Largos años de lucha han logrado que lo femenino deje de ser reducto privado e invisible para ocupar el lugar que le corresponde por justicia. Las mujeres tenemos la inteligencia que Kant nos negaba e incluso el mismo número de dientes que los hombres, pese a las dudas de Aristóteles. Es curioso que nunca se le ocurriera a este hombre contárselos a sus dos esposas. Hubiera sido fácil comprobarlo. Pero para el filósofo griego sus mujeres eran invisibles. Como lo son hoy para tantos otros.
No ha sido fácil. Se ha recorrido un traumático camino para romper el modelo patriarcal impuesto que se transmitía desde la sociedad, familia y escuela, perpetuando cadenas.
Las revoluciones silenciosas nunca aparecen en los libros de historia y, muy lentamente, vamos las mujeres subiendo peldaños en la igualdad. Liberarse del freno que imprimen modelos machistas es duro y muy difícil. Son siglos de desigualdad a la espalda. Y aún estamos en el camino.
Nadie niega que hemos conseguido la igualdad legal, pero estamos muy lejos de la igualdad real. Principalmente, en dos esferas: el ámbito privado y los puestos de responsabilidad.
Respecto al primero, la mujer liberada sólo lo es de puertas afuera. Duplica su trabajo, dentro y fuera de casa, se culpabiliza, obligada socialmente a ser una supermujer, y se siente dividida y agobiada. Un 87% del trabajo doméstico cae todavía sobre sus hombros.
Respecto a los puestos de responsabilidad en el ámbito público, la mujer debe renunciar a carreras profesionales por su tarea de cuidado en casa. Pero casi nunca ocurre eso en el caso de los hombres. Un alto porcentaje de mujeres prefiere readaptarse a ascender en sus trabajos. El hombre prescinde sin problemas de lo privado, cuando le estorba en su carrera.
La sociedad patriarcal teje en torno a la mujer una red espesa de machismo invisible, pegajoso y denso que ahoga, a veces de modo sutil, el avance de derechos y la propia autoestima.
Si una mujer sale de su reducto y reclama sus derechos, provoca miedo en el machista que siente amenazados sus privilegios. Y ese miedo produce violencia e incluso, en casos extremos, la muerte de la mujer que pretende ser libre.
La Ley Integral contra la Violencia Machista se aprobó en 2004 con el apoyo, al menos formal, de todos los partidos políticos. Aunque imperfecta, como todas, es pionera en el mundo. Difícil, como todo lo nuevo. Ambiciosa, como todo lo necesario.
Aplaudida por Amnistía Internacional, feministas y gobiernos de toda Europa, sigue siendo atacada por aquellos que nunca creyeron en ella. La critican porque sigue habiendo víctimas lo que, además de mezquino, es demagógico e irresponsable. ¿Alguien duda de la utilidad del Código Penal porque siga habiendo delitos?
Las mujeres hemos salido de nuestro aislamiento. Creemos en nuestro potencial, hemos tomado conciencia de que somos seres humanos con derechos y estamos en un camino sin retorno en la lucha por lo que es nuestro: la igualdad.
En eso se diferencia el machismo del feminismo.
El machismo pretende someter a las mujeres en nombre de una pretendida superioridad. Así lo define la Academia de la Lengua, poco sospechosa de feminismo: “Actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres”.
Es decir, perpetúa la desigualdad. Niega derechos.
El feminismo, en cambio, reclama lo que pertenece a las mujeres por el mero hecho de ser seres humanos. “Ideología que defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres”, dice en su definición la RAE.
Pide igualdad, nunca prepotencia. Amplía derechos.
El feminismo no es un machismo al revés, como afirman perversamente quienes quieren perpetuar el patriarcado.
La lucha por la igualdad es la lucha por una democracia más equitativa, más participativa y más justa. Una sociedad que no respeta a las personas, la justicia igualitaria, los derechos civiles y políticos no es una sociedad democrática.
Les debemos a las heroicas pioneras del siglo XIX seguir en el camino que marcaron. A nuestras madres y abuelas del siglo XX, su lucha callada. A nuestras hijas del siglo XXI, mantener los derechos civiles que nos pertenecen y que nunca debieron negarnos.
La tarea es de todos, hombres y mujeres. Soplan fuertes vientos misóginos. Estemos alerta, porque algunos nos quieren desiguales y sumisas. La mujer, de nuevo “en casa y con la pierna quebrada”, como en la dictadura franquista.
Ya lo avisó Antonio Machado: “Que las espantadas de los reaccionarios no nos cojan desprevenidos”.