La pintora Delhy Tejero fue siempre una mujer difícil y compleja. Su acentuada sensibilidad la mantuvo siempre en continua zozobra entre el entusiasmo y la desesperación. Siempre dudó de su propia valía y ello la llevó a destruir muchas obras que no alcanzaban su elevado nivel de autoexigencia.
Sueño con pintar con los colores puros, sin ensuciaros. No como los impresionistas, que los mezclan por proximidad en el cuadro. Sueño tal vez con un mundo que no es el que vemos, porque la realidad es toda sucia y mezclada. El Arte nuestro no debe de ser una reproducción de esa realidad. Ha de extraer y reunir, aunque sea con estridencia, las cosas limpias y puras.
El pintor moderno, si quiere, puede ser clásico; el clásico no debe ser moderno; está es la diferencia.
El arte no descansa ni se detiene; ahora debiéramos estar en la pintura atómica.
Como homenaje a Tagore y a la India cambió su nombre, Adela, por Delhy.
Adela Tejero Bedate nació en Toro (Zamora) y arrastró siempre la profunda tristeza de haber perdido a su madre a muy temprana edad.
Dejó testimonio de ello en sus Cuadernines, diarios que escribió a lo largo de su vida:
Si viviera mi padrico no me atrevería a decir esto, me dolería que él lo supiera, pero por más que lo intento no recuerdo ni un solo día de felicidad jamás. En toda mi infancia solo recuerdo un sufrimiento intensísimo, no estaba de acuerdo con nadie ni con nada.
Su padre, secretario del Ayuntamiento de Toro, crio solo a Delhy y a sus dos hermanas.
La futura pintora recibió clases de dibujo en la Fundación González Allende, afín a la Institución Libre de Enseñanza, y publicó sus primeras ilustraciones en El Noticiero de Toro.
En 1925, su padre la envía a Madrid al colegio «San Luis de los franceses» para que estudiase francés, taquigrafía y corte y confección. La convulsa vida de Madrid de los años veinte del pasado siglo no se parecía mucho a la tranquilidad de Toro. Lo sabía bien su padre que no veía con buenos ojos la idea de Delhy de ir a estudiar Arte a la capital. El colegio de monjas lo tranquilizaba.
Ella, descontenta de las monjas, se examina para entrar en la escuela de Artes y Oficios. Su intención era prepararse para entrar en Escuela de Bellas Artes, lo que consiguió en 1926. Esto le permitió trasladarse a la Residencia de Señoritas, dirigida por María de Maeztu, una de las instituciones laicas más importantes en la historia de la educación de las mujeres en España, versión femenina de la Residencia de Estudiantes
Allí entabló amistad con Maruja Mallo, Remedios Varo y Piti Bartolozzi, que la retrató así:
Delhy, mujer guapa, era un tanto extravagante; la que más llamaba la atención por sus atuendos, confeccionados por ella misma, se pintaba las uñas de negro, y se cubría con una capa negra, lo cual unido a su pelo negro le daba un aspecto misterioso, fumaba en boquillas largas y cambió su nombre de Adela por Delhy, influida por cierto exotismo de la época y queriendo renunciar así a un pasado tradicional que la asfixiaba.
El Ministerio suprimió la beca que le permitía seguir viviendo y estudiando en Madrid. Ante la disyuntiva entre volver a casa o seguir en Madrid, Delhy Tejero —como corresponde al modelo de mujer emancipada que en España se conoce como las modernas— se propuso conseguir la independencia económica para tener la libertad de continual los estudios que había elegido.
Se presentó con sus dibujos en la redacción de varias revistas, ofreciéndose para colaborar en ellas: El Liberal, Blanco y Negro...
Crea una serie de personajes inolvidables: hadas, brujas, figuras protectoras que remiten al universo de la infancia. Muestra, por primera vez, numerosas técnicas experimentales, entre ellas la delcomanía (en 1939, su creación se atribuiría injustamente a Óscar Domínguez) para su serie de “Brujas o Duendinas”, que constituyen una gran novedad y que son muy alabadas por críticos como Manuel Abril.
Su personalidad atormentada es el tema fundamental de sus pinturas. La realidad exterior solo aparece como marco. Ella misma es el verdadero objeto de su arte.
Sus autorretratos son una auténtica “biografía espiritual”. Como declara Pilar Gómez Bedate:
Es en estas pinturas donde se proyecta más directamente la tensión de una personalidad escindida que desea a su otra mitad: la madre, el alma gemela, su propia imagen en el espejo.
Gracias a una beca de la Junta de Ampliación de Estudios , viajó a París y Bruselas para profundizar en la técnica de la pintura mural.
Al regresar, obtuvo plaza fija de profesora y ello le permitió montar su propio estudio.
El estallido de la Guerra civil de España la sorprende en Túnez y ello la obligó a entrar en España por Portugal hasta llegar a Toro. Allí ejerce como profesora de dibujo un año. Al tiempo realiza pinturas murales en Salamanca y Burgos.
En Toro choca con la realidad: compañeros muertos, en el exilio o instalados en el régimen franquista. Regresa a Madrid y se encuentra con un expediente por haber abandonado sin permiso sus clases en la Escuela de Artes y Oficios.
Harta de violencia, sale de España. Pero en Florencia no encuentra aliciente para su formación:
La Academia no puede ser más antipática. Además del ambiente molesto, donde no se puede laborar nada, los pocos alumnos que hay no saben nada.
Viaja a Capri y abomina de un mundo superficial que vive de espaldas a la guerra española y hace oídos sordos a la amenaza del totalitarismo en el mundo.
De Capri salta a París, donde empezará su etapa más productiva e interesante. Ahí coincide con André Breton y Remedios Varo y conoce a Picasso.
Siente renacer su energía:
Los pintores de vanguardia qué locos y simpáticos son. ¿Por qué estaré feliz esta noche? me encuentro bien con ellos (…). Qué pena, nunca había sentido esta sensación de ansia de vivir.
Este renacer culmina con su participación en la exposición Le rêve dans l’art et la litterature, junto a Miró, Klee, y Remedios Varo entre otros.
Pero el éxito no acaba con su inseguridad vital. Se siente desplazada y sufre por su falta de autoestima:
Evoluciono de una manera grande: no creo que haga nunca una gran obra de arte porque, aparte de que tenga o no talento para hacerla, es y será una de las principales causas de mi inestabilidad.
Al regresar a España, en 1939, destruye gran parte de su obra surrealista. Delhy Tejero había entrado en una crisis religiosa que la lleva a cuestionarse la libertad de la que siempre había hecho gala e incluso su antigua obra, especialmente sus desnudos. Destruirá todos los que caen bajo su alcance.
La causa fue en parte la muerte de su padre, y también un despertar de la teosofía a la que se había acercado en París. Pero más aún por la influencia del padre César Vaca.
Su obra sufre bandazos que la dañan y le quitan coherencia: realismo, cubismo, surrealismo. Pintura mural, esmaltes, vidrieras…
Es como si su inseguridad vital se reflejara en su obra.
En su producción hay tres grandes etapas: la primera, ya citada, como ilustradora gráfica, que compagina con la pintura al temple en su tríptico Castilla.
Así como con retratos de miembros de su familia,
y autorretratos:
Y tantea también el regionalismo realista.
La segunda, que destruyó en la mayor parte, responde al influjo del surrealismo francés. El paisaje se puebla de misterio y se acerca a la estética de Paul Klee.
Y la tercera representa su etapa de madurez.. En ella siente una gran admiración por Kandinsky y también por sus maestros: Julio Ramis y Ángel Ferrant.
La autora acuña el término “perlismo” porque introduce en el cuadro pequeñas cuentas o perlas de cristal.
La pintura mural se convirtió, tras su crisis religiosa, en uno de sus trabajos principales. Aunque toda su vida había pintado murales.
Son suyos los del Hotel Condestable de Burgos o el Cine Palacio de la Prensa… Y destaca el que decora el salón de sesiones de la casa consistorial de Zamora.
Está formado por tres lienzos, dorados y pintados con técnica mixta. En él aparecen los protagonistas de la historia de Zamora asistiendo a la lectura del Fuero: el rey D. Fernando I y Doña Sancha; los tres estamentos representados por un monje, un mercader y un guerrero; el Cid y los hijos de los reyes, Don Sancho, Doña Urraca, Don Alfonso, Doña Elvira y Don García.
En sus últimos años realizó dos grandes murales: el de Tabacalera de Sevilla y el del Colegio Nuestra Señora de los Ángeles en Madrid.
Su trabajo como muralista es, además de inédito en una mujer, de gran calidad.
La pintura mural era la más prestigiosa y, por ello, era una técnica que apenas cultivaron las mujeres hasta hace poco tiempo. Según Germaine Greer, tradicionalmente, se consideraba que las mujeres hacían obras de pequeño tamaño, más acordes con sus supuestas características naturales, como la minuciosidad o la delicadeza. Además, era difícil que las mujeres recibieran encargos, privados o públicos, ya que sus creaciones eran menos valoradas que las de los hombres. Y el mural suponía para ellas la exposición pública y la colaboración con otros artistas.
No obstante, hay ejemplos de pintura mural hecha por mujeres en España que se remontan a finales del siglo XIX, como es el caso de la decoración que hizo Alejandrina Gessler y Lacroix, conocida como Madame Anselma, para el techo del salón central del Ateneo de Madrid en 1891.
También algunas de las más sobresaliente pintoras del exilio hicieron murales, como Maruja Mallo y Remedios Varo. Esta última, recibió el encargo de decorar uno de los pabellones del Centro Médico de Ciudad de México, donde el muralismo alcanzó su máximo desarrollo, aunque no llegó a terminarlo.
Delhy Tejero presentó varias exposiciones personales a lo largo de su vida. Destacan las celebradas en la Galería Estilo (1946), Museo de Arte Moderno (1947), Instituto Boston (1951) y Salas de la Dirección General de Bellas Artes (1955). Expuso, además, en Salamanca y Valladolid (1959). En el mundo de la abstracción, participa en algunas exposiciones colectivas importantes: en la Bienal Hispanoamericana, de Cuba; Exposición de Arte Contemporáneo, de Buenos Aires en 1947 y Arte Abstracto en España, celebrada en Santander en 1953, siendo la única mujer artista invitada.
También fue una de las primeras ilustradoras. Ilustra Poemas A de su amiga Marina Romero, sufragado por la Asociación de Alumnas de la Residencia.
Delhy Tejero murió un día sin sol, como ella quería, el 10 de octubre de 1968. A pesar de su salud precaria, estaba en plena actividad artística.
Su audacia para afrontar lenguajes nuevos, su lucha, en compañía de muchas otras de sus contemporáneas, para conquistar espacios para la mujer en el ámbito de las artes durante los años veinte y treinta, son su legado, aparte de sus obras.
La ciudad de Zamora tiene un mural en su memoria, en la Cuesta de La Morana.
El mural consiste en la imagen de dos jóvenes alegoría de la música; una de ellas lee la partitura y la otra es la voz, representada con una hilera de pájaros. Los colores son muy característicos en la obra de la artista, con formas geométricas y transparencias.
Delhy Tejero fue siempre, en la vida y en el arte, una mujer libre:
Yo no busco, encuentro.
(…) Me parece que la gran libertad de un artista está en hacer en cada momento lo que sienta y lo que quiere. Y no vale la pena hacer el esfuerzo de recordar dónde se llega, para no moverse del sitio donde se está uno cuando está convencido de que se estuvo muchas veces en sitios que se dejaron. Yo pinto con ilusión siempre y creo que las distintas modalidades, conceptos, no se queman, no tienen meta. Se puede volver a etapas anteriores porque eso es la libertad del artista, pues en el espacio limitado con que cuenta va a llevar lo que ha retenido, porque ya lo ha visto o a encontrar lo que no esperaba.
Una mujer en lucha siempre por liberar sus sueños, por hacer real lo imposible:
Yo llamo a mis dibujos jaulas de mis sueños, los caprichos intentan romper los barrotes de esa jaula, dar forma a los anhelos ilimitados e imposibles…
Además de su obra pictórica, Delhy Tejero nos ha dejado Los Cuadernines, diarios en los que una escritura personalísima y veraz que refleja sin reservas las tribulaciones de una vida de sobreviviente que parece calmarse, al menos en sus estrecheces e incertidumbres, a su vuelta a España tras finalizar la guerra civil:
Lo que quiero muchísimo en el mundo son mis cuadernines, me dolería perder una sola de sus hojitas, más que cuanto poseo en este mundo, no podría explicar a nadie por qué, pues aunque todo son tonterías, hay para mí una cosa de compañía, de acercamiento que es lo único verdaderamente cerca de mí; aunque todo el mundo desapareciera, si yo tenía mis cuadernos no estaría sola.
En palabras de Tomás Sánchez:
Un verdadero álbum de instantes que plasma en simetría cabal las tribulaciones del espíritu de Delhy y las de una Europa sometida a imprevistas circunstancias estéticas, sociales e históricas que zarandearon el continente en numerosas tensiones que la artista zamorana conoció desde el asombro, y también desde la indefensión.
Ni la vida ni la obra de Delhy Tejero merecen el olvido en el que las ha sepultado su propio tiempo.