Son infinidad los tesoros que nos podemos encontrar en el interior del Palau Ducal y que forman parte de su valiosísimo patrimonio mueble. Quizás una de las piezas más enigmáticas y que más sorprende a los visitantes es la máscara mortuoria de San Francisco de Borja, que se halla en la recreación de la celda monacal, entre la capilla neogótica y el oratorio.
Sin duda, estos tres espacios, son los más representativos de la religiosidad del Santo y del transcurso de su vida como duque hacia su vocación como jesuita.
La costumbre de realizar máscaras mortuorias se popularizó en Europa en época medieval, a partir del siglo XIII, realizándose hasta finales del siglo XIX, aunque en el Egipto de los Faraones y en la Antigua Roma ya existía esta costumbre. Se trata de una copia fiel del rostro de la persona recientemente fallecida, mediante la técnica del vaciado en yeso y luego reproducido por medio de materiales fluidos de punto de fusión bajo, tales como cera de abejas o este mismo material combinados con resinas, con el objeto de obtener un retrato en tres dimensiones positivo del rostro.
La finalidad de las máscaras mortuorias era la de obtener un retrato perfecto en tres dimensiones de la persona fallecida. Evidentemente, éstas, se realizaban a personajes importantes, ya sea por pertenecer a la nobleza o por su trayectoria vital, con la finalidad de que su imagen se perpetuara a lo largo del tiempo. La misma misión que tuvieron los retratos pictóricos o los bustos escultóricos.
La máscara mortuoria conservada en el Palau Ducal está realizada en yeso, datada en el siglo XVIII, siendo una copia de la original que se conserva en Roma, realizada después de su muerte en el año 1572. En ella podemos ver el rostro anciano de San Francisco de Borja, sus facciones marcadas, su nariz aguilucha, e incluso se observan esbozados la barba y el bigote.
Pero ¿por qué es tan importante esta máscara? ¿Qué es lo que la hace tan especial? Francisco de Borja no quiso nunca ser retratado, ni durante su vida cortesana y ducal, ni cuando ingresó en la compañía de Jesús y llegó a ser el III General de la orden. Así que las máscaras mortuorias del santo, tanto la original, como las copias conservadas en Loyola y en el Palau Ducal, sirvieron para poder representarlo en la infinidad de cuadros e imágenes que se han ido realizando después de su muerte, y más aun después de su canonización en el 1671.
Quizás las obras de arte más famosas en la que se representa a San Francisco de Borja son las realizadas por Goya y que se conservan en la Catedral del Valencia, correspondiéndose a los lienzos de “San Francisco de Borja asistiendo a un moribundo” (1788) y “San Francisco de Borja despidiéndose de su familia”, ambos datados en 1788. También el “Retrato de San Francisco de Borja” del pintor Francisco Díaz Carreño (1878) conservado en el Museo del Prado representa perfectamente las facciones reflejadas en su máscara.
Evidentemente en el Palau Ducal también se realizaron pinturas en las que retrataron San Francisco de Borja, justo después de su canonización en 1671. Se trata del lienzo de la Glorificación, del pintor Gaspar de la Huerta y que forma parte del conjunto pictórico de cinco lienzos que decoran los techos de la Galería Dorada, mandada construir por el X duque de Gandia a principios del siglo XVIII. Otro más de los tesoros se puede admirar en el Palau Ducal dels Borja y que nos descubren a este poliédrico personaje del que este año se celebra su año jubilar, San Francisco de Borja.