Donde dije digo, digo: ¡AMNISTÍA!

Ahora que conocemos, por fin, la propuesta de ley para la amnistía llegó la hora de opinar, ya que según la doctrina socialista no podían emitirse juicios en su contra sin conocer el alcance del texto. Lo que siempre me sorprendió es que nunca les molestaron las opiniones en su defensa, desde exactamente la misma ignorancia a la que aludían. En fin, la coherencia a estas alturas es algo que a Pedro Sánchez le queda muy lejos. 

Tanto como parecía que le quedaba la amnistía hace apenas cuatro meses, la verdad. Esa a la que ahora abraza como un adolescente enamorado. Siete votos, siete míseros votos son los que han hecho que ponga al borde del abismo la concordia y democracia de nuestro país.

Hasta cincuenta veces ha tenido que repetir en la propuesta de ley de la amnistía su constitucionalidad. Es difícil no preguntarse, ¿por qué necesita repetirlo una vez tras otra si no hay duda de ella? 

Como efectivamente se encarga de recordar en la exposición de motivos de la citada ley, la amnistía es una figura jurídica permitida por el derecho internacional con la finalidad de abordar circunstancias políticas excepcionales en beneficio del interés general. Al leer esto, es inevitable preguntarse: ¿qué interés general se persigue en este caso? Desde el momento en que la concesión de esta amnistía viene supeditada a la firma de acuerdos entre el PSOE y los grupos separatistas para la investidura de Pedro Sánchez, resulta imposible desligar la una de la otra. Y es precisamente esta condición necesaria lo que conduce a concluir que, por tanto, tan solo responde al interés particular de un partido o, me atrevería a decir, de una única persona, Pedro Sánchez. 

De sobra está pues preguntarse ¿por qué no lo hizo en sus cuatro años de gobierno? La respuesta es clara, porque no era ese el precio que sus socios le exigían para seguir en la Moncloa.

Sánchez ha demostrado no creer en nada ni en nadie. Todo cambia a placer, incluida la ley, únicamente en aras de su propio interés. Esta vez ha traspasado límites inquebrantables en un estado democrático de derecho. Ponerle precio a su investidura y retorcer hasta tal punto la constitución, es un flagrante ataque a la democracia. 

No, Sr. Sánchez no, el fin no justifica los medios. 

La amnistía, planteada de tal forma, supone un desafío a la división de poderes, a la seguridad jurídica, a la igualdad de los españoles, al estado democrático y de derecho. Supone el reconocimiento de culpabilidad por parte del estado español en el “procés”, una culpa que pone en jaque a todas las instituciones que intervinieron en él. Y, al mismo tiempo, enarbola como víctimas a aquellos que se saltaron la ley, que usaron la violencia, que malversaron con fondos públicos y amenazaron hasta el límite la integridad de la nación española. 

Pedro Sánchez ha conseguido algo realmente inaudito. Ha conseguido que estén de acuerdo todas las asociaciones de jueces de nuestro país, fiscales, el CPJG, todos los miembros del Tribunal Supremo y tantas otras asociaciones. Ha logrado que la sociedad española se movilice masivamente para mostrar su rechazo a este despropósito. Incluso ha logrado que las voces de izquierdas y derechas se fusionen en las tertulias políticas de los diferentes medios. Nunca nadie obtuvo tanto consenso y, quizá, eso, debamos agradecérselo, porque él está haciendo grande el sentimiento de ser español.

Ha tenido ocasión de explicar este giro de guion durante el debate de investidura, de tratar de unir a España, de buscar la reconciliación y el consenso. Sin embargo, una vez más, el presidente del gobierno dista mucho de lo que se espera de él y ha dejado claro que solo gobernará para los suyos y sus socios.

Poco le importa el rechazo y la condena social, que casi con seguridad serían distintas si hubiese incluido en su programa electoral la amnistía y, por tanto, su propuesta hubiese estado avalada democráticamente. Pero no. Él y todo su equipo, repitieron hasta la saciedad la inconstitucionalidad de la amnistía y su no cabida en nuestro ordenamiento. Claro, en aquel entonces no necesitaba los siete votos. Los sietes votos de aquellos que exigen la amnistía para sí mismos a cambio de investir presidente a aquel que ha demostrado no tener ideología, ni valores, ni proyecto de país y buscar únicamente su única supervivencia para sentarse en un sillón del que ha demostrado ser indigno.

Pedro Sánchez ha salido airoso de todos los engaños y mentiras a los que repetidamente nos ha ido sometiendo. Se ha desdicho tantas veces que es difícil llevar la cuenta. Seguramente sería más sencillo encontrar aquello en lo que no ha cambiado de criterio. Habrá que tirar de hemeroteca.

Nada debería sorprendernos que, a estas alturas, una vez más, haga de tripas corazón y tire de refranero español: donde dije digo, digo amnistía.

Lo que desde luego es absolutamente triste es que el PSOE, un partido que ha sido tan imprescindible en la transición democrática de nuestro país, se mantenga callado y arrodillado ante un personaje que va a empañar lo que con tanto esfuerzo han conseguido hasta el momento. Y, para mí, como gandiense, es igual de triste que quien fuera alcaldesa de nuestra ciudad y actual ministra, Diana Morant, haya apoyado e incentivado semejante despropósito, con el silencio cómplice del resto del gobierno local. Supongo que en el cargo lleva la penitencia.

Estamos presenciando el capítulo más demoledor de nuestra democracia. Y todo por el capricho y las viles artimañas de un ególatra falto de escrúpulos, capaz de hacer y vender cuanto sea posible con tal de perpetuarse en el poder. Ese es el reflejo del líder de una nación que ha demostrado creerse tocado por la divinidad, cuya ambición desmedida está poniendo contra las cuerdas la democracia española. 

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