Con la II República española la mujer accede, incluso antes de tener derecho a voto, a cargos políticos y públicos y, por vez primera, ocupa escaños en el Parlamento.
Al estallar la Guerra Civil tras el golpe de estado de Franco, las mujeres española asumen, además, un protagonismo cívico sin precedentes. Se hacen cargo de responsabilidades en todos los campos y representan un papel esencial en la lucha antifranquista en retaguardia. Aran los campos que los hombres han abandonado para ir a la guerra, conducen tranvías, se enrolan en la Milicias Populares, organizan la Defensa Pasiva, dirigen centros sanitarios y escuelas, forman parte de consejos obreros de fábricas y cooperativas.
Es la oleada más vital y apasionada de las mujeres españolas que demostraron estar preparadas, a pesar de que hasta 1931 se les había educado casi exclusivamente para labores de cuidado en el hogar. En estos años difíciles de guerra, hay que destacar la figura de María Luz Morales, periodista y escritora. María Luz aceptó la dirección del periódico La Vanguardia al comienzo de la Guerra Civil.
La Generalitat incautó el periódico al comenzar el conflicto armado tras el golpe de estado franquista. El 8 de agosto su director, Agustí Calvet, el célebre Gaziel, tuvo que exiliarse, y el comité obrero que controlaba el diario decidió encargar la dirección a la única mujer de la redacción: María Luz Morales. Un claro exponente de cómo habían cambiado las cosas con la llegada de la II República respecto a la integración de las mujeres en todos los ámbitos.
Se afirma muy frecuentemente que María Luz Morales se convertía ese día en la primera mujer en hacerse cargo del mando de una cabecera en España. Pero no es así.
En justicia hay que señalar que dos mujeres, María Josefa Zapata y Margarita Pérez de Celis, fundaron y dirigieron el periódico El Pensil Gaditano en 1856. Es considerado el primer periódico de corte feminista y social en España. Pertenecían al grupo de socialistas utópicos seguidores de Charles Fourier en Cádiz. La publicación animaba a la lucha por la emancipación femenina y de las clases populares. Dejó de publicarse por problemas con la censura y cambió de cabecera pasando a ser El Pensil de Iberia. En él por primera vez las relaciones hombre-mujer aparecen en términos de opresión, por lo que se considera a estas mujeres pioneras del feminismo libertario.
El poder de la Iglesia católica era muy grande -incluso más de lo que es ahora-, lo que influyó en los diversos cierres de los pensiles. Y el gobernador civil, figura que surgió durante la minoría de Isabel II, controlaba la prensa y las imprentas. A pesar de ello, toda una generación de pioneras mantuvo, contra viento y marea de censura y poder, la lucha por la igualdad hasta la llegada de la II República. María Luz Morales recoge, pues, los frutos sembrados por aquellas mujeres luchadoras en los años difíciles.
La periodista conocía bien todos los entresijos del oficio, desde el trabajo de los talleres al huecograbado. Su primera reacción ante el encargo fue de miedo, pero lo aceptó por responsabilidad profesional. Era era apartidista y sabía bien cuál iba a ser su tarea en época de guerra. Puso dos condiciones: su nombramiento sería provisional y de la parte política tendría que ocuparse otro. “Yo sólo haré periodismo”, exigió con firmeza.
Era una mujer ecuánime, honesta y tolerante y lo demostró con creces en su trabajo como directora. Se ganó el título -respetuoso, pero con cierto aire sexista- de “gran señora de la prensa”. Ayudó mucho que el comité nunca interviniera en los editoriales, que eran exclusiva tarea de la directora. En ellos, María Luz Morales siempre intentó limar asperezas. Y ayudó, desde su cargo, a muchas personas en peligro de uno y otro lado con avales e incluso facilitándoles un escondite.
Su capacidad de trabajo era extraordinaria. Llegaba al diario a las seis de la mañana y no abandonaba el despacho hasta que, bien entrada la madrugada, salía el periódico.
María Luz Morales había nacido en Marineda (La Coruña), a fines del siglo XIX. Hija de José Morales y
Zoa Godoy, su infancia transcurrió feliz en un hogar acomodado. Los Morales se trasladaron a Andalucía primero y después a Cataluña, donde se asentaron y transcurrió la vida de María Luz.
Siempre tuvo inquietudes culturales y acude, siendo adolescente, a la biblioteca del Ateneo barcelonés, donde estaban vetadas las mujeres. La muerte de su padre la enfrenta a la necesidad de aportar dinero a casa y el periodismo literario fue su salida. Gana el concurso para acceder a la dirección de la revista El Hogar y la Moda. Tenía 21 años y rompe la tradición de los hombres que la dirigían hasta entonces con el seudónimo femenino de Condesa de Tal o de Cual.
Dos años después pasa a La Vanguardia para escribir una página de cine. Le exigían firmar con seudónimo, y firmaba como Felipe Centeno en recuerdo a un personaje de Galdós.
María Luz Morales era una periodista apasionada por la magia de las imágenes mudas en movimiento. Si Margarita Nelken fue la primera periodista especializada en arte, ella fue la primera especializada en cine.
El director de la Paramount se interesa por el autor de las crónicas. Al conocerla, le encarga la asesoría literaria de su productora. Dirigió durante años la Revista Paramount y, cuando llegó el cine sonoro se dedicaba a traducir textos, escribir diálogos y adaptarlos a la fonética española.
Incluso durante la guerra civil participó en el rodaje de la película Sierra de Teruel de André Malraux.
Pronto pasa también a la crítica de teatro y ahora ya puede firmar con su nombre. Siempre le había fascinado el teatro y trabajó en una compañía, siendo adolescente.
El teatro, su gran pasión, la llevó a escribir, en colaboración con Elisabeth Mulder, la obra Romance de media noche.
Paralelamente, María Luz Morales colaboraba con el periódico El Sol donde compartía páginas con Ortega y Gasset, Marañón o Benjamín Jarnés. Sus colaboraciones dieron una nueva perspectiva a los temas considerados femeninos y un nuevo enfoque a los dedicados al público infantil. Este público la llevó a escribir literatura infantil y adaptar clásicos como Homero o Cervantes. La colección sería declarada de “utilidad pública”. Algunas de sus adaptaciones se siguen editando en la actualidad en España e Hispanoamérica.
Sus páginas “femeninas” la muestran como una mujer adelantada a su época. Defensora de la liberación de la mujer en su vestuario, rechazando corsés, ballenas y otras prisiones. Era partidaria de la moda del cabello a lo garçon que tanto escandalizó a los puritanos. Siempre defendió que las estéticas ridículas debían ser desechadas en aras de la naturalidad y la libertad de las mujeres.
Sus estancias en Madrid le permitieron conocer el ambiente de la Residencia de Señoritas donde se hospedaba. Allí conoció a Gabriela Mistral y a Marie Curie, a la que acompañó como guía. De estas y otras figuras, hace una emotiva semblanza en el libro Alguien a quien conocí. Publicado por primera vez en 1973 y recuperado por la editorial Renacimiento, retrata a personalidades a las que trató María Luz Morales en los años 30, como las ya citadas y Keyserling, Paul Valéry, Víctor Català, Lorca o Malraux.
En el libro hace un canto emocionado a su oficio, el periodismo:
Apasionante profesión erizada de fatigas y glorias, de riesgos y atractivos, ofrece, entre estos últimos, la posible y aun frecuente ocasión de contacto de quien la ejerce con un vastísimo repertorio de personas de toda clase, condición y estilo social, espiritual e intelectual: un coro ilimitado de gente amiga, indiferente, ilustre, estrafalaria (…) Ningún paisaje, ni el más bello, ni el más majestuoso, puede igualarse al de una excepcional presencia humana.
La relación con Lorca comenzó de manera sorprendente. Poco después de que Morales publicase una crítica muy positiva sobre Doña Rosita la soltera sonó el timbre de su casa “de una manera distinta, alborozada”. El poeta granadino le traía un ejemplar del Romancero gitano con una sencilla dedicatoria: “Muchas gracias“. “Gracias, vengo de parte de doña Rosita“, le dice. Está feliz. María Luz ha entendido al fin la obra. Por eso le pide que sigan hablando de su Rosita “como amigos de siempre”, y de Margarita Xirgu, de Nueva York y Cuba, de Córdoba y de Galicia. A partir de ese encuentro, Morales trazará en sus páginas los pasos de Lorca por toda Cataluña, su relación con Dalí y Cadaqués o con las floristas de las Ramblas…
Fue directora de la Residencia Internacional de Señoritas Estudiantes, homóloga a la que tenía en Madrid María de Maeztu. Y vicepresidenta del Lyceum Club de Barcelona. Participó siempre de la vida pública, como afirma su biógrafa, Mª Ángeles Cabré.
A lo largo de su vida, se convirtió en una testigo de excepción de las transformaciones en la Barcelona de los años treinta.
Desde su posición de periodista cultural y de directora de un periódico contribuyó a romper muchos techos de un sistema turbio donde el patrimonio intelectual se reservaba aún a los hombres.
El final de la Guerra y la victoria de los golpistas supuso el cese de todos los redactores de La Vanguardia. Quedaron pendientes de depuración. María Luz Morales fue condenada a renunciar a su condición de periodista. Pero continuó escribiendo bajo el seudónimo de Ariel o Jorge Marineda (en recuerdo a su lugar de nacimiento).
En 1940 fue denunciada por haber sido directora de La Vanguardia en “periodo rojo”. Detenida, fue encarcelada en un convento de monjas de Sarrià habilitado como cárcel. En un lugar para veinte personas, se hacinaban más de doscientas. Dormían en el suelo, sin mantas y sin calefacción. Compartía cárcel con mujeres de clase humilde en su mayoría, a las que ayudó cuanto pudo compartiendo la comida que recibía de su familia.
María Luz Morales siempre se ha negado a hablar de esta época terrible y de las atrocidades que presenció. No pudo volver a inscribirse en el Registro de Periodistas hasta 1948.
Estaba decepcionada y prefirió guardar silencio. Como dice Cabré:
Ayudó a gente a salir del país, de uno y otro lado. A ella la represalian después y el franquismo la mete en una cárcel, ¡a ella, que siempre había intentado ser neutral…!”. Lo pasó realmente mal en la cárcel, le raparon el pelo… y luego el franquismo le quita durante diez años el carnet de prensa. Le devuelven el carnet en el 48 y se incorpora a los medios de comunicación ya plenamente franquistas.
En el franquismo se incorpora a la redacción del Diario de Barcelona donde publica artículos literarios, crónicas de teatro y de moda.
En 1958 su novela El amor empieza en sábado fue llevada al cine bajo la dirección de Victorio Aguado Candela.
Además se ocupa de la dirección de la obra Universitas, en veinte tomos, de la Editorial Salvat y crea la Editorial Surco. Publica libros de ensayo, historia, biografías y novelas. Y también escribe poesía en su madurez. En los años 50 al 70 recibió varios premios. El gobierno francés le otorga en 1956 las Palmas Académicas, y recibe, entre otros, el Premio Nacional de Teatro por sus críticas en Diario de Barcelona y el lazo de Isabel la Católica en 1971.
“Yo nunca dejaré de escribir, porque me es tan necesario como el respirar”, decía. Y eso hizo incansablemente hasta su muerte en el año 1980. Tenía 91 años. Sólo unos días antes había entregado su último artículo. Hizo del periodismo cultural un género literario y eso la honra. Muchos de sus artículos son joyas literarias.
Fue una mujer elegante, educada, cordial, amable, con sumo detalle para todo. Pero, ¿cómo definiríamos a María Luz Morales políticamente? El palabras de su biógrafa:
Era hija de un funcionario de Hacienda. Su padre dirigía la delegación de Hacienda en Barcelona. Ella siempre decía: ‘Yo soy hija de funcionario y no me significo políticamente. Pero cuando llega el franquismo, ella se conforma con el Régimen. No era una activista. En la República sí había participado en Las mujeres galleguistas, de alguna manera era independentista gallega.
A principios de julio de 1936, participó en las celebraciones por la aprobación del Estatuto de Autonomía de Galicia. Pero creía que su posición pública tenía que ser la neutralidad. Leyendo su biografía, se entiende que sus ideas eran muy republicanas. Era una mujer moderna que admiraba a Lorca y a Margarita Xirgu. Una republicana de corazón.
De su vida personal apenas se conoce nada. Siempre vivió con su madre y nunca salió a la luz su orientación sexual. Cabré nos habla solo de suposiciones:
En esa época ella tenía bastante relación con grupos de mujeres donde había varias lesbianas. Hay ciertas sospechas, es bastante fácil que fueran por ahí los tiros. Aquello era un poco como el París de los años veinte: estaban la poeta Ana María Martínez Sagi, que se enamora de Elisabeth Mulder… y era amiga íntima de María Luz. Me gustaría encontrar unas cartas amorosas al respecto. Morales habría sido lo que hasta hace poco el machismo ha bautizado como “solterona”. Pero era una mujer muy respetada en su trabajo, y eso la salvaba. Era una mujer vocacional de la prensa y la literatura. Se entendía que había renunciado a tener familia, hijos y marido… por su amor a los libros.
La autora era una “feminista difusa”, quizá por ser una de esas mujeres privilegiadas que confesaban que no habían encontrado demasiados obstáculos sexistas en su vida. Y así lo confirma M.ª Ángeles Cabré que es quien mejor la conoce:
Cuando alguna vez le preguntaron por eso, decía que sus compañeros siempre la habían tratado muy bien. Realmente era una mujer muy singular. Era muy diplomática, tenía mucha capacidad de trampear. Neutralizaba bien a los hombres cuando le decían algo machista. Hacía lo que quería. Aunque el machismo estaba en todas partes, en los años de la República la gente era más abierta. Ella encontró una isla de paz cuando era joven y más atractiva. Es con el franquismo cuando viene esta situación de la mujer sumisa: el machismo se vuelve estructural. Lo debió sufrir como todas, pero no lo escribió.
“Basta con repasar su trayectoria para constatar que, quizás sin saberlo, ejerció como feminista. Nuria Varela no llama ‘feminismo difuso’ y lo sufren muchas mujeres de hoy: son feministas sin ser militantes”. El libro de Cabré recoge una anécdota clarificadora. En la década de los 70, cuando ya Morales era una veterana redactora del Diario de Barcelona, una joven periodista preguntó en la redacción quién era esa elegante mujer que acababa de entrar. Uno de ellos respondió: “Una feminista, María Luz Morales”.
La biografía María Luz Morales. Pionera del periodismo (2017) de M.ª Ángeles Cabré, directora del Observatorio Cultural de Género, confirma la extraordinaria valía de esta mujer. Y también que su olvido actual responde a “la inercia patriarcal que lleva a la desaparición de casi todas las aportaciones femeninas”.
La Historia oficial las borra –insiste Cabré–, pues eso implicaría una revisión profunda de su canon y obligaría a ahondar en las duras condiciones en que las mujeres se han desarrollado profesionalmente. Hasta los casos más brillantes han sido cancelados. Morales es uno de esos casos de inexplicable injusticia histórica. Por suerte, el interés despertado por la recuperación masiva de las voces femeninas de los años de la Segunda República nos la está devolviendo.
No cabe duda de que su esforzada carrera en un mundo de hombres, no exenta de sinsabores aunque le valiera el aprecio casi unánime de su profesión, convierte a esta gallega afincada en Cataluña en un emblemático ejemplo de lucha por la igualdad.
María Luz Morales fue un ejemplo de superación personal que recoge los frutos de la lucha que otras muchas mujeres anteriores a ella. Mujeres que lucharon muy duramente con el fin de acabar con la historia adversa de la condición femenina.