La vida de María Goyri es en parte paralela a la de Zenobia Camproubí. Una mujer extraordinaria. Formada en la Institución Libre de Enseñanza. Bilingüe en español e inglés. Muy joven, escribía cuentos para la revista Vogue.
Culta: tradujo, entre otros, a Tagore. Emprendedora: regentaba en Madrid empresas que se consideran precedentes de los modernos Paradores. Activa, moderna y libre. Pero, casi nadie la conoce más que
como la mujer de Juan Ramón Jiménez.
Sin ella, nunca hubiera publicado toda su obra su neurótico marido. Así lo desvelaba Zenobia Camproubí en su estremecedor Diario, editado por Graciela Palau de Nemes:
Ayer me dictó uno de los poemas más bellos que jamás haya escrito. Hoy lo cambió de su forma universal a un bello poema sobre España. Le pedí que no tirara la primera versión. Pero dudo que la haya guardado. Así es de arisco.
Para Juan Ramón, Zenobia fue guía, chófer, secretaria, administradora, amiga y cómplice siempre. Era también su lengua en el exilio -él se negaba a hablar inglés-, sus manos y sus pies. Su generosidad y tesón le hicieron retrasar su propia muerte –padecía un cáncer terminal- hasta saber que a su marido le habían concedido el Nobel.
Recibió la noticia y, dos días después, se dejó morir.
El poeta dijo al recibir el galardón:
Mi esposa Zenobia es la verdadera ganadora de este premio. Su compañía, su ayuda, su inspiración de 40 años, han hecho posible mi trabajo. Hoy me encuentro sin ella desolado y sin fuerzas.
Quizá era ya un poco tarde.
Lo mismo ocurrió con María Lejárraga. Fue la mayor de siete hermanos. Bilingüe en español y francés. Traductora de Shakespeare, Ionesco, Stendhal, Sartre, Ibsen…
Educada en casa por su madre, era ya maestra cuando conoció a su marido, Gregorio Martínez Sierra. Él no acabó nunca su primer año de Filosofía y Letras. Vivían del sueldo de ella.
Fue amiga de Juan Ramón Jiménez, con quien funda la revista Helios. De Falla, con quien colabora en El amor brujo, de Valle-Inclán… Pero cambió sus apellidos por los de su marido, negándose su propia identidad, y permitió siempre que él firmara las obras que ella escribía.
O María Teresa León, autora de enorme talento cuya obra quedó supeditada a la de su marido, Rafael Alberti. Era una intelectual transgresora, feminista, comprometida, trabajadora y autora de una gran obra como Cuentos de la España actual. Escribió más de veinte libros.
En sus memorias llegó a afirmar que se anuló voluntariamente como Zenobia o María Lejárraga para favorecer a su marido. Dijo que era “la estela del cometa Alberti” y asumió ese papel.
La expresión “estela del cometa masculino” nos explica muchas cosas: una dominación, simbólica pero con efectos concretos demoledores, que está en la raíz del silenciamiento y la invisibilidad que han sufrido estas mujeres.
Mujeres invisibles como Concha Méndez, otra mujer a la sombra de su marido, Miguel Altolaguirre. Ella simboliza el papel central que representaron las mujeres en las relaciones del grupo del 27 y en la difusión de sus obras. Las manos de Concha Méndez están detrás de algunas de las publicaciones más relevantes de la época.
Ella y su marido crearon la imprenta por la que pasaron revistas como Ahora, en la que publicaron Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas o Unamuno; o Caballo verde para la poesía, dirigida por Neruda, en la que participaron Lorca, Aleixandre, o Miguel Hernández, entre otros.
Concha Méndez fue además autora de libros que reflejan una voz propia y una capacidad única de expresión. Fue una de las mujeres más vibrantes de la vanguardia madrileña y la más olvidada de todas.