En el año 1842, en la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid, una alumna acudía cada día a clase con un aspecto peculiar. Las leyes no le permitían asistir a la universidad e iba disfrazada de hombre: pelo corto, levita, capa y sombrero de copa. Se llamaba Concepción Arenal y tenía 21 años. Cuando la descubren, la someten a un duro examen que pasa con brillantez. Fue autorizada –con condiciones- a asistir a las clases, cosa que hará durante tres años.
Amelia Valcárcel explica así las condiciones:
El rito era el siguiente: acompañada por un familiar, doña Concepción se presentaba en la puerta del claustro, donde era recogida por un bedel que la trasladaba a un cuarto en el que se mantenía sola hasta que el profesor de la materia que iba a impartirse la recogía para las clases. Sentada en un lugar diferente del de sus aparentes compañeros, seguía las explicaciones hasta que la clase concluía y de nuevo era recogida por el profesor, que la
depositaba en dicho cuarto hasta la clase siguiente.
Pero, ni aun así pudo matricularse. Y, por supuesto, no recibió ningún título. Sin títulos, con una sólida formación intelectual y una incansable actividad social, Concepción Arenal fue una de las pensadoras más rigurosas del siglo XIX. Luchó en múltiples campos, como el de la reforma de las prisiones o el de la educación de la mujer. Huérfana de padre a los nueve años, vivió con su abuela paterna hasta que la familia se traslada a Madrid, donde estudia en un colegio de señoritas. Fue una joven ávida de conocimientos, acostumbrada a devorar libros de todo tipo de temas: historia, geografía, ciencias…
Concepción Arenal tenía las ideas muy claras: deseaba cursar estudios superiores, pretensión inaudita en una mujer de la época. Su madre reprobaba su decisión, pero el destino vino en su ayuda. Tras el fallecimiento de su abuela, cuando la futura penalista contaba exactamente 21 años la herencia familiar recayó sobre ella y pudo ser libre.
Desde joven había declarado su deseo de ser abogada y ese deseo la llevó a asistir, aun con las dificultades señaladas, como oyente a la Facultad de Derecho. Allí conoce al que será su esposo, Fernando García Carrasco. El 10 de abril de 1848 contraen matrimonio. Quince años les separan, pero la pareja es perfecta. Su cónyuge es un hombre avanzado para la época. Ve a su esposa como un igual, alienta sus inquietudes feministas, animándola a acudir junto a él a tertulias literarias. Aunque para ello, debe continuar vistiendo ropa masculina.
Concepción Arenal, de ideas liberales y progresistas, participó en tertulias políticas y literarias, y colaboró junto a su marido en el periódico “La Iberia”. Cuando Fernando, gravemente enfermo, no puede escribir sus editoriales, es ella quien los redacta. Y al morir éste, ella se hace cargo de los mismos sin firmarlos, momento en que los honorarios se reducen a la mitad.
En 1857 es ya una joven viuda con dos hijos pequeños. Pero sigue con una gran actividad intelectual y social. Como rentista, disfrutó de una situación acomodada que le permitió dedicarse a escribir sin la urgencia de la necesidad económica.
Ganó un premio de ensayo al que se había presentado con el nombre de su hijo de diez años. Las mujeres no podían hacerlo. Y, ante su calidad, la Academia de Ciencias Políticas no tuvo más remedio que confirmarlo. Fue la primera mujer premiada por la Academia. Una gran victoria de esta gran mujer, considerada la madre del feminismo español.
Poco tiempo después publicó “Manual del visitador del pobre”. En él defendía una caridad que no fuera condescendiente con los necesitados. Rechazaba los prejuicios de la sociedad burguesa, que responsabilizaba a los pobres de su miseria por ser viciosos, imprevisores y descuidados. Fue una crítica feroz de lo que hoy se conoce como aporofobia.
El libro atrae la atención del Ministro de Justicia que la nombra Visitadora de Prisiones de Mujeres en 1863 para mejorar las precarias condiciones de las presas. Fue la primera mujer con un cargo relevante en la administración española, en la segunda mitad del XIX.
Fue cesada por leer a los presos su ensayo titulado “Cartas a los delincuentes” en el que defendía una reforma del Código Penal desde posiciones cercanas al krausismo. Pero siguió escribiendo incansablemente y se opuso siempre a las ejecuciones públicas y a la esclavitud. Y se la considera una de las mejores penalistas a nivel internacional. Esta etapa de su vida inspiró la película de RTVE “Concepción Arenal, la visitadora de cárceles”, disponible en su página web.
Su amistad con los krausistas, la acerca al tema de la educación y la injusta marginación de las mujeres. Concepción Arenal forma, junto a Emilia Pardo Bazán el grupo defensor a ultranza de la educación de la mujer. Arenal defendió siempre que la diferencia intelectual entre hombres y mujeres se debe solo a la diferente educación y no a causas naturales, como se afirmaba entonces sin rubor.
En 1882, escribe un artículo, titulado “La educación de la mujer” y lo envía al II Congreso Pedagógico en el que las mujeres tuvieron un papel fundamental. En él hubo nada menos que 413 mujeres. Las primeras voces femeninas del país reclamaron una apertura radical de la enseñanza a la mujer. El Congreso sirvió para hacer visible una minoría creciente de mujeres instruidas y profesionales, capaces de participar con inteligencia y vigor en la polémica sobre la instrucción de su sexo. Sus palabras suenan fuertes y valientes en un mundo patriarcal en el que la educación – como tantos otros derechos- estaba vetada a las mujeres:
Es un error grave, y de los más perjudiciales, inculcar a la mujer que su misión única es la de
esposa y madre […]. Lo primero que necesita la mujer es afirmar su personalidad,
independientemente de su estado, y persuadirse de que, soltera, casada o viuda, tiene
derechos que cumplir, derechos que reclamar, dignidad que no depende de nadie y un trabajo
que realizar: la idea de que es cosa seria y grave la vida. Y que si se la toma como un juego, ella
será indefectiblemente un juguete.
A este trabajo pertenece su ya famosa cita, “Abrid escuelas y se cerrarán cárceles”, que denuncia la incompetencia de las autoridades de educación para mantener abiertas las escuelas.
En su trabajo “Estado actual de la mujer en España” analiza la situación de las españolas en el terreno laboral, religioso, educativo, de opinión pública y moral Y concluye que, en todos los casos, es desfavorable por culpa del egoísmo masculino:
Puede decirse que el hombre, cuando no ama a la mujer y la protege, la oprime. Trabajador, la arroja de los trabajos más lucrativos; pensador, no le permite el cultivo de la inteligencia; amante, puede burlarse de ella, y marido, abandonarla impunemente. La opinión es la verdadera causante de todas estas injusticias, porque hace la ley, o porque la infringe.
Advierte leves avances en la igualdad, aunque muy lentos, y se resiste a hablar de emancipación social o política mientras la dependencia económica sea un hecho extendido y sujete a la mujer a todo tipo de esclavitudes.
Concepción Arenal parecía una persona con gran una seguridad en sí misma. En realidad, también tenía sus momentos de fragilidad. Más de una vez se preguntó por el sentido de tantos esfuerzos y sacrificios en favor de una sociedad incapaz de reconocerlos. En uno de sus poemas, titulado, significativamente, “Vacilación”, escribe: “¿Por qué obrar si soy una voz que nadie escucha?”.
Su vida fue una cruzada feminista y su papel en favor de la emancipación de la mujer en España es incuestionable. Trabajó en la práctica en materias concretas para sacar a las mujeres de la ignorancia y de la miseria y desarrolló una ingente labor intelectual dejando por escrito una gran cantidad de obras, casi cuarenta títulos.
Murió en 1893, en medio de la indiferencia general. Su carácter reservado y difícil hizo que fuera poco conocida por el gran público: no hablaba de sí misma, convencida de que esa era la manera de ser respetada como intelectual. No deseaba que ningún aspecto frívolo restara atención a su trabajo. Cultivará, por ello, una imagen asexuada. Para su última biógrafa, Anna Caballé, su entrega al estudio implicó una renuncia a su feminidad.
Un duro precio impuesto a una mujer valiente, culta y comprometida, que solo reclamaba lo que es justo: la igualdad.