Palabras para la nueva travesía

 

 

En defensa de lo que se ha perdido,

de la paz verdadera, del sosiego,

de la palabra limpia.

Jesús Munárriz

 

En este tiempo oscuro de mentira decir la verdad es ya un acto revolucionario, decía el abogado y político socialista alemán Ferdinand Lassalle, en una frase que se atribuye erróneamente a Gramsci y que recogió Orwell. Decir la verdad es una rebelión moral que lucha contra el resentimiento y la manipulación. Pero decir la verdad implica usar palabras: el instrumento que nos permite pasar del pensamiento a la comunicación. Y, por desgracia, hoy no se usan para tender puentes hacia el bien común sino que se deterioran y pervierten. Se usan como armas arrojadizas para destruir, no como instrumentos para comunicar, consensuar y construir.

 

Orwell ya avisaba de que se usa el lenguaje para desconcertar más que para informar. Se habla y se escribe de modo confuso porque no interesa que se entienda el mensaje. Sería quizá demasiado terrible. Algunos, hastiados y decepcionados, incluso prefieren el silencio.

 

Pero tenemos que reaccionar. Debemos ahogar el silencio con palabras íntegras. Palabras cargadas de futuro según el poeta. Con ellas, en las que siempre creí porque me crié entre ellas y en las que creo porque he vivido enseñándolas, podemos combatir la desvergüenza que nos rodea y la desesperanza que nos amenaza.

 

Con ellas, reafirmo mi credo en la libertad de expresión contra quienes la usan para difundir falsedades. La Constitución española defiende el derecho a recibir y difundir información VERAZ. No defiende ni ampara el derecho a mentir y esparcir falsedades. Aunque la derecha y la ultraderecha se escondan tras presuntas legalidades, “las cosas no son justas por ser ley, sino que son ley porque son justas”. La Constitución no ampara difundir bulos, ni mentir, ni difamar.

 

Con ellas, reafirmo mi credo en una sanidad pública, fuerte y gratuita que se ve amenazada por recortes brutales tras la crisis de 2008. Recortes que ahora, con la crisis de la pandemia, nos pasan factura y someten a los profesionales sanitarios a una situación límite.

 

Defiendo, con ellas, una sanidad pública ejemplar que sobrevive gracias al celo de los profesionales y que se ha visto cercada por la creciente privatización para aumentar el negocio de los de siempre. Los autores de los recortes hablan siempre de “gestión” para ocultar la ideología ultraliberal, y la política se acerca peligrosamente a la empresa que busca beneficios y se aleja del bien común. Los derechos se convierten en negocios. Y los pacientes, en clientes. Con el peligro que ello conlleva.

 

En la actualidad casi el 12% del gasto sanitario público estatal va destinado a conciertos con la sanidad privada, una proporción en constante crecimiento y mucho mayor en Comunidades Autónomas como Cataluña y Madrid. Un parasitismo intolerable que produce desigualdades.

 

Proclamo mi credo en una democracia fuerte, y no debilitada por una oposición desleal que la usa en su provecho. Derecha y ultraderecha desprestigian la política. Esa misma política que les permite ser políticos y cobrar un sueldo público.

 

Los que solo son servidores públicos temporales se permiten atacar y despreciar los pactos, la negociación, la participación ciudadana. Se permiten mentir sin rubor y negar la evidencia, cuando no decir una cosa y la contraria sin que se les mueva un músculo. Se permiten traicionar el bien común y se atreven a actuar en función de su provecho y de sus cercanas elecciones, no en aras del bien de todos. Por eso les molesta el debate, no quieren que la ciudadanía piense ni confíe en el diálogo. En el barro, en la descalificación y en la mentira se mueven como pez en el agua.

 

 

 

Es fácil difamar y mentir en un tuit, amplificarlo en televisiones lacayas y luego, si acaso, pedir disculpas cuando el daño ya está hecho. Imposible recoger el agua derramada. La libertad de expresión no incluye la libertad de mentir, insultar ni difamar. Exijo, con palabras, el sano derecho a discrepar siempre. Pero rechazo el dogmatismo que impone por la fuerza su terrorismo ideológico y se ampara en presuntas “mayorías anónimas” de redes sociales.

 

Discrepar no significa ser desleal. Criticar no supone mentir. La crítica sana propone alternativas, no destruye sin construir. Porque más allá de la destrucción solo queda el abismo. Y ahora se trata de la salud de todos. Que está muy por delante de la economía. Muertos, no necesitaremos dinero. Enfermos no podremos trabajar. Un rebrote segará la incipiente recuperación y hundirá al turismo perdiendo definitivamente la temporada.

 

Confío en el buen sentido de la ciudadanía que, además de saber leer, razona. Que no se traga bulos, difundidos en redes y reiterados en televisiones. Bulos tan burdos, que ofenden la inteligencia. Confío en que la ciudadanía sabrá separar el grano de la paja. Siempre respeté las palabras porque son el grito del alma cuando nos lo arrebatan todo. Confío en ellas, pero escuchando a algunas personas mi fe se tambalea.

 

Según el poeta, mañana es un mar hondo que hay que cruzar a nado. La mejor manera de hacer la travesía es estar sano.

 

Y siempre habrá nuevas palabras para la travesía. Aunque nos arrebaten la voz, siempre nos quedará la palabra.

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