Hace poco más de un año, 229 personas murieron en la Comunidad Valenciana durante la DANA.
Doscientas veintinueve.
Un número que, leído deprisa, parece solo una cifra fría. Pero detrás de cada uno había un nombre, un hogar, una historia. Y lo peor: la mayoría, según los propios informes y cronologías difundidas entonces, podrían haberse salvado si la alerta hubiera llegado a tiempo.
Pero no.
La señal llegó horas tarde.
En muchos municipios, cuando Emergencias pulsó “enviar”, el agua ya superaba los dos metros.
La gente ya estaba atrapada.
Algunos ya estaban muertos.
Esta tragedia no fue únicamente el resultado de un fenómeno meteorológico extremo. También fue el resultado de un sistema que falló cuando más tenía que funcionar. Y ese fallo, por más que intenten maquillarlo, sigue ahí, crudo, punzante, incómodo.
Un año después: el cartel que duele más que la lluvia
Doce meses más tarde, la Generalitat Valenciana decide colocar un cartel institucional que pretende actuar como campaña de prevención. Una pieza que, sobre el papel, debería concienciar. En la práctica, parece un lavado de cara pagado con dinero de todos, incluidos los que lo perdieron todo: casa, negocio, familia, estabilidad.
Ese mismo cartel lo ven cada mañana quienes aún viven con el trauma clavado en el pecho. Ese cartel que alguien, sentado en un despacho, consideró “oportuno”. Ese cartel que pretende ser útil… pero acaba resultando insultante.
Porque aquí viene lo más sangrante:
El máximo responsable del Consell, quien debía velar por la seguridad de todos los valencianos, pasó más de seis horas en una comida institucional mientras la tragedia se desarrollaba, según informaciones publicadas entonces.
Un año entero de versiones contradictorias, silencios y rodeos para explicar qué hizo, o qué no hizo, durante esas horas críticas.
Y ahora nos colocan un cartel como si eso cerrara heridas.
Como si un anuncio pudiera borrar la inacción.
Como si la culpa fuera nuestra.
“Estén atentos”.
“Eviten riesgos”.
“Sigan las recomendaciones”.
El cinismo es pornográfico.
Cuando un cartel no informa: hiere
Porque no es solo un cartel. Es:
✔️ Timing insensible: justo donde la gente sigue reconstruyendo su vida.
✔️ Tono frío y distante: como si quienes lo firmaron jamás hubieran pisado una casa anegada.
✔️ Responsabilidad mal dirigida: pidiendo prudencia a la ciudadanía cuando el problema fueron las horas sin alertas oficiales.
✔️ Desconexión emocional brutal: la administración hablando como un robot mientras la gente sigue de duelo.
Esto no es comunicación institucional.
Esto es mala praxis de marketing, pagada con dinero público, lanzada como si los valencianos fuéramos idiotas incapaces de recordar lo que pasó.
Y aquí, permíteme un matiz profesional —porque vivo de esto—:
Una campaña institucional no puede jamás atentar contra la memoria emocional de una comunidad. No puede minimizar el dolor, ni desplazar la responsabilidad, ni disfrazar la inacción bajo un eslogan que pretende educar al ciudadano sin revisar primero los propios fallos.
La comunicación pública debe reparar, no reabrir heridas.
Debe asumir, no señalar.
Debe respetar, no escupir frases de manual.
No hablo de política. Hablo de decencia.
No estoy hablando de partidos ni de colores.
Hablo de responsabilidad.
De humanidad.
De 229 personas.
Y de todas las familias, algunas muy cercanas a mí, que lo perdieron todo mientras otros comían, posaban y ahora se permiten el lujo de colgar carteles para tapar un desastre que aún supura.
La memoria colectiva es incómoda para quienes prefieren relatos edulcorados. Pero es necesaria. Sin memoria no hay justicia, y sin justicia no hay reparación.
Si este es el concepto de “gestión” y “comunicación” que autorizan desde la Generalitat, al menos tengan la dignidad de llamar a las cosas por su nombre.
Porque hay errores que se pueden perdonar.
Y otros que no se maquillan ni con el cartel más caro.
Cuando fallas en lo esencial, no tienes derecho a dar lecciones
Fallaron en lo básico: proteger vidas.
Fallaron en reaccionar.
Fallaron en informar.
Y cuando fallas en lo esencial, no tienes derecho a dar lecciones.
Ni a ocultarte detrás de un cartel.
Ni a pedir prudencia cuando tú no la tuviste.
La memoria duele, sí.
Pero duele más la indiferencia.
La indiferencia institucional, esa que convierte una tragedia en un trámite y el dolor de cientos de familias en un eslogan vacío, es la verdadera lluvia que cala hasta los huesos.
Y esa no se seca con un cartel.
P.D. La imagen es un Mockup de Canva, por desgracia el cartel es el original.
Iñaki Leonard
Un Gallego acogido en una Comunidad maravillosa
