Concha Méndez. La más olvidada de todas las modernas

Llegué a Concha Méndez a través de la biografía de Luis Cernuda.

Concha Méndez, una mujer generosa y valiente, en su exilio en México acogió a decenas de exiliados como María Zambrano o Luis Cernuda, que se instaló en su casa más de una década y allí murió.

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La nieta de Concha Méndez, Paloma Ulacia Altolaguirre, lo recuerda así:

Cernuda se convirtió en familia. Vivió en casa de mi abuela once años, en el cuarto del segundo piso, y fue partícipe de la crianza de mis dos hermanos mayores y de la mía; mi hermana pequeña nació cinco años más tarde, a unos meses de la muerte del poeta. Cernuda fue un abuelo queridísimo; en mi caso, mi primer amor.

 

Concha Méndez fue una de las grandes en los años veinte. Sin su tarea en la imprenta, compartida con Altolaguirre, muchas de las obras de la Generación del 27 no hubieran visto la luz. De su tarea editorial y tipográfica son ejemplo revistas emblemáticas como Héroe y Caballo verde para la poesía.

 

Pero no solo fue impresora. Fue una gran deportista campeona de natación y una gran escritora: poeta, autora de guiones cinematográficos y dramaturga. Una de las figuras más atractivas del panorama vanguardista español de los años veinte y treinta. Una mujer muy moderna, audaz y cosmopolita.

 

El nombre y los apellidos de Concha Méndez –escribió María Zambrano, prologuista de las memorias de la autora, Memorias habladas, memorias armadas– son «de los que llenan el momento que se está viviendo».

 

Su condición de mujer, en un mundo patriarcal como el de entonces, la perjudicó mucho. Siempre estuvo a la sombra de hombres como Buñuel, Alberti, Lorca, Altolaguirre…

 

Empezó a escribir poemas bajo la influencia de Lorca y de Alberti, después de haber roto un largo noviazgo con Luis Buñuel. Y luego se casó con el poeta Altolaguirre. Pero Concha Méndez fue bastante más que la alumna de Alberti, la esposa de Manuel Altolaguirre o la novia de Buñuel.

 

Su fuerza interior y su deseo de ser ella misma la convirtieron en una presencia fija en algunas de las tertulias más relevantes del Madrid vanguardista de los años veinte. Y su firma puede encontrarse en revistas prestigiosas como La Gaceta Literaria, Hèlix o Parábola.

 

Algunos de los artistas plásticos de su entorno, como Gregorio Prieto o Maruja Mallo, la retrataron.

 

En deporte, destacó en varias especialidades:  el tenis, la gimnasia, las carreras de automóviles.

 

Pero sobre todo en natación. Fue campeona de los campeonatos de Guipúzcoa. En sus memoria refleja esta afición familiar temprana:

Los concursos de natación se hacían en la dársena del puerto [de San Sebastián], así que teníamos que conocer el mar. Aún siendo pequeñitos, mi padre empezó a soltarnos en el agua; empezó por mí y así siguió con todos; tres meses al año no hacíamos más que nadar. La mayoría de mis hermanos fueron buenos nadadores: Pedro fue a representar a España en la Olimpiada de París; otra de mis hermanas fue campeona nacional y recibió de manos de la reina una copa de plata.

 

Su interés por el cine y el espíritu de aventura la llevó a emprender algunos viajes fundamentales en su proceso de emancipación (Londres, América del Sur). Viajes que la convierten –según escribió Gregorio Prieto– en «pionera», prototipo de una mujer cuya iconografía ha quedado en las páginas de la historia de nuestro siglo, versiones literarias incluidas.

La risa y el misterio juntos era siempre ella. Se esperaba que dijese más cuando ya lo había dicho todo. Era una mujer con arrojo y también con algo de misterio que no conseguía del todo ocultar,

escribió María Zambrano, al retratar a su amiga Concha.

 

Concha Méndez Cuesta nació el 27 de julio de 1898 en Madrid. Su madre pertenecía a la aristocracia. Su padre era un hijo de albañil que supo enriquecerse reformando viviendas.

 

Ella era la mayor de los once hermanos. Recibió educación en un colegio francés, lo que se percibe quizá en sus primeros versos.

 

El ambiente familiar no la ayudó a formarse intelectualmente. Sus padres no la dejaban leer y tuvo que acudir a un vecino y a su biblioteca para saciar su sed de lectura.

 

Un día, un amigo de sus padres, de visita, les fue preguntando a sus hermanos qué querían ser de mayores. Como la ignoraba, ella se acercó para decirle: “Yo voy a ser capitán de barco”. El amigo la miró tiernamente y le dijo: “Las niñas no son nada”.

 

Esas eran las frases de aliento que recibía en su entorno. Pero ella nunca se rindió.

 

Durante su juventud, Concha Méndez era una mujer deseosa de conocimiento, consciente de que existía un mundo desconocido que tenía que descubrir. Las amistades del Lyceum Club de Madrid la ayudaron a encontrarlo.

 

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Y será Maruja Mallo la encargada de despertar en ella un mundo diferente, lleno de posibilidades y experiencias. Concha Méndez era, por entonces, una joven atrevida que conducía su Citröen por las calles de Madrid.

 

Siempre tuvo claro que debía ser libre de los estereotipos de la época y se hizo célebre en Madrid escandalizando a los biempensantes, del brazo de Maruja Mallo, como una de las sinsombrero.

 

Al ver la noticia del escándalo en el periódico, su padre rasgó el retrato que Maruja Mallo había hecho a su hija, acusándola de aparecer en la prensa “como un vulgar criminal”. Y no volvió a hablarle.

 

Su madre llegó a golpearla en la cabeza con el auricular del teléfono, al escuchar una conversación de Concha Méndez con una amiga en la que le confesaba que iba de oyente, a escondidas, a la Universidad. La cicatriz, recuerdo del incidente, la acompañó siempre.

 

La literatura-escritura será para Concha Méndez la forma de ser libre.

El retrato de sí misma que ofrece en su obra es el de una mujer que duda, experimenta el miedo, exhibe una gran sensibilidad, pero, al mismo tiempo, tiene una clara conciencia de cuál debe ser su papel y dónde debe estar su lugar en el mundo. Un modelo de mujer contradictorio y complejo, activo y, a la vez reflexivo,

nos dice, en su tesis sobre Concha Méndez, Begoña Martínez.

 

A esta etapa esencial de su vida pertenecen sus tres primeros libros publicados: Inquietudes, Surtidor y Canciones de mar y tierra.

[Img #25915]Presentan una imagen de la mujer emancipada, inusitada hasta entonces. Profundamente rupturista con la sociedad conservadora. Una imagen de mujer moderna que asume el papel de la autora literaria de poemas vanguardistas. En ellos, se rebela contra el modelo tradicional de la mujer burguesa, asociado a la madre-esposa, compañera del hombre-escritor.

 

Muy pronto, afloran tensiones entre sus aspiraciones personales y las limitaciones que le impone su familia. Y decide poner tierra por medio:

Era el momento de escaparme de mi casa rumbo a Suecia. Estando en San Sebastián, una tarde preparé mi maleta. Al salir, por esas cosas que tienen que pasar, me sorprendió mi madre. Entonces le dije: «Me voy a Estocolmo». «Esto es el colmo» –respondió–. Y yo me decía: «Esto es un poema». Cogí la maleta y salí corriendo a la calle; mi madre, a gritos, empezó a llamar a la policía; apareció uno y me acusó a él. Total: decidí no volver a casa y pedí un juez. Entonces me depositaron en un hotel sin dejarme salir; ahí me quedé tres días. Como había un piano, me agarraba de él, tocando marchas fúnebres: acentuaba los does y los alargaba. Mi padre volvió de Madrid para buscarme y me prometió que, si volvía a casa, arreglaría las cosas para que pudiera viajar; me prometió muchas cosas, que nunca cumplió.

 

 

Los temas y motivos predilectos en estos primeros libros están cerca del lado vanguardista. Pero lo esencial es el afán estético de la autora por convertir en materia poética una realidad vital que experimentó intensamente: la alegría, el vitalismo y el deseo de aventura, tan propios de los felices veinte:

Desconcierto de luces y sonidos.
Dislocaciones.
Danzas de juegos y de ritmos.
Los carruseles giróvagos
entre los aires dormidos
marcando circunferencias

(«Verbena» ,1928)

 

En sus primeros libros aparece también un homenaje a la mujer deportista que cultiva su cuerpo y disfruta de la naturaleza:

LA NADADORA

Mis brazos:
los remos.

La quilla:
mi cuerpo.
Timón:
mi pensamiento.

(Si fuera sirena,
mis cantos
serían mis versos.)

 

Es significativo, para conocer su grado de modernidad, el retrato literario que le dedica Juan Ramón Jiménez que la pinta como una mujer autónoma, rebelde e inconformista:

Su mono añil puede ser de cajista de imprenta enrolada de buque, fogonero de tren, polizón de zepelín, todo por la Poesía delantera que huye en cruz de horizontes ante las cuatro máquinas (…) vemos a Concha superpuesta,  abundante, aquí y allá (…) cumpliendo voluntariosa su
vocación de Ceres de todos los elementos, Venus con caracoles y cuernos de abundancia. Concha Méndez era la niña desarrollada que veíamos, adolescentes, con malla blanca, equilibrista del alambre en el casino de verano (…) la campeona de natación, de jiujitsu, de gimnasia sueca.

 

Concha Méndez, fascinada por el cine, escribe el guion, Historia de un taxi:

El cinematógrafo despierta en mí la mayor inquietud. Quiero ser, a más de argumentista, director, cineasta. (…) Pero estamos en un país donde a la mujer no se la considera en lo que pueda valer.

 

Fue una pionera del séptimo arte, que se adelantó dos años al que entonces era su pareja, Luis Buñuel.

 

El guion se rodó en 1927. Estaba llamada a ser el estreno del año, pero nunca llegó a las salas de cine por motivos que se desconocen.

 

Su deseo de ser libre -escapó sola dejando una breve nota a sus padres- y el de conocer más a fondo lo último en cine la llevó a Inglaterra en 1929, donde conoció varios estudios cinematográficos. “En Londres encontré ambiente favorable, sobre todo en lo que a cine se refiere”, declaraba en una entrevista.

 

Allí trabajará como traductora y profesora de español y recibirá a amigos como García Lorca y Fernando de los Ríos.

 

Viajará posteriormente a Argentina, donde contactó con Norah Borges, quien realizará después ilustraciones para uno de sus libros de poemas. Trabaja en la Embajada española y se relaciona con la intelectualidad bonaerense. Concha Méndez fue la embajadora literaria de la vanguardia madrileña.

 

Concha Méndez fue un caso único de nuestras letras. Como le dijo a Paloma Ulacia la traductora Consuelo Berges, amiga personal desde que Concha Méndez viajara a Argentina:

No escribía una poesía melosa, de lamento, sino una poesía vital, colorida, por el puro gusto de estar viva. En esto se diferenció de sus contemporáneas.

 

Al volver a España, se encuentra con el ambiente de libertad que se vive tras la proclamación de la II Republica. “Aquel Madrid se convirtió para mí en el escenario que tanto había soñado”, nos dice.

 

Lorca le presentó a Manuel Altolaguirre, con quien se casaría en 1932, en un acto surrealista que terminó con Juan Ramón Jiménez “aventando monedas a los niños mientras gritaba: ‘Digan conmigo: ¡Viva la poesía! ¡Viva el arte!’”.

 

La pareja vive de 1933 a 1935 en Londres.  Su primer hijo había muerto justo antes del viaje, y en Londres nació su hija Paloma. Fueron años intensos, desde un punto de vista humano y literario, en los que Concha Méndez se dedicó al teatro infantil y escribe nuevos libros de poemas: Vida a vida, con la que introdujo en su producción poética nuevos temas y nuevas formas, y Niño y sombras, donde expresó todo el dolor que padeció al haber perdido el niño que esperaban.

Salgo a la calle y voy en ascua viva,
o voy temblando porque el mundo es triste.
Y vuelvo de la calle y entro en casa
y el mundo sigue triste sin remedio.
Y no es que falte un ángel en la estancia
que nos sonría, que nos hable al menos.
Y no es que falte un dios para las cosas,
ni ese deseo de pasar soñando
sin escuchar las quejas que en el aire
vagan por encontrar por fin el eco.

 

Depura su poesía, dejando atrás la vanguardia. Ahora utiliza un léxico sencillo y natural, alargando sus versos.

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A la vuelta a Madrid, junto a Manuel Altolaguirre, crea la imprenta La Verónica  en una habitación del hotel Aragón (imprenta posteriormente recreada en los años cuarenta en La Habana), donde editaron la revista Héroe. La actividad de Concha Méndez como editora e impresora ha sido insuficiente e injustamente valorada, eclipsada por la presencia de figuras masculinas.

Compramos una máquina pequeña, una imprenta de mano (…) Era yo quien la manejaba, la manejaba con un mono azul de mecánico. Era difícil y cansado, pero como era deportista tenía una fuerza increíble. (…) Cernuda, Aleixandre, Lorca y otros venían a vernos y a ver las revistas que nosotros imprimíamos con cosas suyas.

 

Tras el golpe de estado franquista, ella y su marido tomaron partido por la República. Eso supuso una vida en riesgo permanente, en la guerra y tras ella.

 

Concha Méndez y su hija Paloma huyeron de Madrid en plena guerra, por una corazonada de la madre. A los pocos días de abandonar Madrid, una bomba destruyó la habitación de la niña.

 

La poeta volvió a Barcelona después para encontrarse con Altolaguirre. Pero, ante el peligro de la llegada de tropas franquistas, huye con su hija a Francia. Se entera de que Altolaguirre está internado en un campo de concentración del que logra liberarse por mediación de intelectuales franceses:

Me contó que había caminado por la nieve con los pies congelados, (…) loco, en el campo aquel, se sentó frente al fuego para calentarse. Después lo rescataron y lo metieron en un hospital psiquiátrico, en el que pasó una temporada.

 

De ahí, se exilian a París y luego a México.

La Guerra Civil y el exilio no tendrán un efecto «emancipador», en la obra de Concha Méndez sino todo lo contrario. Fulminaron su carrera literaria y  sus actividades como editora e impresora.

 

A partir de su exilio, se extendió sobre su nombre y su obra un prolongado silencio, roto únicamente en el destierro mejicano cuando las escritoras de la revista Rueca la ayudaron a publicar sus libros.[Img #25921]

 

Sombras y sueños, publicado en 1944, consta de noventa y siete poemas con varios núcleos temáticos. Poemas de las sombras, soledad y dolor. Poemas de la resistencia. Poemas del abandono, en los que muestra la nostalgia de la separación, de su tierra natal, de su compañero y de su madre, muerta en esos días. Y también poemas que son un homenaje a sus poetas preferidos.

 

 

Ese mismo año, Altolaguirre la había abandonado por una rica cubana dedicada al cine. Su poesía se tiñe de tristeza:

Ya no puedo cantar, que se me ha roto

la alegre voz del ángulo del alma;

ni puedo ya reír, porque la risa

por el dolor ha sido aprisionada.

 

A pesar del divorcio, siguieron viéndose con frecuencia, y ella lo acompañaba en su cine ambulante.:

Como le iba muy mal en la imprenta, se compró un coche viejo y un proyector de cine para ir de pueblo en pueblo proyectando películas al aire libre.(…) Nuestro cine ambulante me entusiasmaba de manera parecida a aquellas primeras películas que vi: aquellas bajo los árboles del Retiro.

 

El destino quiso que Producciones Isla, fundada por Altolaguirre, rodara una película dirigida por Buñuel -que estaba exiliado en México- y escrita por Altolaguirre. Los dos amores de Concha Méndez juntos.

 

Manuel Altolaguirre moriría en accidente de coche, en 1959, cuando participaba en el festival de San Sebastián. Presentaba un proyecto de película, basada en El cantar de los cantares que ya había empezado a montar en México.

 

Su pérdida, junto a la de su padre y Cernuda, dieron un tono sombrío a los últimos poemas de Concha Méndez.

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Entre el soñar y el vivir se titula, significativamente, su último libro (1981). Son cuarenta y siete poemas, más ocho dedicados a Manuel Altolaguirre, el gran amor de su vida:

Por caminos de luces

te vi marchar un día.

Ibas, sin yo saberlo,

a internarte en las sombras

donde tenue esperanza

me queda de encontrarte.

Pero será aquel niño

que perdimos, tan nuestro,

el que ya de tu mano

llevarás por la gloria.

Sus últimos años transcurrieron en el anonimato. Los que visitaban su casa se interesaban por Cernuda o Altolaguirre, nunca por ella, nos dice su nieta.

Concha Méndez siempre lamentó el olvido en que la tenían en España.

Murió en México en 1986.

Fue una de las mujeres más vibrantes de la vanguardia madrileña y una de las editoras que dio forma a la Generación del 27.

Pero no se lo reconocieron. Gerardo Diego publicó en 1932 una antología poética del 27 en la que no se incluía a ninguna mujer. Se lo recriminaron por injusto y por machista. Y en la de 1934 incluyó sólo a Josefina de la Torre y a Ernestina de Champourcín. Tampoco estaba Concha Méndez.

Concha Méndez fue un alma libre que rompió sus cadenas viajando y escribiendo poesía, los dos pilares fundamentales de su vida. La niña que soñaba con ser capitana de barco, contra todo y contra todos, terminó gobernando su vida.

La libertad física y la del alma siempre guiaron a esta luchadora nata que consiguió ser ella misma: “la antena receptora del milagro”, “la vida sin remedio”:

Yo soy la vida en lucha

de cada hora y de cada paso.

Yo soy la fuerza de mí misma,

la antena receptora del milagro.

Yo soy la vida sin remedio.

Mi muerte no será sino un colapso;

porque después de muerta seguiré viviendo,

nadie sabe hasta dónde ni hasta cuándo.

Tenía razón. Su fuerza, su vitalidad, su triunfo permanecen en sus versos más allá de su muerte.

Ya es eterna.

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