Resulta curioso que cuando oímos hablar en términos históricos de mujeres destacadas siempre predominan unos estereotipos muy determinados, y eso con suerte, dado que de la mayoría de mujeres relevantes no se conservan más datos que los de la fecha de su matrimonio y los de la dote que aportó su familia para que este se efectuara.
Efectivamente el ingrato papel de la mujer en la historia ha oscilado entre: desposarse de forma concertada por su familia y perpetuar las estirpes de los grandes señores o dedicarse a la oración en conventos y monasterios apartadas de toda vida terrenal.
Solo algunas mujeres escapan a este pseudo anonimato al que los historiadores las han sometido. Es el caso de mujeres extraordinariamente poderosas que por sus capacidades, habilidades, coraje, carácter, belleza o buen hacer han roto las barreras históricas, “colándose” en un mundo que no les estaba permitido, y precisamente por eso han sido castigadas por las plumas más críticas. El atrevimiento de su éxito ha sido, en muchos casos, una pena que han sufrido en vida y que se ha acrecentado más allá de su muerte, tachándolas de asesinas, brujas, prostitutas o desequilibradas, y creando auténticas leyendas entorno a sus vidas.
Podríamos decir que Lucrecia de Borja es el máximo exponente de este maltrato historiográfico; en su caso se suma el hecho de pertenecer a una de las familias españolas más universalmente conocidas y poderosas del renacimiento: Los Borja o Borgia, aquella familia de extranjeros en Roma que llegaron al Papado desde su humilde origen Valenciano.
Lucrecia, la bella hija del segundo papa Borgia, Alejandro VI, fue una de las principales actrices del guión marcado por los ambiciosos planes de su padre de unificar Italia bajo su mandato; una Italia dividida por el poder de diversas familias y sagas con las que había que combatir o emparentar. En este sentido, tres fueron los matrimonios que Lucrecia vivió en sus 39 años de vida y todos ellos impuestos por su padre con mayor o menor fortuna.
En la búsqueda de apoyos, el Papa Borgia, primero llamó a la puerta de Milán casando a su hija de 13 años con Giovanni Sforza, señor de Pésaro; matrimonio que no dio los frutos esperados para los Borja debido a la traición del poco brillante Giovanni, que fue obligado a disolver el contrato matrimonial bajo la alegación de no consumación. Este hecho disgustó mucho al arrogante señor de Pésaro quien, a pesar de acceder a las peticiones del papa, empezó toda una campaña que acusaba al pontífice y su hija de incesto.
Después de este pasaje, Lucrecia, afectada por los hechos y viendo como éstos se extendían por Italia, fue recluida en el convento de monjas dominicanas de San Sixto. Allí, acompañada de toda su corte, parece ser que encontró el verdadero y apasionado amor en uno de sus sirvientes, Pedro Calderón o Perotto, del que quedó embarazada y podemos imaginar cómo este hecho enfureció al Papa. Al nacer el hijo de la pareja, fue apartado de la madre y Perotto fue asesinado a fin de olvidar este pasaje y tener preparada a Lucrecia para otras ambiciosas alianzas.
La siguiente parada de Lucrecia será el matrimonio con Alfonso de Aragón, hijo bastardo del Rey de Nápoles, con quien ostentará el Ducado de Bisceglie a sus 18 años. El papa iba cambiando sus estrategias a fin de conseguir algún apoyo en su necesidad de poder. Alfonso, según cuentan las crónicas, era carismático y apuesto así que fue un marido que agradó a Lucrecia y con quien el Papa se sentía cómodo hasta el punto de tratarlo como un hijo. Otro Borgia destacado, César, no estaba contento con esta relación que hacía peligrar su lugar preferente en la familia y decidió solucionar el tema con una fórmula que ya le había funcionado en otros casos, el asesinato.
Lucrecia, viuda y más dolida que nunca abre los ojos a su realidad familiar de la que es imposible desprenderse. Siempre había sido un peón importante para los planes familiares y eso lo afrontaba como un deber, actuando con dignidad y respeto a los suyos. Pero este pasaje desbordaba a la hija del Alejandro VI, que aparte vivía ya como una condena los intentos de matrimonio en los que cada vez era más importante la dote y menos importante su persona.
Ella fue una de las primeras afectadas por la “Leyenda Negra de los Borgia”. Y con esta situación llega el tercer y último matrimonio de Lucrecia con Alfonso de Este, heredero del Ducado de Ferrara. La ya mujer Borja con 22 años de edad se aleja de su padre y se sumerge en una vida conyugal marcada por los diversos embarazos y la poca atención que le presta su rudo marido, vida que a pesar de no ser satisfactoria le permite alejarse de las influencias de su familia que se va desmoronando entre traiciones y muertes. En Ferrara enfrentó con valentía y buena actitud la vida que le tocó vivir. Desde allí lloró las muertes de los que habían sido sus más queridos familiares y allí acabó sus días en la tercera orden franciscana dedicada a obras de caridad con 39 años.
Y este sería un muy escueto paseo por la biografía de una mujer maltratada constantemente por los historiadores y documentalistas de su época, los cuales la tacharon de incestuosa, prostituta del Vaticano y asesina sin siquiera conocerla personalmente. Su mito, sufrido en vida, se acrecentó con los autores románticos del s.XIX, que alrededor de su figura generaron ríos de tinta marcada por la sangre y los escándalos amorosos. Su vida ha suscitado el interés de autores y autoras de todos los tiempos generando diversas biografías, obras teatrales, óperas y un sinfín de escritos habitualmente en su contra.
Frente a toda esta mala imagen surgen voces en el s. XX que empiezan a reivindicar a la mujer, la víctima y sobre todo a la persona fuerte y sobresaliente que fue Lucrecia de Borgia.
Y ante lo expuesto yo me pregunto: ¿Cuál sería la opinión que merecería una figura histórica presentada a través de sus virtudes y no de sus desgracias?
Lucrecia de Borgia 1480-1519. Criada y educada en el seno del Vaticano, fue una mujer culta, inteligente, con inquietudes sociales, políticas y religiosas. Supo aprovechar su posición para vivir rodeada de artistas, escritores, políticos, filósofos y clérigos con los que le gustaba conversar y de los que se nutría para su aprendizaje. Presumía de su saber estar y de poder atender todo tipo de actos públicos y privados.
En Roma, vivió cerca del papa y en su palacio recibía a altos diplomáticos de la época siendo filtro de los asuntos de interés político para su padre.
Condesa de Pésaro, Duquesa de Bisceglie, Duquesa de Ferrara y en su etapa de viuda de Alfonso de Aragón, Gobernadora de Nepi y Foligno. Estuvo al frente de los asuntos políticos del vaticano en las ausencias de su padre e incluso estaba autorizada a firmar documentos políticos.
Supo ser compañera de vida y amiga de las mujeres que la rodearon tanto familiares, sus cuñadas, como las preferidas y consejeras de su padre. Destacaré entre sus cuñadas a María Enríquez, la Duquesa de Gandia, viuda de su hermano Juan con la que mantenía correspondencia y a la que apoyaba desde Italia.
Su actitud ante la vida siempre fue aparentemente positiva a pesar de vivir rodeada de malas lenguas, odio y muerte. Se sobrepuso a las muertes de Perotto, su amante y del único marido al que amó, Alfonso de Aragón. También superó ser apartada de su primer hijo al que se calificó de incestuoso.
Solo me queda decir que sin lugar a duda, Lucrecia, es la mujer más maltratada de la historia; en primer lugar por ser Borja y en segundo lugar, aunque no por ello menos importante, por el hecho de nacer mujer.
Balbina Sendra Alcina
Directora en Palau Ducal dels Borja