Mala política mediática y periodismo servil

Consejo de Maquiavelo: No conviene irritar al enemigo
Consejo que olvidó Maquiavelo: Procura que tu enemigo nunca tenga razón.
(Antonio Machado por boca de Juan de Mairena.)
Juan de Mairena I, (III, «De política» p. 16)

 

Algunos fanáticos neoconservadores y sus medios mercenarios siguen, sin complejos, la maquiavélica máxima ‘olvidada’ por Maquiavelo: “Procura que tu enemigo nunca tenga razón”. Ya no se trata de convencer, sino de abatir al adversario al que se considera enemigo.

Están empeñados en acabar con el digno ejercicio de la política. El diálogo y el consenso están demonizados y el insulto y la mala educación son omnipresentes.
 

Sustituyen la discusión razonada y tranquila por el titular impactante y ofensivo, trufado de mentiras.

 

Hacen declaraciones incendiarias en las que la consigna sustituye a las ideas y no respetan ni temas de Estado. Todo les vale.
 

Ponen en peligro la convivencia, sometida a perversas tensiones calculadas. Es necesario el acuerdo entre contrarios tendente al bien común. Sobre todo en temas de Estado. Para eso han sido elegidos. Para resolver problemas, no para crearlos e incrementarlos.

Si buscan convencer, deben dar razones y dialogar. Quizá no las tienen o no les interesa el diálogo: en él quedaría claro el vacío de su argumentario.

La política sin entrañas que hacen “políticos de malas tripas”, como decía también Antonio Machado por boca de su álter ego Juan de Mairena, está dividiendo a la sociedad. Irónica y perversamente, en nombre de “la unidad de España”.
 

Están fomentando dos bloques irreconciliables que no se escuchan, se odian. Cuando están condenados a entenderse, a vivir juntos, a escucharse.
 

Los debates, que podrían ser argumentaciones enriquecedoras, son encorsetados monólogos de bustos parlantes moderados por periodistas contadores de minutos. El político está más pendiente del tiempo y del gesto que del razonamiento. Del titular posible antes que de la exposición. De desquiciar al contrario antes que de proponer soluciones.

Lejos de la ética y la honestidad, en frases cortas y sin réplica posible, es más fácil arrastrar la verdad sin compasión.

En la era de la imagen, el ruido informativo sustituye a la reflexión e impide escuchar las auténticas palabras.

Las televisiones se encargan de crear el caldo de cultivo propicio: imágenes impactantes, cultura-espectáculo, telediarios integrados en un discurso publicitario, tertulianos mercenarios que jalean el mensaje de quien les paga, aun a costa de negar las evidencias. Mensajes cortos y efectistas que dictan comportamientos y uniformizan actitudes.

Así, la mentira campa a sus anchas, incluso después de haber sido desmentida.

Y, para completar el panorama, las redes sociales cumplen la misión se embarrar y arrastrar la decencia sin rubor. Una charca inmunda de la que las personas decentes huyen como de la peste. Un lodo pestilente que oscurece las palabras y permite ensuciar todo lo que toca. Porque no hay argumentos, hay navajas afiladas.

 

La ciudadanía asiste perpleja a este espectáculo. Somos sus víctimas inocentes, porque es difícil sustraerse a la confusión y mantener la calma necesaria para razonar fríamente.

Peligra el verdadero periodismo. Su misión no es ser voceros de personajes sin escrúpulos. Es separar las voces de los ecos.

Grupos de poder omnipotentes dirigen nuestras opiniones desde medios de comunicación lacayos. Periodistas presuntamente infalibles califican los hechos arrimando el ascua a la sardina de sus amos, que son quienes pagan.
 

Televisiones con pátina progresista encumbran y miman a siniestros personajes implicados en espionaje a partidos políticos y en tramas oscuras que pretenden cambiar el sentido del voto con infamias fabricadas.

La ciudadanía no es tonta y sabe ver, entender y juzgar sin que presuntos gurús dirijan nuestras opiniones. No es una crítica constructiva lo que nos llega, sino el discurso monolítico de defensa de sus intereses económicos. Por encima de los hechos verificables.

La libertad de expresión no es sinónimo de desvergüenza, ni la democracia justifica todo lo que dicen y escriben algunos. Simular y disimular es manipular. Lo sabe cualquier aprendiz de periodista.

Peligra la democracia. Se critica toda la política confundiéndola con algunos políticos. No todos son iguales.
 

Los procedimientos democráticos son un bien mejorable, pero absolutamente necesario, si no queremos caer en regímenes totalitarios que son su única alternativa conocida.

Si les dejamos el camino libre, la política dejará de ser un medio de mejorar la convivencia para convertirse en un fin en sí misma, cuando no en el beneficio de unos pocos.

No es ético callar, aunque sea cómodo. El silencio ha sido cómplice de los mayores horrores de la humanidad. Las palabras no dichas equivalen a omisiones culpables que contribuyen al interés de unos pocos.

Este compromiso ciudadano necesario pasa obligatoriamente por una actitud vigilante y activa. Los problemas políticos no pueden ser ajenos a la moral, pues forman parte del ser humano.

Abstenerse es una opción tan legítima como cualquier otra. Pero quedarse en casa esta vez acarreará consecuencias terribles. Y después, será tarde para lamentarse.
 

No nos merecemos a ciertos políticos. Y tampoco a ciertos periodistas que ensucian el periodismo. Actuemos.

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