José Miguel Borja nos espera en su despacho mientras su hija Sonsoles trabaja en un ordenador. Siempre atento, educado y sonriente, como un gran diplomático, nos saluda e inmediatamente comienza una fluida conversación sobre su vida, la personal y la profesional.
Nació en Gandia un 13 de marzo de 1945. Hijo de un afamado dentista, muy pronto todos notaron que aquel niño sería especial. No seguía las reglas convencionales y su padre no entendía por qué no quería estudiar “una carrera seria”. Pero convencionalismos aparte, viajó a Madrid a estudiar en la Escuela de Cine. Allí se rodeó de grandes personalidades. Berlanga fue su profesor, y conoció a Saura, Summer o Picasso. Una experiencia vital que acabó con el rodaje de varios documentales pero, sobre todo, impregnándole de una mirada con toques cinematográficos que caracterizará cada trabajo que hará el resto de su vida, no con poca imaginación.
También en Madrid, en la Facultad de Ciencias Políticas, conoció a Marisa Albi, su compañera de vida. Licenciado en Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, volvió a Gandia y abrió un pequeño local de venta de material óptico y fotográfico, «Borja Óptica, Foto y Cine». Su gran amigo Paco Rodríguez se encargaba del taller. Corría el año 1965.
EVOLUCIÓN
Tallaban manualmente los cristales ópticos, se realizaban algunas refracciones y vendían gafas y artículos de fotografía y cine. Todo en un ambiente familiar que invitaba al cliente a la conversación mientras esperaba que le montaran las lentes, le ajustaran el aparato auditivo o el carrete en la cámara.
El negocio prospera y José Miguel estudia Optometría para que no se quedara en una simple «tienda de gafas». Su objetivo era ya grande: «Dar una solución integral a los problemas ópticos de la visión y la audición», una premisa que ya marcó toda su carrera profesional. Su formación se forjó de la mano de grandes oftalmólogos, asistiendo a prestigiosos cursos internacionales y formando parte de organismos como la Societé d’Optometrie d’Europe.
LA HUELLA
En este punto de la conversación/entrevista, sus hijos Josemi y Luis se nos unen para destacar que siempre les preguntan aquello de “¿qué es del gran óptico de Gandia?”.
“Nuestro padre hizo grandes aportaciones al mundo de la optometría y es muy reconocido, incluso ahora”. Les pasa lo mismo a Pedro y Lucía, los dos nietos que siguen la saga familiar. Pedro, de hecho, afirma: “De él aprendí la pasión por esta profesión y tanto mi prima como yo hemos tenido profesores que conocían las aportaciones hechas por mi abuelo, es historia viva”.
Desde su ubicación inicial en la calle San Francisco de Borja, han ido ampliando y mejorando la red de establecimientos en distintas poblaciones de la Comunitat Valenciana. En la actualidad, Borja Ópticos tiene abiertas al público cinco ópticas totalmente reformadas y modernizadas, que cuentan en sus gabinetes con equipos de exploración y ayudas ópticas de última tecnología.
“Las lentes de contacto multifocales o las lentes que reducen la miopía son, sin duda, los adelantos más impensables que he visto en mis más de 40 años de profesión”, explica nuestro anfitrión, quien defiende: “Siempre he notado más emoción cuando daba sonido a una persona sorda que cuando daba vista a otra”, explica José Miguel.
Como en casi todo, la evolución de esta profesión ha sido meteórica. “Antes prácticamente no se diagnosticaba, lo veías mejor o peor. El trabajo que hacen ahora mis hijos y nietos no tiene nada que ver con lo que yo hacía. Ahora tienen unos aparatos que nunca pude imaginar ni soñar llegar a verlos”. En 1985 compraron el primer autorefractómetro, que comprobaba la graduación, determinaba la miopía, la hipermetropía o el astigmatismo “y aquello fue un salto impresionante”, apunta Josemi, su hijo. “Ahora, en 4 segundos tenemos una situación global del paciente”.
INCORPORACIONES
El factor económico que dio vida a la tienda llegó de la mano de su mujer, Marisa, quien se incorporó en el 85. “Yo no tenía ni idea de economía. Si en la caja había dinero, era señal de que iba bien. Mi mujer aplicó el rigor contable y se rodeó de asesores y, a partir de entonces, la óptica pudo expansionarse económicamente”.
No fue la única en sumarse al proyecto. “Para mí fue un alivio cuando mi hijo se incorporó al negocio, porque me encanta delegar”, comenta entre risas José Miguel. “También tuve una suerte de tener a mi lado a mi amigo Paco Rodríguez al comenzar”. Esto le dio a Borja la posibilidad de dedicarse a su otra pasión, la escritura y “lo que no pude hacer en el cine, lo plasmé en libros”. Veinticuatro títulos avalan su trayectoria como escritor.
Josemi
El hijo mayor, como suele ocurrir con los negocios familiares, desde pequeño jugaba entre gafas, cristales y carretes de fotos… “Salíamos del colegio y a casa no íbamos, veníamos a la óptica. Era un placer, sobretodo al estudio de fotos, con sus recovecos, donde había cartulinas para los fondos de las fotos y máquinas, focos, era otro mundo, un sitio mágico. También el taller, con esos aparatos enormes. Era muy curioso y divertido para nuestros amigos”.
Al finalizar el instituto no tenía claro hacia donde ir. No tenía el gusanillo de la óptica ni una vocación concreta, pero se involucró en la tienda para desarrollar el tema de audiología que fue realizando y avanzandoa poco a poco.
Luis
A Luis, el otro hijo óptico, le pasaba algo parecido que a su hermano, “llegábamos a la tienda y era todo mágico. Era entretenidísimo, allí era todo especial”.
Tampoco él tenía claro que estudiar pero optó por continuar los pasos de su padre y hermano. “Creía que seguir con la tradición familiar era algo muy bonito, esto era un proyecto de vida”. A los 22 acabó la carrera en Madrid y desde entonces trabaja en la óptica. “Tuvimos un gran propulsor, porque mi padre era lo más avanzado que había en óptica y optóctica. Cogimos su enganche y nos pusimos en marcha”.
Lucía
Es hija de Josemi y forma ya la tercera generación. “Yo me he criado en la tienda, este es mi mundo, la óptica es mi casa”. A sus 18 años, y marcada por sus antecesores, no tenía vocación definida. “Finalmente, el cariño por lo que viví siempre pudo más, y me embarqué en esto”, pero marcando su propio camino. Ya licenciada, cursó un máster de terapia visual “y ahí me dí cuenta que esta era mi verdadera vocación”.
La terapia visual es un programa de ejercicios visuales personalizados, donde se realiza una estimulación neurofisiológica que permite desarrollar, mejorar e integrar las capacidades visuales. Esta serie de actividades específicas están pensadas para corregir problemas de visión. “Trabajo más con personas que tienen problemas de aprendizaje, ojo vago, o con aquellos en los que un ojo trabaja menos que el otro, todo a través de ejercicios para que los dos ojos trabajen por igual y dar así, mayor calidad de vida. También con los pequeños que les cuesta la lectura. Muchas veces eso está relacionado con problemas visuales y no de aprendizaje. Porque el 80% de la información que nos llega de afuera es la visual”.
Su abuelo fue un pionero en la rehabilitación visual, tuvo inquietudes en este aspecto e inclusive publicó un libro cuando no había nada en España sobre este tema. Ahora que la gente pasa mucho más tiempo frente a las pantallas, se crean bloqueos acomodativos e insuficiencias al no tener la capacidad para relajar los ojos. Y en ello trabaja Lucía.
Ana Vayá, la madre de Lucía, también ha sido otro puntal importante en esta empresa familiar. En 1990 entra a trabajar pasando por todos los departamentos de la empresa, taller, ventas, almacén, publicidad, administración y control de stocks. Informatizando la gestión del negocio y en 2003 consigue la implantación del plan de calidad. Primera óptica de la comunidad valenciana en adaptar la norma ISO a la gestión de las ópticas
Pedro
Es el otro nieto, hijo de Luis. “Yo recuerdo pasar a ver a mi abuelo en la óptica y visitar a mi padre en otra óptica muy pequeña en el barrio de Roís de Corella. También lo vivió desde pequeño. “Había visto la parte periodística de mi abuelo y pensé estudiar eso, pero al final me decanté por lo que veía en casa y decidí probar a ver si me gustaba. Poco a poco la carrera se convirtió en interesante”.
Cursó un Máster enfocado a la parte clínica, a patologías, salud visual y diferentes tipos de cirugías. “Me dediqué más a las patologías y a poder diagnosticar precozmente las enfermedades. Me he especializado en retinas, en enfermedades que pueden afectar tanto a la superficie del ojo o a la parte interna”.
EL ABUELO MODERNO
A nivel personal y familiar siempre ha sido un adelantado a su tiempo, incluso algo transgresor. “Yo les decía a mis hijos ‘los preservativos están en el cajón de la mesita”. Hijos y nietos ríen y asienten. Y no ha cambiado con la edad. Hace dos años, el abuelo de 85 años regaló a sus nietas el libro “Tu sexo es tuyo: todo lo que has de saber para disfrutar de tu sexualidad”. A sus 86 años, José Miguel ya está pensando en otro libro. “Con la tablet ahora uno dicta y todo es más fácil. Mientras el cerebro funcione, yo haré cosas. Y me encanta ver que en mi familia somos una gran piña”, dice con modestia.
Josemi siente una total admiración por su progenitor. “Valoro muchísimo todo lo que creó. Y siento orgullo al ver que, finalizada su etapa profesional, continúa activo y desarrollando la mente. Es un ejemplo para todos. Y creo que es un emblema para la ciudad, tiene un gran bagaje cultural y eso se demuestra cuando aglutina en las presentaciones de sus libros o novelas a la derecha, al centro y a la izquierda”.
Luis le observa y dice con orgullo: “Fue un hombre avanzado a su época. Tanto en el aspecto humanístico como en el científico, es un fuera de serie que nos ha dejado un buen legado a todos”. Lucía mira con cariño a su abuelo, a su padre y a su tío: “Siento orgullo y también admiración por todo lo que ha creado mi abuelo. Estoy orgullosa de ser de esta familia. Siempre que digo de quien soy nieta, todo el mundo le conoce”.
Y pese a todos esos sentimientos, creen que está “infravalorado”. Es un gandiense que ha tocado muchos palos desde distintas perspectivas. “Ha sido siempre un hombre progre y lo más avanzado del momento”. Aunque su independencia o el decir siempre lo que pensaba ha dejado algún que otro disgusto a sus allegados.
José Miguel, desde su rincón y con las piernas cruzadas, escucha en silencio a sus hijos y nietos y dice: “Yo siempre he procurado educarlos en la libertad total”. Su legado parece estar en buenas manos.