‘La Cuna’, un siglo y cuatro generaciones vistiendo a la Gandia más pequeña

Hablar de “La Cuna” en Gandia es hablar de ropa infantil, de comuniones y de bebés. Este comercio que está a punto de cumplir un siglo de vida tiene una historia de cuatro generaciones entre de hilos, telas y puntillas.

Todo comenzó con la bisabuela de la actual propietaria, Ana Torregrosa. Rosario Reig vivía en Denia y se instaló en Gandia tras conocer y enamorase de un gandiense que tenía un taller en la ciudad. Nos colamos en la trastienda y, como si de una reunión familiar se tratara, toda su familia nos van contado la historia. Las anécdotas y recuerdos surgen solos y parece reforzar el fuerte vínculo que la empresa familiar ha creado.

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Su nieto, Raúl Torregrosa, la recuerda así: “Comenzó vendiendo trajes para mecánicos y ropa interior de señoras. Algunas de esas prendas las compraba en fábrica y otras las confeccionaba ella misma. Cuando mi madre, Rosario Castellá, terminó los estudios en el colegio Las Ursulinas, se incorporó al negocio y comenzó a coser ajuares de novia: sábanas, toallas, camisones, sujetadores…”. Y ahí despertó un talento innato.

 

 

No había prenda que se resistiera a sus manos, sobretodo, con la tela ‘Piel de Ángel’. Hoy diríamos de ella que era una mujer muy avanzada para sus tiempos, “con una cabeza que parecía un ordenador”. Raúl recuerda que llegó hacer un traje de comunión para una niña que estaba en México solo con una foto. Y le quedó perfecto”. Su nieta Ana destaca: “Era increíble, tenía las medidas en su cabeza y cortaba las telas sin ningún patrón o dibujo, y lo hacía perfecto”.

 

 

Era tan metódica que incluso llegó a corregir los bocetos que una de las mayores fábrica de ropa, Marla, quiso venderle. A su tienda llegó un comercial con un patrón de cuellos de comunión y mangas. «Llegó con su maletita, pero en cuanto ella vio los trajes, le dijo: ‘Ese patrón no está bien’. Y en un momento, se lo dibujó en un papel, lo cortó y se lo dio, ‘Toma, aquí tienes el correcto'». Cuentan, sin disimular el orgullo, que desde entonces la fábrica utilizó su patrón para confeccionar sus prendas.

 

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HISTORIA DE UN NOMBRE

 

Pocos saben el origen del nombre de este comercio centenario. “En aquella época, los comercios no tenían nombres, era Casa Rosario o Rosariet, pero pronto comenzaron a recomendar el negocio de la cuna”. Por que una cuna es lo había en su escaparate, una pieza elaborada por el abuelo de Raúl, que era herrero. Construyó una cuna y la dejó expuesta en la tienda de su mujer para que la vendiera. Y así se consolidó ese nombre hasta que se hizo oficial en un letrero, que sigue conservando la tipografía original. Es parte de su marca, como también lo es el papel con el que décadas después siguen envolviendo las ventas.

 

 

Allí, en el local de la calle Juan Andrés, comenzó a crecer. A Rosario Castellá la consideran sin duda una mujer emprendedora. Durante la guerra y la postguerra adquiría telas en Valencia, que luego cosía, vendía y con el dinero volvía a viajar e invertir en una nueva compra”. Siempre veía la oportunidad. Cuando sobre 1963 se empezó a construir el edificio en la plaza Jaume I, chaflán con calle Beneficencia, le ofrecieron un local en los bajos, pero ella fue más allá y quiso quedarse toda la planta baja. Allí La Cuna creció. En 1966 inauguraron el nuevo local que llegó a bendecir el entonces Abad de Gandia. Rosariet acudió al acto con su delantal de trabajo (en la foto, el terceto de la iz. es su hijo Raúl. Siempre a su lado).

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Cuando su hijo Raúl se casó con Ana Cruz Martí, Rosario le propuso a su nuera que se uniera al negocio y pronto comenzó a coser para cubrir la temporada de comuniones. Rosario diseñaba los vestidos y las enaguas, y su madre, que aún colaboraba con ella, y su recién incorporada nuera, ejecutaban el trabajo. “Entonces no habían fábricas de comuniones, yo no sabía mucho de este mundo y ayudaba en todos los remates de las prendas. Fui aprendiendo poco a poco”, confiesa. A lo que su hija salta rauda: “¡Y vaya si aprendió!”.

 

 

 

LA TERCERA GENERACIÓN

 

Raúl Torregrosa comenzó a asumir el papel de gerente de la tienda porque había muchísimo trabajo. Llegaron a estar presentesn en cinco ferias del sector: Madrid, Barcelona, Valencia y también París y Florencia. Ya entonces la tienda estaba consolidada y su producto se había diversificado: vendía ropa de premamá, prenatal y ropa infantil hasta los 16 años, calzado y también mobiliario. Y llegó otro producto estrella, que cientos de familias de Gandia recordarán: los uniformes de colegio. En verano, su escaparate se llenaba de maniquíes con los diferentes vestuarios recordando a los más pequeños que las clases volvían pronto.

 

 

El crecimiento fue tal que el local quedó pequeño, así que en 1971 adquirieron otro en la calle Mayor, de tres plantas, donde actualmente se ubica una perfumería. Llegaron a tener tres tiendas: la de Calle Juan Andrés, la que fuera el embrión; la nueva de la calle Mayor, especializada en premamá y hasta los 4 años; y la de la plaza Jaume I, que vendía ropa de los 5 a los 16 años, los trajes de comunión y los uniformes. 

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A pesar de diversificar la oferta el fuerte siempre fue la comunión. Primero confeccionando a medida y luego, además de los trajes propios, comenzaron a vender también de otras firmas. «Lo hicimos porque no teníamos suficientes manos para la demanda que había”. La Cuna ha vestido a casi media Gandia y gran parte de la Safor. Llegaron a vender casi 300 trajes de ‘marinero’ y unos 200 vestidos de comunión por temporada. Venía gente de toda España a comprar, “a veces había tanta esperando, que les proponía tomar algo en la Cafetería Moreno y que luego me pasaran el tiquet». Sin saberlo muy bien, Raúl Torregrosa estaba ya haciendo marketing.

 

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Su hija Ana muestra las libretas que aún atesora como una joya, donde su abuela apuntaba el nombre del cliente, el pueblo, las medidas, detalles de cada traje y en la misma hoja ponía ‘entregado’ y luego la palabra ‘pagado’. 

 

 

 

EL INICIO DEL CENTRE HISTÒRIC

 

Raúl Torregrosa era todo un empresario de éxito y decidió, junto a José Luis Pastor y Trini Salcedo, crear la Asociación de Comerciantes del Centro Histórico. “Teníamos una inquietud por mejorar el tráfico. Era la época en que se comenzó a hablar de peatonalizar el centro de Gandia. En un principio nos opusimos porque nuestros clientes llegaban a la puerta del comercio a cargar las compras y pensábamos que con esta actuación perderíamos clientes. No éramos capaces de ver el por qué de ese paso que daba el Ayuntamiento. Así que solicitamos aparcamientos para ayudar a los clientes y, con el tiempo, nos dimos cuenta que fue una muy buena idea”. 

 

 

 

ANÉCDOTAS

 

Cien años dan para mucho y el álbum de recuerdos se ha ido llenando de anécdotas. La familia recuerda que al final de verano, muchas clientas de Madrid que veraneaban en Gandia iban a La Cuna a comprar la ropa de sus hijos para todo el año. Raúl se acuerda, especialmente, de una clienta que tenía un yate en el club Náutico y compraba tanta ropa que “tenía que llevársela toda al barco en una furgoneta”.

 

 

A pesar de los miles de encargos que tuvieron a lo largo de la historia, afortunadamente fueron pocos los chascos que se llevaron. “Un fabricante no cumplió. Reclamamos mucho, pero el pedido no llegaba. Era un traje para la hija de un conocido músico de Gandia. Y cuando por fin tuvimos el paquete, ya en el último momento, nos dimos cuenta de que no era el traje elegido. Era un vestido de mucha categoría y el disgusto nuestro y de la familia fue brutal”, recuerda Ana todavía con angustia. Pero al final, como en todo, se encontró solución.

 

 

 

LA CUARTA GENERACIÓN

 

Como tantos apasionados al trabajo y que han dedicado su vida a ello, Rosario no quería jubilarse. Pero finalmente el relevo se produjo, aunque ella sigue allí al pie del cañón acompañando (y quizá, supervisando) a su hijo y nuera a las ferias, dando vueltas por el local y regalando consejos, porque el valor de la voz de la experiencia es incalculable. El tiempo pasó, y el mismo camino, la jubilación, le llegó a  Raúl y su mujer Ana. Y con ellos, toda una plantilla de empleadas que habían estado a su lado toda una vida.

 

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“Eran las mejores dependientas del mundo”, dice Raúl con orgullo. “Se implicaban mucho y las queríamos como hijas. Se jubilaron hace 10 años, cuando nosotros lo hicimos”. La que menos tiempo estuvo fue Serafina, y trabajó en la Cuna más de 44 años. Mari, Ana Llopis, Ana Rosa, Amparín o Pepita están presentes en la conversación frecuentemente. Ellas también son la historia de “La Cuna”. Tanto, que Ana recuerda la foto de su primer cumpleaños en brazos de una de ellas, “eran nuestra familia”. Ana Torregrosa, incorporada desde los 20 años, se quedó entonces al frente de la tienda. Pronto Sebastián Cuesta, su marido, se uniría también a la saga comercial. Entre risas, Sebastián comenta que “a la abuela le costó jubilarse, pero ahora, mi suegra hace lo mismo, nos acompaña a ferias y siempre se pasa por la tienda a ver cómo vamos”.

 

 

Ana Torregrosa es la bisnieta de la fundadora y recuerda desde pequeña su devoción por este negocio familiar. “Con muy poquitos años jugaba con mi hermana Charo a ser vendedoras. Salía del colegio, tenía actividades extraescolares, pero lo que más me gustaba era llegar a la tienda”. Lo tuvo claro siempre. Cuando cumplió los 20, supo que su camino no seguía en la universidad y su padre no lo dudó: ‘pues a trabajar’. «Llegué el primer día toda ‘monina’ y me enviaron a limpiar el almacén para que supiera bien lo que era comenzar desde abajo”.

 

 

Pero estos años al frente de la tienda no han sido fáciles. El traspado fue incluso «un poco traumático porque viví el esplendor de ‘La Cuna’ y me hubiera encantado continuar así, pero hemos tenido que volver a los orígenes, a lo que hacía mi abuela”. Ya lo sabía bien la abuela, que conocía como nadie el mercado y la competencia que ya se notaba en el sector. Antes de fallecer les decía: “Vender, traspasar o hacer lo que queráis, pero el tiempo de ganar dinero se acabó. Son tres locales y los tiempos cambian. Ahora solo se vende para vivir”. Y no se equivocaba, llegó esa dura competencia, pero también las crisis económicas.

 

 

Con la de 2008, Raúl ya estaba jubilado, así que su mujer y su hija capearon como pudieron el temporal. Se cerraron y alquilaron los locales. Y cambió por completo el mercado. “Se acabaron los tiempos del abrigo para toda la vida”. Ahora cada temporada tiene su moda y las grandes firmas venden a precios contra los que no se puede competir. La calidad, en muchos productos, pasó a un segundo plano. Por no hablar de internet. Un cúmulo de circunstancias que obligaron a hacer un parón de dos temporadas. Pero con esos genes familiares, Ana Torregrosa quería volver y en 2013, junto a su marido, tomó la decisión de reabrir, esta vez especializados solo en los trajes de comunión en la Plaça Rei en Jaume.

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Ahí siguen. En apenas dos años la famila ‘La Cuna’ celebrará su centenario. Y entonces volveremos a recordar toda esta historia que forma parte también de la historia y memoria de Gandia.

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