Ya hace casi dos años que asisto los primeros lunes de cada mes a las concentraciones convocadas por la Associacio de Jubilats i Pensionistes de la Safor y, aunque es cierto que no somos mucha gente, no es menos cierto que entre todos sumamos muchos años. Mucha experiencia reunida. Pero me temo que tanta vivencia y tanta “sabiduría” para muy poco ha servido.

He escuchado muchas veces (y también yo lo he dicho), que tenemos la obligación de compartir nuestros conocimientos y explicar a la gente joven y no tan joven cómo son las cosas o cómo las vemos para que no se vuelvan a repetir errores . El planteamiento parece perfecto, pero ¿con qué autoridad podemos hablarles si estamos dejándoles un planeta y un sistema que está hecho unos zorros?.

Somos una generación que ha trabajado para conseguir derechos y libertades que eran impensables cuando éramos muy jóvenes, pero en algún momento nos hemos dormido (las clásicas cabezadas de abuelos) y nos están quitando el caramelo para dejar sólo el envoltorio. Hemos criado hijos que están preparadísimos pero que no saben qué hacer con tanta preparación ni tienen dónde ponerla en práctica.

Algunos de nuestra edad tienen hijos que ahora ¡ya son políticos y todo!, porque Sánchez,
Iglesias, Casado o Rivera podrían efectivamente haber sido hijos nuestros. No lo son. Un sufrimiento menos para los padres porque esos chicos no lo están pasando bien.
 

Pero también somos una generación que no tenía ni idea de que estaba destrozando el planeta, la casa común como lo llaman ahora. Nadie nos los explicó y de repente nos dicen que es muy tarde para reparar el daño que hemos hecho. Pues tendremos que aprender de nuestros nietos y pensar que nuestra tan cacareada experiencia no fue buena o no es tan buena. Nosotros hemos enseñado a nuestros hijos a envolver todo en plástico, a utilizar toallitas, a usar y tirar y a hacerles creer que los recursos son infinitos cuando, para más inri, nuestros padres y nuestros abuelos nos enseñaron a aprovechar todo, a reciclar o reutilizar. Era una economía circular aunque ellos no lo supieran.

Sinceramente pienso que debemos aclarar y centrifugar (como nos enseño un amigo hace unos días) nuestras ideas, cribar escrupulosamente nuestras prácticas y nuestros principios o fundamentos y transmitir sólo aquello que es válido. Y, por supuesto, actualizando y compartiendo con aquellos que realmente conocen de lo qué están hablando porque tienen criterio y capacidad para discernir. Para eso les educamos.

Puede que haya llegado el momento de invertir papeles y sin renunciar a lo que somos, comenzar a aprender en lugar de dedicarnos solo a enseñar. Yo aún aprendo de mis hijos y de mis nietos aunque a veces no quiera reconocerlo delante de ellos. Habrá que hacer un ejercicio de humildad y disculparnos adoptando una actitud más receptiva ante esta gente joven que nos “vigila” de cerca.

Porque, vamos a ver, ¿cómo les podemos decir que hagan caso a la experiencia sin ruborizarnos? y, sobre todo, ¿a qué experiencia han de hacer caso? ¿a la qué les está dejando todo a cachitos?.
No, en este caso la veteranía no es un grado ni la madurez es patente de corso. Si queremos ayudar a que esto se salve los mayores tendremos que reconvertirnos y en lugar de hablar desde el púlpito hacer el ejercicio de escuchar desde el confesionario.