“Detesto la hipocresía y como soy independiente, libre y no quiero que me amen por cualidades que no poseo, digo siempre todo lo que siento y se me antoja. Así los que me quieren me quieren de veras. Los que me detractan por la espalda, se quitan el sombrero delante de mí. Jamás pensé en el medro personal a costa de mi libertad o de abjurar de mis convicciones”.
Así se describe en su Autobiografía esta mujer de acción que se negó siempre a encarnar el modelo patriarcal impuesto.
Carmen de Burgos encarnó como pocas el modelo de mujer moderna que luchó por la mejora de la condición femenina.
Fue profesora, traductora, narradora, ensayista, periodista y primera mujer corresponsal de guerra. Y, por encima de todo, una mujer rompedora que se rebeló contra las limitaciones que le imponía a las mujeres la sociedad de su época.
Por edad, pertenece a la Generación del 98 de la que conocemos solo miembros varones. La misma a la que pertenecen María Goyri o María Lejárraga.
Carmen fue la primogénita de los diez hijos de una familia adinerada andaluza y recibió la misma educación que sus hermanos varones.
Muy pronto, a los 16 años, se casa contra el consejo paterno con un periodista bohemio que le permite conocer el periodismo. Pero no descuida su formación y logra la titulación de maestra de Enseñanza Primaria y más tarde la de Enseñanza Superior, en Madrid. Lo hizo estudiando por las noches a escondidas de su marido.
Pronto entiende que su marido la engaña y es un alcohólico maltratador. Eso, añadido a la pérdida prematura de sus tres primeros hijos, hace que se aparte de él. Decide abandonarlo para comenzar una nueva vida en Madrid, llevándose consigo a su única hija superviviente. Ese mismo año, 1901, logra una plaza mediante oposición en la
Escuela normal de Maestras de Guadalajara. Es libre económicamente. Su amarga experiencia le inspiró su novela La malcasada.
Carmen de Burgos tuvo el mérito y la osadía de incorporarse a territorios exclusivamente masculinos para ser escritora profesional y vivir de su trabajo intelectual. Ello le supuso altos costes emocionales.
Pero no se arredra y vive siempre de su trabajo, sin depender de nadie.
Fue la primera mujer contratada y con columna propia en un periódico de tirada nacional, Diario Universal.
Jamás había ocurrido algo así en España. Era la primera vez que se reconocía a una mujer como periodista profesional.
Su director fue quien le sugirió el seudónimo con el que se la conoce, Colombine.
Columna que aprovechó para denunciar la desigualdad de las mujeres creando opinión y promoviendo debates sobre el divorcio y el voto femenino.
Así escribe, en abril de 1904:
Es intolerable que la madre no tenga dentro de la familia los mismos derechos del padre, y que la mujer casada no tenga el de administrar libremente sus bienes y el pleno uso de los derechos civiles, considerándola siempre como una menor sometida a la tutela del marido.
Sus reivindicaciones feministas se recogieron en un libro, La mujer moderna y sus derechos, que se publicó en 1927. Se considera la Biblia del feminismo español y también europeo y americano, como afirma Mercedes Gómez-Blesa. En él defiende un feminismo conciliador que jamás intentó excluir a nadie. «No es la lucha de sexos, ni la enemistad con el hombre», explicó «sino que la mujer desea colaborar con él y trabajar a su lado».
Fue publicado en Valencia por la editorial Sempere. Varios estudiosos han visto en él un antecedente de El segundo sexo de Simone de Beauvoir. Incluso Carmen de Burgos se anticipó en la teoría del género como construcción cultural y social. Si Simone de Beauvoir decía que “no se nace mujer, llega una a serlo” Colombine decía veinte años antes: “La mujer es algo más que la hembra, como el hombre es algo más que el macho,
desde el momento en que la inteligencia les permite no quedar reducidos al papel de simples reproductores de la especie”. Una ojeada, por ligera que sea, dedicada al estudio del sexo femenino, nos demuestra, que la subordinación de la mujer no es obra de la naturaleza”.
Este libro fundamental fue censurado por Franco e incluido entre las primeras nueve obras de la lista de libros prohibidos por la inquisición del nacional-catolicismo.
Su defensa del divorcio le granjeó una campaña difamatoria cruel, orquestada por los sectores más conservadores, en la que no se ahorraron difamaciones personales y ataques a su condición de mujer separada.
Su labor fue la de una intelectual comprometida con la modernidad europea. En palabras de Pilar Ballarín: “Carmen de Burgos se rebeló contra toda opresión e injusticia con su mejor arma, la pluma, que utilizó con la sabiduría de quien sabe que con ella está sembrando, poco a poco, pero sin pausa”.
Sus columnas merecieron el plauso de Pérez Galdós y Giner de los Ríos entre otros, y le abrieron las puertas al Ateneo de Madrid, la Sociedad de Escritores y la Asociación de la Prensa.
Escribió poesía, más de 10 novelas, cuentos, más de 80 novelas cortas tan de moda en la época, miles de artículos periodísticos, críticas literarias, biografías, libros de entrevistas, ensayos feministas y divulgativos sobre higiene personal. Libros de viaje donde recogía sus estancias europeas y traducciones de Salgari, Ruskin, Tolstoi, Renan y otros. Su firma era reclamada por publicaciones españolas y extranjeras y sus conferencias por España y países europeos y americanos eran muy cotizadas.
Recorrió Europa para estudiar el sistema educativo con una beca de la Junta de Ampliación de Estudios y lo relató en su libro Mis viajes por Europa.
En estos viajes tuvo contacto con movimientos progresistas y feministas. Radicalizó sus ideas y empezó a escribir con el seudónimo de Gabriel Luna en el periódico valenciano fundado por Blasco Ibáñez, El Pueblo.
Tras la muerte de su marido ejerce en la Escuela Normal de Toledo donde conoce a Besteiro y a su mujer que la acercan al socialismo. Se afiliaría al PSOE en 1910.
Toledo, conservadora y levítica, no acepta a esta mujer libre y recibe ataques y acusaciones de la jerarquía eclesiástica que ocasionaron un expediente que se cerró por falta de pruebas.
En 1908, Carmen de Burgos inicia una relación con Ramón Gómez de la Serna, 21 años más joven que ella. Así la describía el escritor en su Automoribundia: “Ella de un lado y yo del otro de una mesa estrecha escribíamos y escribíamos largas horas y nos leíamos capítulos, crónicas, cuentos, poemas en prosa”. Su amor discurrió fuera de la estrecha senda del matrimonio y basó la relación en la admiración mutua y la colaboración.
En 1909 fue enviada a Marruecos para cubrir la guerra como corresponsal de El Heraldo. Sus crónicas están recogidas en su libro En la guerra. Crónicas que se amplían con las de la I Guerra Mundial que vivió en un viaje por los países nórdicos que debía acabar en Rusia y que la guerra impidió.
Siempre fue pacifista y perteneció a asociaciones europeas feministas por la paz, como el Comité Femenino Pacifista.
Su defensa del voto femenino la hizo afiliarse a Unión Republicana y creó junto a Ana de Castro la Cruzada de Mujeres Españolas para llevar al Congreso sus reivindicaciones. Decía sobre el derecho a voto “Es verdaderamente absurdo que tengan derecho a emitir el sufragio los ignorantes solo por ser hombres, y que se niegue ese derecho a las mujeres cultas solo por el hecho de ser mujeres”.
Su frenética actividad cede porque su salud se quiebra en 1922, pero viaja a Nápoles y Buenos Aires donde su hija desarrolla su carrera artística. Cuando su hija María vuelve a España, Carmen se dedica a su cuidado porque está enferma de cuerpo y alma.
Consigue curarla, pero entre María y Ramón Gómez de la Serna surge una relación corta pero demoledora para Colombine. Este affaire entre las dos persona a las que más amaba empeoró su enfermedad coronaria. Pero, aunque rompió su relación, nunca dejó de considerar a Gómez de la Serna su amigo. Y siempre cuidó de su inestable hija.
Sus tres últimos años los dedicó a la política y a la lucha por los derechos femeninos.
Sufre un infarto el 8 de octubre de 1932, mientras participaba en una mesa redonda sobre educación sexual en el Círculo Radical Socialista. Fue trasladada a su domicilio, donde la atendieron tres médicos, entre los cuales estaba su amigo Gregorio Marañón, pero sin éxito. Murió de madrugada.
Y se cuenta que murió diciendo: “Muero contenta porque muero republicana ¡Viva la República!”.
Los homenajes en la prensa española, europea y americana se sucedieron tras su muerte.
Pero el golpe de estado franquista y la dictadura que lo siguió sepultaron a esta mujer excepcional en el olvido más vergonzoso. Nos privaron de sus libros, de su ejemplo, de sus enseñanzas. Franco sumió a las mujeres españolas en la más negra noche.
Lo que no consiguieron las fuerzas vivas conservadoras en vida de Carmen de Burgos lo consiguieron tras su muerte. Callar una voz valiente y libre que solo pedía lo que es justo: la igualdad entre hombres y mujeres.
Carmen de Burgos “tenía una mirada abierta al mundo estudiando el pasado y viajando; entrevistando a una reina o a un grupo de obreras, publicando en la prensa de habla hispana desde Nueva York a Buenos Aires; defendiendo los derechos de toda de la humanidad; y luchando por la igualdad de hombres y mujeres”, afirma su biógrafa, Concepción Núñez.
Devolverle la voz y recuperar su figura es una cuestión de justicia. Una figura libre e indómita que ella misma definió, recordando su infancia: “Mis juguetes predilectos eran las muñecas y los periódicos. Mi diversión, leer cuanto caía en mis manos y montar a caballo. Era como he sido siempre: un espíritu rebelde, pero con rebeldía de guante blanco.”