‘El juego del calamar’ es la serie surcoreana que triunfa desde septiembre en una plataforma de streaming. La hayas visto o no, seguro que has oído hablar de ella. Narra la lucha de 456 jugadores que intentan resolver sus deudas mientras compiten en juegos infantiles tradicionales como El pollito inglés (luz roja, luz verde en la serie) o la cuerda. Seis en total (al menos, en la primera temporada), y pese a estar inspirados en juegos infantiles tradicionales de Corea del Sur, son modificados hasta el extremo de convertirse en violentos y aterradores.
El programa está recomendado para mayores de 16 años, pero nada más lejos de la realidad, puesto que niños y niñas mucho menores de esa edad de todo el mundo ya practican el ‘Juego del calamar’ en los patios de sus colegios. Está pasando y en escuelas a lo largo de todo el planeta, profesores están advirtiendo de cómo los menores están recreando la violencia de la serie en los recreos. Muchos apuestan a que será el disfraz estrella de este Halloween.
¿Significa esto que los menores están viendo la serie? ¿Deberíamos nosotros, como padres y madres, estar preocupados? Y llegado aquí, ¿cuál es la mejor manera de hablarles sobre este nuevo fenómeno que arrasa en todos los medios de comunicación? Estas y otras preguntas se nos plantean en nuestro afán por hacer lo mejor como progenitores y educadores. Vamos a tratar de responder a algunas de ellas.
¿Por qué a los niños y niñas les gusta tanto ‘El juego del calamar’?
En la mayoría de los casos, los menores aprenden por observación, es decir, imitan los comportamientos que observan a su alrededor y esto incluye lo que ven en televisión y los videojuegos que consumen.
Es posible que un niño no haya visto ni un solo capítulo, pero las redes sociales están abarrotadas de usuarios que copian los episodios. Sus compañeros de clase pueden estar viendo la serie en casa con sus padres o hermanos mayores y trasladan al patio unos juegos que, a priori, pueden ser muy divertidos. En ocasiones, el deseo de ser aceptado por el grupo puede empujar a los indecisos a seguir al resto, aunque se les haya advertido y explicado su inconveniencia. De cualquier manera, sin quererlo, están expuestos al fenómeno “del calamar”, una serie creada claramente para atraer a público de todas las edades.
¿Deberíamos preocuparnos?
La respuesta a esta pregunta no es fácil. Como siempre, depende. En este caso, de cómo jueguen los niños. Una versión no violenta del juego del “pollito inglés” no requiere de nuestra intervención. Ahora bien, si los pequeños fingen que se lastiman físicamente o que mueren al ser “pillados”, entonces ya deberíamos poner un poco de atención.
Realmente el problema no es tanto que nuestros hijos e hijas se vean expuestos a escenas violentas, que las hay en muchos programas y series de televisión, sino a la violencia extrema y repetitiva que muestra esta serie en concreto. Se ha demostrado que este tipo de violencia recurrente conduce a un aumento de las agresiones, tanto verbales como físicas, entre los propios menores. Este contenido, además, puede resultar traumático y generar ansiedad y otros trastornos de conducta.
Preocupa también la trama. Los niños están actuando como parte de un juego que, no olvidemos, se basa en personas que atraviesan momentos muy difíciles económicamente hablando, tan díficiles que participan en algo casi absurdo en lo que se están jugando la vida con tal de mejorar su situación. El mensaje parece ser que la violencia es la solución a los problemas o a las desigualdades económicas, justo lo contrario que como sociedad necesitamos fomentar. Por no hablar del “poder” que se otorgan los organizadores de semejante actividad.
¿Cómo podemos hablar con nuestros hijos e hijas sobre el juego del calamar?
Aunque podamos preocuparnos porque estén jugando a los juegos del calamar, quizá tenemos ahí una oportunidad de aprendizaje y/o enseñanza. Recuerda que aunque no vea la serie, todos están expuestos a ella. Y negarlo, no lo convierte en cierto. No viven en una burbuja y no deberíamos olvidarlo. Es quizá entonces este un buen momento para hablar sobre violencia y la importancia de la convivencia y el respeto entre compañeros.
En estos casos, siempre es aconsejable expresarse en primera persona: “Me preocupa que estos juegos te causen algún impacto ahora o en un futuro”; “Me preocupo por ti y trato de protegerte, creo que no son juegos adecuados para ti”;… Esta manera de enfocar el tema hace que los niños no se sientan atacados o acusados.
Podemos hacerles también preguntas abiertas sobre sus sentimientos y conseguir así que sientan que su opinión importa: “¿Por qué quieres jugar a los juegos del calamar?; ¿Qué encuentras de divertido en ellos?”;… De esta manera ayudamos a desarrollar el pensamiento crítico en nuestros pequeños.
¿A partir de qué edad es apropiada la serie?
Aunque el nivel de madurez de un adolescente a otro puede variar del cielo a la tierra teniendo la misma edad, los expertos aconsejan que los menores de 16 años no vean la serie. El nivel de violencia es muy intenso, con personajes torturados y asesinados de manera sistemática únicamente por el sádico placer del maestro del juego. Así que, acompañados por sus padres o no, ningún menor debería ver la serie hasta el final de su adolescencia.
¿Y si nos piden ver la serie porque sus amigos la ven? Muchas veces la presión de grupo hace que los pequeños se sientan diferentes si no hacen lo mismo que el resto y tienen miedo a ser excluidos del grupo. Este es un buen momento para mostrarles que lo que puede ser aceptable para una familia, puede no estar permitido en otra y que cada cual debe tener criterio para saber lo que es bueno para él mismo y lo que no, independientemente de lo que hagan los demás. La teoría es más fácil que la práctica, lo sé…pero no por ello hay que rendirse.
Si finalmente decidimos que nuestros hijos adolescentes la vean, sería conveniente al menos estar con ellos y reflexionar sobre el contenido. Al final, no deja de ser ficción y una serie que busca entretener y enganchar al espectador mediante una historia muy alejada de la realidad. Así es cómo deben percibirla y nosotros, asegurarnos de que así la perciben.