Me gusta extender la mirada sobre el horizonte: real e ideal.
Cuando intento reducir en pocas palabras este camino hecho durante toda mi vida, tomo conciencia que me faltarían años para poder cumplir todo lo que me propongo aprender y leer.
Si me preguntan en qué creo, rápidamente contesto “el conocimiento”.Tengo un profundo respeto por aquellos que saben mucho y humildemente caminan por la vida.
El conocimiento era el dios que me enseñaron y que enseñé y desgraciadamente su veneración se ha derrumbado.
Las nuevas generaciones lo han cambiado por otro sin nombre encontrado en las redes: leen poco y creen que saben todo y algunas más ancianas hacen ostentación con iguales resultados.
Día a día me encuentro con personas mediocres que pisotean a los humildes del saber y del poco poder adquisitivo.
El neocapitalismo se adhiere como chinche a los nuevos poderosos, aquellos que por su capacidad económica o su mediocridad puesta al servicio de los anteriores campean a sus anchas sin ética y despiadadamente.
Acercarse a las postrimerías de una vida y observar este panorama tan terrible, produce una profunda necesidad de confinarse hasta que llegue el momento final.
Miro los libros de mi biblioteca y tengo claro que terminarán, como los ejemplares de mis poemarios, en cualquier contenedor cercano a mi casa.
Los acaricio con devoción y caen las lágrimas sobre esos papeles que me ayudaron a vivir.