María Enríquez de Luna. No solo la abuela de Francisco de Borja.

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Mucho se habla en estas últimas semanas de San Francisco de Borja y mucho más hablaremos en este año jubilar que da comienzo el 3 de octubre del 2021. No es tarea fácil conocer bien a un personaje tan polifacético y relevante como fue el IV Duque de Gandia a pesar de la gran cantidad de bibliografía que ha dejado tras de sí; pero en este artículo no pretendo abordar su figura como hice el pasado mes de abril y como volveré a hacer a lo largo del periodo jubilar.

 

En esta ocasión me gustaría acercar al lector a la mujer que probablemente más influyó en el entorno de Francisco: su abuela María Enríquez de Luna. Conocer a María nos ayuda a conocer una parcela más de la vida del Santo duque, pero sin lugar a dudas María Enríquez, no solo fue la abuela de Francisco de Borja.

 

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La escultura María Enriquez que se encuentra en la plaza que lleva su nombre

A día de hoy, la información que podemos encontrar de María Enríquez es más bien escasa si la equiparamos a su importancia histórica. Con toda seguridad algo tuvo que ver en este hecho la condición de “mujer” que condenaba su existencia a quedar velada tras sus capitulaciones matrimoniales. Pero hubo un acontecimiento que cambió totalmente el destino histórico de nuestra Duquesa, y este fue la inesperada muerte de su marido Juan de Borja, II Duque de Gandia e hijo predilecto del Papa.

 

 

Vaya por delante que mi pasión por este personaje y los conocimientos que tengo sobre ella se los debo a Santiago La Parra, quien con sus trabajos, artículos y conferencias me rebeló a una mujer valiente, inteligente, hábil, culta, fervorosa y ante todo buena política. Un personaje alejado del estereotipo que se ha difundido sobre ella: la pobre viuda del duque, sola en su maternidad y tan triste que acabó sus días en un convento llorando a su esposo…

 

Y en un convento acabó, pero con todos los honores y después de una trayectoria impecable al frente del Ducado de Gandia, demostrando ser una mujer abierta al mundo y capaz de manejar un territorio que por poco se le escapa de las manos, como veremos más adelante.

 

Hija de Enrique Enríquez, tío de Fernando el Católico, fue prometida antes de cumplir 15 años con Pedro Luís de Borja, primer hijo del papa Alejandro VI, combatiente en Granada junto a las huestes de Fernando de Aragón y primer duque de Gandia, tras la compra del Ducado en 1485 por su padre Rodrigo de Borja.

 

 

Pero poco le duró el título a Pedro Luís que murió en 1488, con tan solo 20 años de edad y sin llegar a consumar el matrimonio con su prometida.
 

 

Los respectivos padres de la pareja, buscaron rápido una solución para el matrimonio que convenía por ambas partes; Juan también hijo del papa sería el II duque de Gandia y el esposo de María Enríquez de Luna. Para el papa el Ducado de Gandia suponía una posición estratégica dentro de la península aparte de una importante fuente de ingresos por la riqueza en azúcar de la zona.

 

Para Enrique Enríquez, emparentar con el cardenal Rodrigo de Borja le permitía negociar con éste diversos favores para él y para su familia, entre la que se encontraban los reyes. Para ellos la venta de Gandia al cardenal Borja suponía dinero para proseguir la Guerra de Granada, aparte de otros beneficios como obtener el título de “Reyes Católicos” que les concedió un Rodrigo ya convertido en Papa a partir de 1492. También cabe destacar que María, quien pasó de hermano a hermano Borja como una herencia más, fue en un primer momento la peor parada en el contrato entre los Borja y los Enríquez.

 

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Juan de Borja, II Duque de Gandia

Su situación fue la más incómoda ya que en 1493 se casó en Barcelona con Juan de Borja, II Duque de Gandia, teniendo que emparentar con uno de los hijos más arrogantes y menos discretos del papa Borja. A Juan, de 17 años, no le gustaba pasar desapercibido y entre sus dones más destacables no estaba el de la inteligencia, la estrategia o la templanza, sino que fue más reconocido por sus despilfarros de dinero, sus devaneos amorosos, su falta de humildad, su superficialidad y por lo bien que llevaba aquello de ser hijo de uno de los hombres más poderosos de Europa.

 

 

La pareja después del matrimonio se estableció en Gandia, Ducado recién heredado por Juan, al que llegaba con una estrategia bien marcada por su padre Alejandro VI que significaba la continuidad de la labor empezada por su hermano Pedro Luís: crear un Señorío Borja en el Reino de Valencia con amplia proyección política y económica. La tarea de los Borja en clave territorial fue la de comprar las tierras a los pequeños señores feudales arruinados y hacerse así con el control económico de los territorios colindantes o relevantes para su expansión familiar.

 

Aparte, Juan tenía otra tarea no menos importante para el Papa, la de consumar su matrimonio con María y perpetuar la saga de los duques Borja de Gandia.

 

Al Duque le costó centrarse en sus obligaciones conyugales priorizando sus travesuras por tierras valencianas, pero en 1494 nació su primer hijo Juan, el heredero del Ducado. Tres años más tarde, María volvería a quedar embarazada de su marido que esta vez no llegaría a conocer a su segunda hija, Isabel, ya que poco antes de su nacimiento el pontífice requirió a Juan para ponerse al frente del ejército papal.
 

 

Así que en 1496 un Juan ansioso por dejar su ducado, que no estaba a su altura en materia de diversiones, abandona Gandia por tiempo indefinido dejando como apoderada a su mujer a punto de dar a luz, razón por la cual no viajó con él a Roma. Al segundo Duque le duró poco la ansiada libertad, dado que al poco tiempo de reunirse con su familia apareció asesinado en el Tíber el 15 de junio 1497.
 

 

Y es a partir de este momento en el que María Enríquez de Luna sale de su papel de esposa del Duque y se revela como lo que fue: La duquesa regente de Gandia.

 

El papa Alejandro VI, desolado por la muerte de su hijo protegido y preocupado por su señorío valenciano, empieza a buscar soluciones para el ducado y para su prole. El ducado gandiense, en pleno periodo de expansión, necesitaba avanzar en las negociaciones de compra de territorios que habían quedado en vilo con la muerte de Juan, y el papa tuvo la intención de mandar a César a ocupar el lugar de su hermano, decisión que suponía para César dejar la vida cardenalicia que se le había impuesto y empezar proyectos que para él eran mucho más interesantes.
 

 

¿En qué lugar quedaba María en toda esta estrategia papal? Si César engendraba otro hijo varón como duque de Gandia, su hijo Juan perdería completamente los privilegios de primer hijo del II Duque y todos los esfuerzos de María, hasta el momento, caerían en saco roto. La situación necesitaba una reacción rápida y valiente y María Enríquez, con el apoyo de su familia, estuvo totalmente a la altura.
 

 

La viuda del II duque se posicionó totalmente en contra de los planes del Papa. De su lado estaba su primo, Fernando el Católico, quien teniendo en cuenta el desgaste de sus relaciones con el papa, no dudó en actuar a favor de preservar el Ducado para la descendencia de su pariente, concediéndole incluso una asignación para la gestión y crecimiento del Ducado.

 

María supo mantener a raya, políticamente hablando, al Papa Alejandro VI y a pesar de ello supo utilizar las escasas influencias pontificias para engrandecer, sanear y modernizar el Ducado que rigió hasta que su hijo Juan de Borja, III Duque de Gandia, estuvo preparado para el cargo. Cabe apuntar que Alejandro VI se desentendió del Ducado al no poderse salir con la suya, quedando Gandia más vinculada a la corona que al Vaticano; vínculo que años más tarde María y los suyos se verán obligados a reforzar mandando al joven Francisco de Borja a la corte real de Carlos I de España V de Alemania.

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María Enríquez fue Duquesa Regente de Gandia entre 1493 y 1511, demostrando su eficacia en la gestión del nuevo señorío Borja que con ella alcanzaría su mayor esplendor y extensión.
Su gestión en el ducado tuvo más mérito si cabe, teniendo en cuenta la difícil situación económica en la que los Borja dejaron las arcas del señorío. El “sistema Borja” para la creación de su feudo fue un gran éxito, aunque requería liquidez que venía del Papa, quien fue el mayor inversor en esta empresa de la que ahora se había despegado por completo.

 

María decidió continuar con la tarea empezada por los dos primeros Duques Borja a pesar del colapso financiero del Ducado, causado principalmente por el cese de las remesas de dinero procedentes del Vaticano. Ella suplió esta falta vendiendo las posesiones de su esposo en Nápoles y reorganizando de arriba a abajo el sistema fiscal del Ducado. Implantó nuevas medidas para el financiamiento de la deuda, inició una fuerte reforma del sistema de captación de tributos y amplió el territorio habitable desecando zonas pantanosas bajo el Castillo de Bairén, a fin de incrementar el número de vasallos. Tantos cambios a nivel fiscal supusieron una reforma global de la gestión del Ducado con la consecuente necesidad de reordenar el registro y el archivo del señorío, tarea que se llevó a cabo en la última etapa de la regencia de María.

 

Por otra parte, la regencia de la Duquesa supuso una mejora en las infraestructuras del ducado actualizando y ampliando el sistema canalización del agua; pero sobre todo María se empeñó en hacer de Gandia una ciudad abierta y moderna introduciendo en ella los aires del incipiente Renacimiento.

 

 

Probablemente, la relación epistolar que mantenía con su cuñada Lucrecia le sirvió para conocer las nuevas tendencias italianas y decidió contratar para Gandia a algunos de los mejores artistas de la época: el pintor Paolo de San Leocadio, el maestro de obras Pere Compte y el escultor Damià Forment que trabajaron principalmente en la Iglesia de Santa María, convertida en Colegiata con el pertinente breve papal de Alejandro VI en el año 1499.

 

Podríamos decir que María fue una madre protectora que cumplió con su objetivo de dejar a su hijo Juan un Ducado más grande, más eficaz, más rico y más moderno, y que con esta labor se acabó convirtiendo en una política admirada y respetada por sus vasallos.

 

 

Para su hija Isabel también buscó un futuro seguro y digno alejada de matrimonios concertados y de falsas intrigas, permitiendo su entrada a muy temprana edad en el Monasterio de Santa Clara, del que ella misma fue protectora y en el que acabó sus días después del nacimiento de su nieto Francisco, que aseguraba la continuidad de su saga.

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San Francisco de Borja

A modo de conclusión, diría que María Enríquez de Luna es sin duda una figura histórica más que importante para la historia de Gandia y que a pesar de la poca información personal que nos ha llegado sobre ella, sus hechos han quedado sobradamente plasmados en la memoria del ducado. Es una pena que el archivo reorganizado bajo su mandato desapareciera casi por completo en manos de los agermanados en 1521, pero esto es otro tema que dejaremos para el mes de Julio en que se cumplen 500 años de la Batalla del Vernisa.

 

Balbina Sendra Alcina

Directora Palacio Ducal Gandia

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