Cuando Mariluz Santonja acudía a echar una mano a la tienda de sus padres no podía imaginar que aquello se convertiría en su vida. Primero ayudando a sus padres con sus hermanas en la confección de trajes de falleras y con el tiempo, investigando sobre la indumentaria regional. Libros, cuadros, fotos… todo servía para saciar su curiosidad sobre la tradición e historia valenciana. Empezó con los siglos más cercanos y llegó a interesarse hasta el siglo XV.
Ella lo tiene claro “la investigación de la indumentaria valenciana, la especialización y la formación de nuestro personal, ha sido nuestra clave y seña de identidad”. Pero sus ganas de poder compaginar la historia con cada traje que confeccionaba, se la fue inculcando sin querer a su hijo. Miguel Millet quería ser arquitecto, le gustaba el dibujo, pero por las vueltas de la vida comenzó a estudiar empresariales, carrera que terminó mientras ya estaba aplicando los conocimientos en la empresa familiar.
Desde 2008 cada día se involucraba más, primero los números, luego las compras de artículos, algo de venta y después la investigación en la indumentaria. Telas de fallera, aderezos, peinetas, cancanes, manteletas han pasado a ser su día a día y a poner todas sus ilusiones confeccionando trajes valencianos de calidad de acuerdo a diferentes presupuestos.
En el rostro de Mariluz se refleja la tristeza de haber tenido que dejar su profesión por razones de salud. “Mi vida era todo esto (señala la tienda), trabajaba más de 20 horas diarias, no dormía y esto me ha pasado factura”. Lleva unas cuantas operaciones de huesos que se fueron desgastando de tantas horas cosiendo. Recuerda que había días que se acostaba a las 6 de la mañana “en plena campaña dormía dos horas, a las 8 me levantaba, una ducha rápida y de nuevo a la tienda”.
Sus padres, Juan y Ángeles en octubre de 1970 montan “La Barraca Fallera”, así lo atestiguan el periódico de entonces, el “Ciudad de Gandia”. Primero era todo indumentaria valenciana, pero al cabo de unos años, el matrimonio pensó en agrandar el negocio e introdujo los disfraces. Fue ahí cuando su hermano pequeño, Juanjo, comienza a trabajar con sus padres. Ya entonces Mariluz no abandonaba la aguja que con 15 añitos había cogido.
Con el paso de los años la empresa crece y es cuando se decide separar ambos rubros. “Mis padres alquilaron un local arriba de ‘Tejidos Barcelona’ y ahí se llevó todo lo de indumentaria”. En el 91 fallece Juan y un año después, Mariluz se hace cargo de la parte fallera. Ya se había casado, vivía en Valencia, pero sin perder el contacto con la empresa, trabajando desde la ciudad del Turia para ayudar a la familia. “Cuando asumo la empresa veía un impedimento muy grande a la hora de las ventas porque en ese local habían escaleras y las mamás que venían con carritos de los niños pequeños no podían entrar. Ahí se nos ocurre hacer un cambio radical y nos trasladamos al local actual”. Aquí Mariluz comienza a poner sus ideas sobre la mesa.
Recuerda que “antiguamente las falleras iban todas iguales e incluso con tejidos del mismo color o con los mismos sencillos modelos”. Fue entonces cuando comienza a visitar museos y a comprar libros de indumentaria de la época, eso le fue sirviendo para realizar diseños completamente nuevos “para que la gente se pudiera diferenciar un poquito más, es decir, comencé a personalizar los trajes”. Aquello fue un boom. Se comenzaron a confeccionar los modelos exclusivos para las Falleras Mayores de Gandia siempre respetando la indumentaria regional.
LOS TRAJES DE LAS FALLERAS MAYORES
Mariluz no puede recordar con exactitud a cuantas Falleras Mayores de Gandía, Tavernes, Oliva, Pego, Denía, Benidorm u otras poblaciones cercanas ha vestido durante casi 30 años, pero sí tiene claro que con todas dio lo mejor de sí. “Eran vestidos super trabajados, el esfuerzo por parte de todo el equipo de confección era increíble, hacer estos vestidos representaba muchas horas de trabajo”.
Recuerda que cuando entraba una Fallera Mayor a su tienda el secretismo del traje era total. Cuando se terminaba de confeccionar nadie sabía cómo era o qué color tenía. “Solo lo sabía la persona que hacía el patronaje y que me ayudaba en la confección”. Hay que recordar que hasta no hace muchos años, las Falleras llegaban al lugar de la presentación envueltas en una capa y hasta el momento de entrar en la pasarela nadie conocía el traje, “era el gran secreto”.
Tener que confeccionar el traje de una Fallera Mayor era triplicar el trabajo, “todos los ojos están puestos en ellas y cada detalle cuenta”. En estos casos, el indumentarista va a su casa a vestirla para cada acto y la acompaña por si llega a pasar algo, “siempre con el hilo, aguja y la tijera en mano”.
No es capaz de poner una cifra a la cantidad de vestidos que ha llegado hacer en una campaña. “Comienzas una campaña con un número de trajes pero siempre a última hora llegan los rezagados, los papás que sus hijos le han dicho que quieren salir días antes de la fiesta y hay que confeccionar algo muy rápido. No hemos tenido tiempo de contar cuántos hacíamos”, agrega entre risas.
MIGUEL ENTRA A LA EMPRESA
Desde los 8 o 9 añitos, su hijo Miguel ya jugaba entre las telas, hilos y agujas. Explica que “salía de colegio que quedaba en la misma calle y me venía a la tienda, allí veía a mi madre luchando día a día, al pie del cañón siempre. Observaba todo el ajetreo del taller, de las costureras y la marcha del negocio”.
Recuerda que nada se paraba, siempre estaba todo en movimiento. También rememora cómo le llamaba la atención el colorido de las telas, pero por entonces no pensaba en dedicarse a este mundo.
Antes de comenzar la universidad echaba una mano en en negocio familiar, con algunas ventas, pero, “luego ya empecé a mirar números y llevar las cuentas, pero como siempre ocurre en los negocios familiares, llegó un momento que haces de todo”.
Su madre recuerda que ya entonces le gustaba mucho el diseño “cuando yo cogía folletos o libros y comenzaba a diseñar, él estaba presente, entonces fue cuando me di cuenta que se le daba muy bien el dibujo y el diseño”.
Miguel comienza entonces a interesarse por la indumentaria regional y el diseño de vestidos de fiesta. “Me introduje al 100% en la empresa mientras terminaba de sacar la carrera por las noches en la UNED, y poco a poco, me fue gustando más y más. Estudié mucho la indumentaria regional tanto la valenciana como de otras regiones de España e hice diferentes cursos de diseño gráfico”. Luego ya vino involucrarse con los fabricantes y los procesos de ejecución de los telares o ofebrería. “Los mismos fabricantes me explicaban todo y fui aprendiendo las diferencias de tejidos, calidades y procesos productivos». Es ahí cuando también comienza a formarse en la confección, el patronaje y el diseño de moda.
Su primer diseño lo recuerda con nostalgia “fue a una novia. La chica no encontraba lo que le gustaba, tenía las ideas muy claras de lo que quería pero no sabía plasmarlo. Me contó sus gustos, lo que se había probado en otras tiendas y directamente delante de ella comencé a dibujar un boceto. La chica se sorprendió de que le cogiera a la primera la idea, le encantó y se lo confeccionamos. Ese fue mi primer trabajo como diseñador”.
Ahí comienza también a diseñar como indumentarista, con el proceso de investigación vas aprendiendo la indumentaria de la época y las ideas van saliendo. Recuerda también como su madre se levantaba de la cama porque había tenido la idea de un diseño, “sus mentes nunca paran”.
LOS GUSTOS
Cada siglo tiene piezas o tejidos especiales, lo importante en cada caso es saber adaptarlos dicen madre e hijo. “No todos los tejidos sirven para todas las épocas. Son telas y dibujos muy diferentes. Los coloridos también cambian y hay que saber acoplar cada detalle al traje”. Ambos tienen el privilegio de haber tocado espolines que son verdaderas joyas, son telas tejidas manualmente y por ello el precio puede oscilar entre 500 y 1.200 € el metro y se calcula unos 13 metros para un traje de una fallera adulta.
Aclaran que “Hay tejidos de trajes que tardan entre 4 a 6 meses en tejerse a turnos de tres personas diarias de 8 horas cada una. En estos casos, los complementos van acordes con el tejido. Las manteletas ya no son sencillas, las peinetas también son especiales, cinceladas a mano, verdaderas piezas de joyería… todo va acorde y la persona que se lo hace, lo entiende y disfruta llevarlo puesto. Cuando se hacen trajes con piezas exclusivas y completamente artesanales, los precios se pueden dispararse hasta más de 30.000€”.
Mariluz dice que “siempre hemos hecho patrones para cada fallera, no hemos realizado patrones standar, los personalizamos y cuando terminamos el traje se rompen. Realmente siempre hemos hecho los trajes a medida
LA PANDEMIA
La empresa se paró de golpe. La pandemia obligó a suspender las fallas que se iban a realizar justo antes de comenzar la semana grande, así como otras festividades. Nadie imaginaba que al año siguiente las cosas seguirían igual. Por eso, la pregunta a Miguel era obligada: ‘¿pensaste en algún momento en tirar la toalla?’. “Han habido momentos muy críticos que gracias a la familia hemos podido superar, pero si que es verdad que dos años prácticamente sin actividad han sido muy duros, sin tráfico de gente, sin ganas, sin fiestas… un cúmulo de situaciones que a muchos sectores nos ha tocado de lleno”.
La incerteza y la inseguridad los obligaron a buscar otras soluciones e intentaron darle la vuelta al negocio. Así el diseñador que lleva dentro Miguel hizo posible que sacaran una linea de bolsos y complementos artesanales combinando telas de valenciana y piel, personalizadas, cocidas a mano y que se vendieron por internet con una muy buena respuesta.
El alivio y la esperanza les llegó ante el anuncio de que se volvía a hacer fiesta en septiembre. No se hicieron trajes nuevos, pero si muchos arreglos. Pero “ahora la gente lo ha cogido con ganas, ya se ha dado el pistoletazo de salida para dentro de seis meses y quien es fallero y lo siente, tiene ganas de volver, el año que viene será muy especial”.
EL FUTURO
Día a día siguen investigando no solo en indumentaria, sino también en nuevas formas de confección, procesos artesanales y diseño, en nuevos materiales. Mariluz se siente orgullosa de tener un hijo que continúa su profesión. Ahora, Miguel será padre muy pronto y si bien a ambos les encantaría que siguiera la saga familiar “él hará lo que más le guste, pero claro que nos gustaría que la cuarta generación de la familia mantenga las raíces y siga con el trabajo de investigación de la indumentaria tradicional y a las raíces valencianas permitiendo, de esta forma, que la cultura y la tradición valencianas sigan vivas”.