Hace ya varias semanas en las que la mayor parte de nuestra sociedad opina que el gobierno no ha sabido planificar, tomando medidas precipitadas como las compras de productos sanitarios a China, sin verificar su validez y efectividad. Ahora, el gobierno ha convertido la angustia de no saber hacer, en arte de vender lo que hace, como la toma de la mejor decisión. Ha transformado la desolación en oportunismo, gracias a sus medios de comunicación.
Pero los ciudadanos sabemos perfectamente que, para que una decisión sea conveniente, debe contrastarse su factibilidad y eficacia. Y, lo que estamos observando es todo lo contrario. La ciudadanía necesita presidentes fuertes, que sean capaces de afrontar grandes retos, de resolver grandes crisis, y no llorones, que no sepan resolver problemas que involucren la más mínima dificultad.
El coronavirus ha demostrado la fragilidad de las economías a nivel mundial. No ha hecho falta que apareciera un virus letal como el Ebola, ni tan contagioso como el Influenza, responsable de la pandemia de 1918, sino uno “corriente”, surgido de forma espontánea, que ha hecho retroceder las economías de los países desarrollados a los peores índices desde la segunda guerra mundial. El PIB sufrirá un descenso de un 10% en muchos países durante el 2020, y, aunque se remonte en el 2021, tardaremos mucho más en volver a la situación pre-virus.
Como dice la catedrática Adela Cortina, el futuro no se improvisa. No estábamos preparados y lo sabíamos, y lo que es peor nos regocijábamos de tener la mejor sanidad del mundo. El virus nos ha recordado la necesidad de invertir en investigación científica y tecnológica en lugar de despilfarrar recursos en escaramuzas ideológicas estériles.
También se ha demostrado el fracaso de la Unión Europea, un proyecto de conveniencia, pero insolidario. Un proyecto nostálgico para aquellos que puedan recordar la segunda guerra mundial y que supuestamente beneficia a los todos los países del mercado común. Sin embargo, cuando hay que ayudar a algún país, muestra su lado más oscuro, abandonándolos a su suerte. No hay empatía, ni tan siquiera en una crisis sanitaria como la actual, que no entiende de fronteras. Vuelve el lema “sálvese quien pueda”. A todo esto, hay que sumarle el problema estructural que tiene la U.E. del exceso de burocratización que dificulta la toma de decisiones de una manera ágil, que es justamente lo que necesitamos en estos momentos.
En cuanto a nuestro gobierno, la medida económica más desastrosa que ha tomado, ha sido la de dar “barra libre” a los ERTE, de manera que muchas empresas han preferido acogerse a esta medida que les confiere comodidad y seguridad, aunque en muchos casos, eran empresas que podrían continuar en este periodo de crisis.
Todo esto ha derivado en unas listas del paro que han engordado en más de 1.000.000 de ciudadanos, afectando a la liquidez del estado que tendrá que pagar más de 80.000 millones de euros en nóminas estos dos meses, además de hacer frente a la futura reversión del este ingente colectivo, pues todos sabemos, que después de los ERTE vendrán despidos definitivos y cierre de empresas.
La gestión del gobierno español está siendo, cuanto menos, mejorable. Ha faltado tener un plan más claro, mejor definido y más estricto, donde todas las comunidades autónomas actuaran a la par, sin tantas discrepancias. Además, el hecho de negar la gravedad del asunto hasta la explosión de la pandemia en nuestro país, ha sido el inicio de todos los problemas, tanto desde el punto de vista de la gestión, como de la comunicación.
Como advierten algunos sociólogos, la gestión comunicativa que está realizando el gobierno dista mucho de ser la más óptima. Y, uno de sus principales problemas, es la variedad de «caras» que salen todos los días, a realizar declaraciones ante los medios de comunicación para contar cosas absolutamente irrelevantes para la población.
Ante la llamada del presidente a la unidad, el Partido Popular teme que el Ejecutivo de PSOE y Unidas Podemos aproveche la crisis para hacer ingeniería social, o para intentar cambiar nuestra estructura productiva, laboral, económica y financiera, ya que lo que necesitamos ahora más que nunca es hacer más competitiva y flexible nuestra economía. Que nos rescatemos a nosotros mismos.
La prensa internacional nos acusa de no haber actuado cuando el coronavirus era predecible, como han hecho otros países con medidas más contundentes. También nos acusa de haber ignorado la experiencia previa de otros países con coronavirus como China o Italia.
El gobierno no ha tenido ni la inteligencia ni el coraje para hacer frente a un virus que requería determinación y agilidad. Tenemos un gobierno confuso, temeroso, torpe y rezagado. Si ha cometido negligencia o, incluso prevaricación, será algo que dirimirán los jueces en un futuro; pero los ciudadanos, no vamos a ser cómplices de su incompetencia y, ya podemos dar un veredicto de “CULPABLE”.
Culpable por haber permitido tantísimas muertes. Culpable por haber ignorado la peor crisis sanitaria que hemos vivido. Culpable por no haber tomado las medidas oportunas para evitar la propagación. Culpable por haber utilizado sin control la medida de los ERTE que nos sumergirá en un caos económico. Culpable de desleal cuando está en la oposición y de practicar el victimismo cuando está gobernando. Culpable de mentir y ocultar la verdad y, culpable de buscar únicamente su rédito político, y, evitar el desgaste electoral de cara a unos próximos comicios.
Como dijo el mismo Pedro Sánchez en el 2014 a cuenta del virus del Ebola, estando en la oposición “necesitamos políticos que no rehúyan los debates, que den la cara, que den seguridad a los ciudadanos, que protejan a los profesionales de la sanidad pública y que no los responsabilicen de sus propios errores. Que no deriven en desamparo, desvergüenza, desinformación y desgobierno”. Curiosamente todo lo contrario de lo que ha hecho y de lo que es.
Rubén Malonda
Licenciado Matemáticas. Dr. Sociología
Profesor IES María Enriquez