Eran las 22:02 del primero de Mayo, ya saben, día del trabajador (que no del trabajo) y estaba yo con mi pareja disfrutando de una agradable cena a la luz de las velas y una luna gibosa creciente cuando, de repente, comencé a escuchar un parloteo que me recordó al de las gaviotas, pero siendo distinto.
Estábamos en nuestro pequeño balcón-terraza de apenas 1x2m, el cual llamamos cariñosamente “la finestreta” y el cual tenemos fantásticamente ambientado y decorado con macetas de flores, grandes velas y ‘guirnaldas’ solares, troncos de madera de abedul (para practicar la talla cuando tenemos tiempo libre y salimos a la montaña) y algún que otro objeto antiguo y familiar tipo candelabro y jarrones.
Estaba siendo una perfecta pero a la vez una muy cotidiana cena, un momento íntimo y relajado, cuando nos percatamos de que no eran unas simples gaviotas. ¡Era una enorme migración de aves por encima de nuestras cabezas! ¡Y no cualquier ave! ¡¡Eran decenas de flamencos, quizá cientos!! Con sus largos cuellos y su pelaje rosado. Volando en perfecta formación en V. Volando sobre Gandía, un día cualquiera, a una hora cualquiera, viajando hacia algún punto de la península. Quizá no, seguramente, Doñana.