tano Paseo”, “Tano Playa”, “Tano Resort” “Tano comidas para llevar”, “Tano Cafetería”, “Tano Monastir”, los chiringuitos en la playa… llegando a tener hasta 300 empleados.
Cuando preguntamos si entonces pensaba que llegaría a tanto, confiesa con humildad “Nunca pensé en llegar tan alto, y nunca pensé que lo perdería todo”. Ahora cree que tendría que haber tenido más cordura, “si no hubiera emprendido tantos negocios seguramente en el 2015 no hubiera cerrado. “La crisis del 2007 me pilló con muchas propiedades. Compré el Resort, el Monastir y también se vendía muy poco en la pastelería, todo fue dramático. Llegaba la noche y me quedaba mucha mercadería que la llevaba al comedor social, a la beneficencia o al preventorio”.
LOS HIJOS
Màriam, Pepe y Laia se criaron en la pastelería. Jugaban entre fogonos, hacían los deberes envueltos en harinas, huevos y chocolates. Allí se reunía toda la familia. Los tres recuerdan que las grandes reuniones familiares no eran en su casa.
MÀRIAM
“Todos mis recuerdos de pequeña los tengo ahí. Era mi casa y me gustaba mucho”. Pero cuando se hizo mayor se fue a estudiar Filología, luego trabajó dos años en TeleSafor, se casó y se trasladó a Suiza, donde realizó un curso de hostelería.
También regresó y se hizo cargo entonces de Tano Monestir con su madre y su tía Fina. “Fue una época muy bonita, hacíamos bodas y comuniones en un plan más profesional, porque hasta entonces habíamos hecho muchos caterings”. Pero llegó la crisis, habían menos bodas, las comuniones disminuyeron y el personal seguía siendo el mismo, “era insostenible. Se tuvo que cerrar y me hice cargo con mi hermana Laia de la cafetería en el Centro Comercial de Plaza Mayor”.
PEPE
Quien también participaba de los juegos infantiles en el obrador y de las reuniones familiares, se decantó al crecer por el ramo y estudió pastelería. Pepe trabajó en Barcelona en una pastelería muy reconocida, pero finalmente tomó otro camino totalmente alejado de los fogones. “Me dediqué a montar un estudio de grabación desvinculándome totalmente del negocio familiar, pensé que no era lo mío”.
Durante 20 años se dedicó a su negocio, pero una nueva crisis, esta vez sanitaria, ha acabado por tumbar su negocio. Este cierre supuso un punto de inflexión en su carrera y se debatía entre reabrir un estudo o «embarcarme con mis hermanas en el proyecto de reabrir Tano. Como la situación en el mundo musical está tan mal a causa del coronavirus, me lo planteé seriamente y me sumé a la aventura”.
LAIA
La pequeña de los hermanos también hizo varios cursos de pastelería y estudió Administración de Empresas. Su carrera profesional arrancó en la empresa Crespo Gomar junto a su primo Alberto. Como en los otros casos, fue la crisis la que le empujó a subirse al barco de su padre para sacar a flote la empresa, aunque no se pudo.
También recuerda su niñez en la pastelería. “Mi padre ha tenido pocos hobbies, creo que el único ha sido su trabajo. Yo recuerdo pocas vacaciones familiares porque “Tano” no paraba nunca, no paraba nunca. Sólo se cerró dos días cuando murieron mis abuelos. Estar en familia era estar en la pastelería”.
Como no podía ser de otra manera, recuerda a su tía, «que ha sido como una madre», que siempre estuvo al lado de Pep, en un segundo plano, llevando las cuentas.
Este es el punto en el que la entrevista se torna más emotiva, los cuatro se desmoronan, afloran las lágrimas y las palabras entrecortadas al rememorar a Fina, que falleció hace unos pocos meses durante la pandemia dejando un gran vacío.
LA CRISIS
La de 2008 arrasó con todo y este imperio no quedó al margen. «Fue muy duro, pero cogimos el toro por los cuernos y tiramos adelante, con buena cara, sin llorar por los rincones. Tuvimos mucha pena pero no quedaba otra”, afirma Màriam. Se perdió todo y tuvieron que empezar de cero. “Logramos mantener Plaza Mayor por un error del contrato, pero sin poder contratar a nadie. Entonces mi hermana y yo nos hicimos cargo trabajando solas, trabajando de 8 de la mañana a 10 de la noche”.
Esta etapa les unió aún más como familia. “Nosotros hemos sido una familia que nos hemos querido mucho, pero sin lugar a dudas, a los de casa nos unió más si cabe”, añade Laia.
Cuando Màriam salía del trabajo el trayecto hasta su casa pasaba por delante del hospital, y ahí empezó a crecer la nueva idea. Los hermanos se pusieron manos a la obra, costó mucho ponerlo en marcha por problemas burocráticos pero el 12 de julio reabría “Tano”, un proyecto al que se suman el marido de Laia, Carlos Martínez y un amigo, Quino Borredà.
Pep interviene: “Siempre consideré que éste sería un buen sitio para la pastelería porque no había nada. Es más, hace 20 años llegué a comprar una nave en esta zona, sin imaginar que finalmente mis hijos serían los que abrirían ‘Tano’. Todo el trabajo y la idea ha sido de ellos, yo no intervine”. Pero para ser justos, Pepe destaca que también le deben mucho a su madre, Lola Ferrer. “Ella siempre ha estado al lado de mi padre apoyándolo en todo y ahora, también lo está haciendo con nosotros”.
EL RESURGIR
A Pep se le nota la cara de satisfacción cuando escucha a sus hijos que explican que desde el primer día que abrieron las puertas del nuevo local, las expectativas se desbordaron. “Sentimos que la gente está muy contenta, creemos que a mi padre se lo quiere mucho”.
Están orgullosos de haber recuperado la marca y lo vivien como una especie de homenaje y agradecimiento al patriarca. Ahora, Màriam se encarga de la pastelería, de la venta y la cafetería, mientras que Pepe y Laia están en el obrador.
EL RECUERDO DEL PASTELERO
Pep “Tano” no ha dejado de trabajar nunca. Todos le hemos visto con su delantal, cubierto de harina, caminando por las calles de Gandia. Muchos se preguntaban: ‘con todo lo que tiene sigue ahí haciendo pasteles hasta los domingos!!!’.
Ahora jubilado confiesa: “Me ha gustado mucho la pastelería y trabajar de pastelero. Me encantaba crear y ver luego el resultado. En verano, después que todos terminaban su trabajo, yo me ponía a la siesta a probar pasteles austríacos, franceses, alemanes… todo lo que iba aprendiendo por Europa lo trataba de aplicar en Gandia. Eran pasteles originales”.
Aquí interviene Laia para recordar: “Antes no teníamos Google para saber cómo hacer una tarta.Para conseguir una receta, había que viajar y mi padre se iba a trabajar a otros obradores para aprender”. Con orgullo nos cuenta Pep que el segundo pastelero que hizo la típica tarta austríaca Sacher fue él.
Y ¿cuál ha sido el producto insignia creado en Tano?. Lo tienen claro: «pastissets y mamelletes». Pero no muy lejos quedan los “Chocotano”. Los ‘panes de metro’ también salieron de Tano. “Mi padre fue el primero en introducir en Gandia la pastelería salada y las comidas para llevar», afirma Pepe. Esto último empezó con una pequeña paella que Pep preparó en la calle Puríssima, la puso fuera en la calle en una mesa y vendió la mitad. Al día siguiente, repitió. Y la vendió entera. Y la cosa acabó con un pequeño local repleto de paelleros y cazuelas con raciones diarias para todos los gustos.
De París tomó esta idea. En uno de sus viajes, fue a tomar café en una de las mejores pastelerías y se puso a charlar con una mujer, a quien confesó que le encantaría trabajar allí, pues sabía que era una de las más prestigiosas de Francia y Europa. “Ella se reía y no decía nada. Me dejó hablar y cuando terminé llamó al encargado y en ese mismo momento me contrataron. Era la dueña. Tal como iba vestido, me puse un delantal y empecé a trabajar. Estuve 3 meses. Por entonces ‘Tano’ ya estaba en marcha en Gandia y a su vuelta, con una mentalidad diferente, todo cambió.
ADMIRACIÓN
Pep Tano no era «solo» pastelero. Ha sido una de las personas más implicadas en infinidad de causas solidarias, relacionadas con el deporte o la cultura. Gandia y sus ciudadanos le conocen, pero y sus hijos, ¿qué sienten por él?
Sin dudarlo, Marian dice “amor puro y duro”. Laia “mucha admiración” y Pepe añade un “lo queremos muchísimo, evidentemente”.
No hay duda, se ve en el buen rollo entre ellos, en las caricias que le hacen durante la entrevista, están pendientes de su padre, al que están profundamente agradecidos. Están empezando de cero, y lo saben. Y el nombre y prestigio conseguido durante décadas por su progenitor les ha dado el empujón necesario para resurgir tras una pandemia. Y eso también lo saben. “Y para mantenerlo debemos trabajar muy duro”, aclaran.
Pep se siente orgulloso de los tres, “han logrado que ‘Tano’ continúe y esto es sobretodo un recuerdo para mi padre y para mi hermana Fina que tanto han hecho por la pastelería. Es un lujo que se hayan puesto de acuerdo y que continúen. Esto es muy importante para mí”.
Y allí les dejamos, entre bollos dulces y salados, los que seguirán llegando a las casas y a las comidas de domingo de tantas y tantas familias.