Crecer y aprender en tiempos de pandemia

Educadoras y profesores explican cómo está afectando la Covid a las rutinas de los escolares

Once meses hace ya que se decretó el primer Estado de Alarma a consecuencia de la pandemia de la Covid-19. El mundo se paró y se encerró en casa. Escoletas, colegios e institutos también. Entonces nadie pensaba que aquel 13 de marzo se cerraban las aulas para lo que restaba de curso. Con la incertidumbre en el aire, las semanas pasaban y se inició una carrera frenética por subirse al carro de las tecnologías y empezar a hacer uso de la infinidad de aplicaciones y recursos que ofrece internet para poder continuar, de la mejor manera posible, las clases. Cada ciclo se adaptó como pudo. Y cada alumno y alumna, también.

 

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Tampoco nadie sospechaba entonces que un año después todavía el sistema seguiría adaptándose a las consecuencias de una pandemia mundial que ha puesto el mundo patas arriba. A los inconvenientes logísticos que provoca esta crisis sanitaria en los centros educativos, el profesorado ha tenido que incorporar también a sus metodologías el componente psicológico o anímico del alumnado. Desde lo pequeños de las escuelas infantiles hasta los adolescentes en el instituto, todos ellos han sufrido en sus vidas personales grandes restricciones y privaciones que, en muchas ocasiones, son difíciles de gestionar. Eso, inevitablemente, se traslada a las aulas, a su comportamiento y a su rendimiento.

 

 

Hemos hablado con profesionales de la educación de todos los ciclos para comprobar si realmente se han notado diferencias en la actitud de los alumnos, porque muchos expertos advierten del aumento de fracasos escolares, casos de ansiedad e incluso depresión en edades muy tempranas, que pueden y están derivando en otro tipo de trastornos de la conducta.

 

 

 

SECUNDARIA

 

Secundaria es el ciclo que parece estar más afectado, al menos en el momento presente. Es la adolescencia, el cambio del colegio al instituto y una época vital de crecimiento, desarrollo y definición de la personalidad. En esta etapa, los problemas se centran, sobre todo, en la concentración y el rendimiento del alumnado. El brusco y prolongado paréntesis en la vida social de los adolescentes ha provocado que la interacción social muchas veces se traslade al interior de las aulas, que se convierte en el único punto de encuentro.

 

 

Clases semipresenciales, cuarentenas preventivas, ausencia de profesores…. Esta inestabilidad dificulta la concentración, poder tener una continuidad en el avance de las materias y está provocando que muchas veces “les pasemos la responsabilidad de su aprendizaje a ellos, pero no tienen las herramientas ni la madurez necesaria para seguir las clases sin apenas ayuda”. Si bien nunca se puede generalizar en estos casos, la tendencia es que aquellos estudiantes que se quedan en casa, reducen su rendimiento y trabajo en pro de su entretenimiento.

 

 

En ese sentido, Josep Sendra, profesor de ciencias en el IES María Enríquez de Gandia, relata el gran muro con el que se topan: “En Secundaria ya hace años que competimos con los dispositivos electrónicos, que ofrecen mayoritariamente contenidos audiovisuales. Nos cuesta mucho esfuerzo conseguir que el alumnado mantenga la concentración y el ritmo de trabajo adecuados. Y la situación actual de la pandemia ha añadido un plus de dificultad en esta batalla”.

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Y en el fondo, explican desde el grupo de Ámbito Científico del instituto, persiste una maraña de sentimientos que va desde la apatía a la culpabilidad, ansiedad en algunos casos y sensación de injusticia en muchos otros. Por un lado, los estudiantes que trabajan de forma semipresencial (1 día/semana en clase, 1 día/semana en casa) se sienten “justamente perjudicados respecto a los otros”. Porque cuando están en casa, “desconectan de la vida escolar. Si ahora no entienden algo, la culpa es de ellos por no estudiar o no hacer los deberes los días que no tienen clases. Pero están solos y el sistema les ha cargado a ellos con toda la responsabilidad y eso muy injusto”.

 

 

Por otro lado, cuando a un alumno o alumna le toca confinarse, pierde el ritmo. Durante el confinamiento fue diferente, porque todos estaban en sus casas, por igual. Ahora, él o ella está en casa y el curso continua sin él o ella, “aunque siguen esperando que estudie igual, se examine, trabaje… Cuando vuelven, llegan perdidos, con una sensación de injusticia y algunos se rinden. Faltar dos días es una cosa. Faltar dos semanas, otra que puede significar medio trimestre ‘perdido’”, explica otro profesor del María Enríquez.

 

 

Pero hay otros factores, destaca Josep Sendra. “Creo que les afecta mucho la incertidumbre sobre muchas cosas, como por ejemplo sobre si los centros cerrarán, algo que algunos desearían; el seguimiento de las clases en régimen de semipresencialidad, por las limitaciones de aforo; la irregularidad en la asistencia de alumnos y profesores por los confinamientos preventivos; la falta de interacción casi total en las aulas; etc.”. Además, el año pasado se facilitó mucho el aprobado y muchos creen que este curso será igual. Con todo eso se hace muy difícil mantenerlos centrados”.

 

 

La mascarilla está totalmente integrada en el día a día, pero en el ámbito educativo resulta especialmente “incómoda”, porque interfiere en la comunicación no verbal “mucho más de lo que nos imaginamos”, lamentan. “Es muy difícil saber cómo están o que ellos sepan cómo estás tú”. Con ello, la gente que era tímida, directamente se ha convertido en “invisible” porque ya no se decodifican las expresiones faciales y se pasan por alto.

 

 

El factor distanciamiento a la hora de trabajar en clase ha multiplicado los alumnos que no entienden ni preguntan. El apoyo entre compañeros para seguir las explicaciones se ha perdido y los que necesitan más ayuda deben lanzarse y preguntar delante de todos. Y eso no resulta fácil. “Algunos tienen vergüenza de mostrar que no entienden las cosas y otros van tan perdidos que ni siquiera intentan preguntar. Eso acaba en apatía y se abstraen de lo que se está haciendo en clase”.

 

 

 

PRIMARIA

 

El alumnado de Primaria, en general, “se ha adaptado súper bien a pesar de lo estrictas que son las normas. Han asumido con normalidad que las cosas han cambiado. Pero no dejan de ser niños de entre 6 y 12 años, que ya no están todo el tiempo que deberían en la calle, relacionándose con sus amigos y amigas. Pasan mucho tiempo en casa, y al final, recurren a las pantallas”.

 

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Rosana Súñer es la directora del CEIP Roís de Corella y profesora de 6º de Primaria. Su larga experiencia laboral le permite afirmar con rotundidad que los estudiantes “no están igual que otros años”. Los efectos colaterales de la pandemia, es decir, los que no están relacionados directamente con la enfermedad del coronavirus, han potenciado muchas de las carencias que tenían los menores. “Los que estaban despistados, ahora lo están más. Los que eran nerviosos y necesitan mucha actividad, están más nerviosos porque no consumen esa energía; el desordenado, ahora es más caótico… Esto requiere tener mucha más paciencia con ellos, no porque se porten mal, sino todo lo contrario, para ayudarles lo máximo, porque ahora necesitan mucha más ayuda”.

 

 

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La organización en los centros educativos ha cambiado radicalmente. “Sólo con la división por grupos, los turnos para entrar, la limpieza de manos, la desinfección de espacios… se pierde mucho tiempo que se resta de las clases. Está todo muy bien estructurado, y el profesorado está haciendo un trabajo excelente, muchas veces cosas que no les corresponden, pero es lo que hay”. El Roís de Corella es uno de esos centros privilegiados en lo que a espacio se refiere, y su claustro de profesores y profesoras ha sabido sacar provecho de ello. Por ello, siempre que se puede, utilizan las aulas que han improvisado en los patios y jardines. “Y ellos lo agradecen muchísimo. Se nota cuando dan las clases fuera, porque se concentran más, están más relajados y la clase muchas veces se queda corta. Es evidente que necesitan estar en la calle”, reconoce Súñer.

 

 

 

SEGUNDO CICLO DE INFANTIL (3-6 AÑOS)

 

Otro de los aspectos que muchos docentes resaltan es la pérdida del trabajo de los especialistas. En el caso de los grupos del segundo ciclo de Infantil, se trabaja con los llamados grupos burbuja. Pero ahora el cambio de profesores y el paso de los especialistas por cada aula resulta inviable. Cada centro se ha reorganizado a su manera, pero “nunca será lo mismo que música, inglés o psicomotricidad las imparta el tutor a que lo haga siempre el especialista, por no hablar de los niños con necesidades especiales. Están atendidos, por supuesto, pero siguen faltando muchos recursos. Y si esto se alarga, se va a tener que repensar toda la organización”, advierte Salva Ferrer, educador infantil en el CEIP Cervantes de Gandia.

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Las fiestas, festivales, salidas, excursiones… Toda esa actividad “extracurricular” pero igual o más importante en el desarrollo de los niños, sobre todo, en la etapa infantil, se ha perdido. “Y eso son carencias evidentes”. Pero los niños, destaca Salva, “llegan súper contentos al cole. Nos hemos llevado una enorme sorpresa, porque pensábamos que esto sería dificilísimo y complicado. Tenemos limitaciones, claro, pero nos hemos adaptado todos.  Te pones las pilas, propones cosas diferentes y las haces”.

 

 

 

PRIMER CICLO DE INFANTIL (0-3 AÑOS)

 

La primera consecuencia que han notado en Les Escoletes ha sido el notable descenso en el número de matriculaciones. Y las familias que comenzaron el curso, lo hicieron con cierto temor por la incertidumbre y lo novedoso de la situación. Pero con el paso de las semanas, todo fue normalizándose. Pero entonces llegaron las Navidades, la tercera ola y la tremenda expansión del virus en la comarca. Y con ella, volvió el miedo y el absentismo.

 

 

Los pequeños son muy susceptibles a estos cambios en sus rutinas. “En esta etapa es muy importante el trabajo de las emociones, y sólo el hecho de que todos los educadores lleven mascarilla, impide que los más pequeños capten cualquier muestra de afecto a través de una simple sonrisa, lo que nos ha llevado a potenciar la expresión de la mirada y reforzar cualquier gesto amable, más si cabe, con palabras”, explica Cristina Camps Arce, educadora infantil. También se echan en falta las muestras de afecto, los besos y abrazos “que son los transmisores de tranquilidad y confianza hacia los más pequeños cuando se encuentran lejos del entorno familiar”.

 

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La participación de las familias ha desaparecido al no poder acceder estos a los centros. Esto ha sucedido en todos los ciclos, pero en la etapa infantil esa implicación contribuye al crecimiento de los niños y niñas y crea un vínculo especial al compartir su espacio de aprendizaje con sus progenitores y sus educadores.

 

 

En cuanto al comportamiento de los padres, se dan todos los casos, tal y como señala la coordinadora de la Escoleta Infantil de Santa Anna, Eva Mª Ormeño Jiménez. Aquellos que llevan a sus hijos e hijas aunque con cierta preocupación; aquellos que, aún con temor los dejan en la guardería para poder acudir a sus trabajos; y aquellos que confían plenamente en el sistema y priorizan que las rutinas de sus pequeños sigan dentro de la máxima normalidad posible.

 

 

La conclusión es previsible. “Los niños y niñas de entre 0 y 3 empiezan a tener conciencia de todo su entorno. Las restricciones impuestas, la reducción en las interacciones sociales, en definitiva, la vida que se ha impuesto en el último año, es una nueva normalidad que para ellos es, simplemente, normalidad. Es la que han conocido y, por tanto, se han adaptado bien”. Sólo el tiempo dirá, y puede que no a muy largo plazo, si esta forma de vida que a adolescentes y adultos tanta factura está pasando, dejará alguna mella en las generaciones que empezaron a vivir con el Covid.

 

 

Ante este panorama, teorías negacionistas aparte (que también las hay entre los más jóvenes), resultan evidentes las repercusiones que la pandemia, 11 meses después de dar un vuelco a nuestras vidas, está teniendo entre los estudiantes, sean del ciclo que sean. Unas consecuencias que, irremediablemente, también afectan a la propia comunidad docente que, desde aquella primera tormenta de aplicaciones móviles y reuniones telemáticas allá por el mes de abril, ha hecho un tremendo esfuerzo por renovar la metodología educativa y adaptarse a los nuevos modos educativos que la pandemia ha creado.

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