Nos dijo el Papa Francisco que “la alegría es misionera”, que se contagia, y que valía la pena contar lo que, en Lisboa, durante la Jornada Mundial de la Juventud, habíamos vivido. Y eso es lo que pretendo hacer a través de las breves líneas.
Si hablamos de cifras sabemos que fuimos más de un millón y medio los participantes, de los cuales 100.000 éramos españoles, y de esos 100.000 casi 3.000 fuimos los valencianos. Que se acreditaron para cubrir el evento alrededor de 3.000 medios de comunicación con 5.000 periodistas. Unas cifras que superaron todas las expectativas. Pero creedme, aún así manifestando el éxito para un país como Portugal y una ciudad como Lisboa, las cifras no fueron lo importante.
Llegué con un grupo reducido de jóvenes proveniente de diversas parroquias de la comarca de la Safor. Nos habíamos apuntado – cómo debe ser – a través de la Comisión de Infancia y Juventud de la Archidiócesis de Valencia, y ya una vez allí, nos hicimos nuestro plan. Yo había preparado a los jóvenes explicándoles que teníamos que caminar mucho, que habrían aglomeraciones, colas para comer, que haría calor y frío, y que de vez en cuando tendríamos que rezar… Pero ellos llevados por el entusiasmo no hicieron caso de mis palabras, y con un sí se echaron para adelante.
Y sí, mis queridos amigos, allí tuvimos que esperar dos trenes porque los que venían iban llenos, después de hacer media hora de cola al sol, nos tuvimos que cambiar de restaurante porque la comida se terminó, tras caminar dos horas empezó a hacer frío, y ¿sabéis que me dijeron los jóvenes? Estamos súper contentos. En las filas se aprovechaba para conocer gente, para rezar el Rosario, para cantar… En la espera se aprovechaba para hacer tertulia, para bailar, para cantar… No había comida que fuese una fiesta, ni traslado que fuese un pasacalle. Conciertos, vigilias, oraciones, eucaristía, adoraciones del Santísimo… de todo y para todos fue esta Jornada Mundial de la Juventud.
No protestaron porque tuviesen que venir a Misa, es más, lo pedían. Tuvimos la ocasión de celebrar la Misa en la capilla de la comunión de la Catedral de Lisboa, y todo sea dicho, de una Misa reducida de españoles, acabó siendo una Misa de franceses, italianos, brasileños y filipinos. ¡Guau! ¡La catolicidad de la Iglesia en estado puro!
Me tropecé con un montón de argentinos que todavía recordaban Gandia cuando la JMJ de Madrid. Me encontré con amigos de Italia, EE.UU., Siria, Iraq, Colombia, India, México, El Salvador, Congo, y, claro, también españoles. Por no hablar de los diferentes periodistas que a diario cubren la información religiosa y que, como yo, también manifestaban un feliz cansancio. Hasta los periodistas más alejados de la Iglesia, me decían: “Paco, esto es impresionante, hay que verlo para creerlo.”
No fue la JMJ del “cara al Sol”, ni la JMJ de los sagrarios convertidos en cajas, ni la de mil tonterías que se han dicho. Por poneros un último ejemplo, la noche del sábado tras el cansancio acumulado nos fuimos durmiendo en el suelo, al despertar sonó la música, pero allí nadie se levantó. De repente, una música techno sonaba de fondo y un cura dj, el Padre Guilherme (que en abril había estado pinchando en Falkata), aparecía en las pantallas. Sí, fue la mayor fiesta de pijamas, nos reímos muchísimo y ayudó a despertarnos. Desayunamos, y hasta que llegó el Papa nos dio tiempo de rezar Laudes. Sí, los jóvenes me pidieron unirse al rezo de la oración de la mañana. No creo que fuese un acto secularizado, sino simplemente algo simpático y festivo, que bien te guste la música Techno o no, ayudó a levantar a las masas que por el cansancio y por dormir una noche al aire libre, estaban todavía dormidas.
En definitiva, esta JMJ valió la pena, porque vimos al Papa rejuvenecido, porque los jóvenes se sintieron Iglesia, y porque los sacerdotes, a pesar de los grandes esfuerzos que realizamos en nuestras parroquias y grupos, vimos que de vez en cuando el Señor nos regala la alegría de contar con gente joven que reza y vive la alegría de la fe.
Paco Llorens
Sacerdote