Si sospechamos un mundo mejor, debemos luchar por él

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Cuando el científico James Lovelock (100 años) estableció las bases de la Ecología a finales de los años 70 del siglo pasado, fue objeto de burla. Hoy, afirma tajante con su acostumbrada y rabiosa independencia: “Tenemos que aprender a vivir de otra manera, así de claro. Es el momento de buscar soluciones pragmáticas. Por ejemplo, creando ciudades bien planificadas y resistentes al cambio climático.”

 

 

Según su teoría, Gaia -la diosa Tierra de los griegos- es un organismo vivo capaz de regular su temperatura y los procesos físico-químicos que en ella se producen. Si se siente agredida -caso de los gases de efecto invernadero- puede reaccionar de manera inconveniente para los humanos.

 

 

Hoy, sequías, huracanes, tsunamis, desastres ecológicos y desertización le han dado, por desgracia, la razón. El cambio climático se ha instalado entre nosotros y sus efectos se notan ya, principalmente, en las temperaturas. Por ejemplo, el verano dura ahora de media en España casi cinco semanas más que a principios de los ochenta. Y, además, es más caluroso.

La venganza de Gaia, provocada por la irresponsabilidad humana, está en marcha y afecta siempre a los más débiles.

“Fue un error que el ser humano dejara de adorar a la Tierra para pensar en dioses remotos”, dice Lovelock.

 

 

El desarrollo depredador e insostenible se ha convertido en una máquina de muerte y la vida en el planeta Tierra está en peligro.

La economía capitalista beneficia a 1500 millones de personas y perjudica a 4500. Una situación inadmisible. Los países desarrollados producen millones de toneladas de residuos tóxicos que se vierten a ríos y mares. Escasea el agua potable y decenas de especies desaparecen cada día.

 

 

Es triste que, confirmados los peores pronósticos y con la propia vida en riesgo, la alarma salte solo cuando se percibe que el desastre está afectando ya a la economía.

La Tierra es un organismo vivo que hemos heredado. No es de nuestra propiedad, solo la tenemos en usufructo. Pero la acción humana es responsable del desastre ecológico en un 90 %. Como decía el historiador Toynbee: “Destruir la Tierra ya no es un privilegio de Dios”.

 

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Diversas voces convergen, desde hace décadas y -por desgracia- predicando en el desierto, en el deseo de evitar este desastre. Voces que alertaban del peligro para la vida que suponía el maltrato al medio ambiente.

Como la del  teólogo brasileño Leonardo Boff (80 años) que, sometido en los años 80 por el papa Juan Pablo II a un proceso inquisitorial y obligado al silencio, abandonó la orden franciscana para poder seguir diciendo la verdad sin imposiciones.

Boff denuncia que la misma lógica que explota a las personas abusa de la Tierra. Sólo una ecología social que supere la injusticia y evite la pobreza puede evitar la destrucción de la vida. La injusticia global provoca hambre y migraciones. El grito de la Tierra es el grito de los pobres. Nuestro desaforado consumismo mata su posibilidad de vida y su desarrollo.

 

 

O la del padre de la Biodiversidad, el biólogo Edward O. Wilson, (89 años), “inventor” de la biodiversidad, que ruega a las personas religiosas que dejen de lado diferencias con laicos y científicos materialistas como él, y se unan para salvar el planeta.

Superar esta crisis, que ya es emergencia, supone solidaridad con los más débiles. Es necesaria una gran coalición de fuerzas éticas y conciencia colectiva.

Los poderes públicos no van a tomar la iniciativa. Hay muchos intereses. Pero los ciudadanos somos cada vez menos cómplices de estas agresiones. Necesitamos tomar las riendas para obligar a los poderes fácticos a cambiar el rumbo.

 

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La voz de la conciencia ecológica ha sido Greta Thunberg, una joven de 16 años. Empezó protestando contra el cambio climático cada viernes, sola, ante el Parlamento sueco. Ahora, el movimiento ‘Fridays for Future’ exige medidas a los políticos para frenarlo.

El pasado 15 de marzo, miles de jóvenes se manifestaron en las calles de las ciudades españolas por la falta de compromiso político contra el cambio climático. Formaban parte de ese mismo movimiento internacional, que convocaba, bajo el nombre de #strikeforfuture, más de mil manifestaciones alrededor del mundo.

No se limitan a clamar “contra el cambio climático” en abstracto, sino que exigen medidas políticas concretas para lograr que su futuro no quede hipotecado por las consecuencias del calentamiento global. Es un tirón de orejas a “la inacción institucional”, porque, como dicen en su manifiesto, “nos jugamos todo, nos jugamos nuestro futuro”. Su motivo, que les hace las veces de lema, es que “no hay planeta B”, y ponen una fecha de no retorno: 2030.

 

El movimiento ‘Fridays for Future’ en España es horizontal y, por el momento, no cuenta con líderes oficiales. Las portavocías se reparten entre muchas personas. Rechazan, una y otra vez, que se les adscriba a cualquier partido, institución y sindicato.

 

 

[Img #7405] La juventud por el clima tiene razón: esto es una emergencia climática. Según los científicos internacionales nos quedan 11 años para introducir cambios drásticos y sin precedentes en nuestro sistema social y económico antes de llegar al punto de no retorno.

El pasado 15 de marzo surgió también la plataforma ‘Madres por el Clima’, nacida para secundar las movilizaciones estudiantiles que exigen medidas contra el cambio climático como forma de politizar la crianza:

“Somos un grupo de madres cansadas de ver cómo se destruye el planeta que les dejamos a nuestras hijas e hijos. Siguiendo el ejemplo de los estudiantes, nos queremos sumar, con nuestros bebés, a las movilizaciones. Porque no tenemos otro planeta.”

 

 

Necesitamos que la movilización ciudadana que ya ha estallado en este histórico “15M climático” siga creciendo y se mantenga en el tiempo.

Será también necesario asegurar mayorías parlamentarias que apuesten decididamente por la transición ecológica justa y la acción climática como una necesidad prioritaria. Y también una gran oportunidad para nuestra economía y para la cohesión social.

La  ecología social  también es el camino que puede frenar los riesgos de la utilización mercantil del ecologismo. Porque el perverso capitalismo depredador empieza a utilizar cínicamente el reclamo de “lo verde” para blanquearlo e incorporarlo al consumo insostenible.

El compromiso cívico debe actuar de centinela del poder. Y hay que comenzar por una austeridad individual frente al consumismo. Porque hace falta un gran pacto social por la Tierra, pero hay que empezar por uno mismo.

 

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El ecologismo y el feminismo, serán los dos movimientos sociales fundamentales en el siglo XXI. El primero por la cada vez más evidente insostenibilidad del modelo de desarrollo tecnoeconómico. El segundo porque, adquirida la autoconciencia como colectivo y la formación necesaria, ya no es posible detenernos en la lucha por la igualdad, los derechos y el futuro. Por eso los neofascismos los atacan y los temen tanto.

“Si creemos que el feminismo ha de plantear horizontes utópicos en el sentido etimológico de utopía (ou-topos: aquello que todavía no ha tenido lugar pero puede tenerlo), entenderemos que el feminismo ecologista tiene mucho que aportar  en este siglo XXI en que la humanidad habrá de enfrentarse a una profunda transformación socioeconómica y cultural para alcanzar la igualdad y la ecojusticia y para, simplemente, sobrevivir”, afirma Alicia Puleo.

De nosotros depende. Pensemos seriamente en nuestro presente y en el futuro que nos aguarda. Nos jugamos mucho y ya no hay tiempo. No será fácil cambiar el modelo de desarrollo depredador. Pero es posible y, además, absolutamente necesario para la supervivencia de nuestros hijos y nietos.

Si sospechamos un mundo mejor, debemos luchar por él. Nada es aún definitivo.

 

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