Tras las dos intensas jornadas electorales que hemos vivido en solo un mes llega el turno de los análisis teóricos (que muchos ciudadanos hacemos, pública o privadamente, por escrito o en los bares) y de las conclusiones prácticas que deben sacar los partidos políticos. Ambas reacciones, cada una a su nivel, son dos formas de
participar en la cosa pública (res publica).
Pero mientras que las opiniones personales (comenzando por la mía) son perfectamente prescindibles, la autocrítica de los partidos resulta imprescindible para empezar cada nueva legislatura con buen pie y de la manera más responsable. Ello exige -claro está- no hacerse trampas en el solitario (por razones prácticas) y no abusar de la puesta en escena (por razones estéticas; para no hacer el ridículo).
Me parece oportuno reseñar algo tan obvio ante el espectáculo de la pasada noche electoral, cuando los perdedores (con la notable excepción de UP, que sí ha reconocido su rotundo fracaso; otro más) celebraban los resultados como si hubieran ganado, consolándose con las migajas y pretendiendo “vender” (término siempre muy incómodo en política) su derrota como una victoria.
Porque, comenzando de abajo arriba, Vox es un globo que pierde aire (no puede perder otra cosa, pues carece de todo lo demás) en medio de una exhibición de chulería años 30 y patriotismo huero, que es de lo único que andan sobrados. Visto lo visto, yo creo que esta ultraderecha bravucona está sobrevalorada.
Ciudadanos ha vendido su impostado liberalismo reformista para darle el sorpasso al PP, que no llega, queriéndolo adelantar por la derecha hasta ponerse a la altura de Vox, con el que pacta sin querer reconocer que pacta. Pretende que la fotocopia se lea mejor que el original. Sin la manipulación del procés no son nada y de
ahí los ridículos esfuerzos de Toni Cantó por importar a Valencia el conflicto catalán. Llega 40 años tarde, como a casi todo y por eso no sabe dónde está, pues aún no ha acabado de aterrizar en el País Valenciano.
El PP, por su parte, intenta vender (con la inestimable ayuda de sus berroqueños voceros mediáticos) como victoria una derrota sin paliativos en feudos suyos tan tradicionales como Madrid (la capital y la Comunidad tras al “tamayazo”), Murcia, la Galicia urbana, Castilla-León, La Rioja o la propia Comunidad Valenciana… Como les
pasa a los propios “barones” del PP (incluida la baronesa Bonig) a mí también me queda la duda de si para Pablo Casado Vox sigue siendo un partido de extrema derecha, como aseguraba tras las elecciones del 28-A, o vuelve a ser de centro-derecha, como nos decía antes del 28-A. Los principios de Casado parecen tan firmes como un castillo de naipes y ofrecen las mismas garantías que sus títulos universitarios.
Ya sé que no se les puede pedir coherencia a quienes se desgañitaban no hace tanto defendiendo el gobierno de la lista más votada ni se puede esperar lecciones de democracia de quienes siguen designando sus candidatos a dedo. Pero, en fin, si los perdedores están tan contentos con sus resultados, ahí nos la den todas a quienes no les votamos. No seré yo, desde luego, quien les quite la venda de los ojos y no oculto tampoco mi deseo de que sigan celebrando sus derrotas por mucho tiempo.
Al fin y al cabo, cada uno es libre de hacer el ridículo como guste. Porque, además, las próximas “alianzas de perdedores” no están firmadas todavía y, a medio y largo plazo muchos de los pactos que se cierren hoy pueden devenir hipotecas impagables mañana, en las siguientes elecciones. Y el consecuente desahucio dependerá entonces, por fortuna, de los ciudadanos y no de los jueces.
A mí me parece (o eso quiero pensar) que el PP de Gandia no ha reaccionado así tras esta derrota electoral. Me gustaría que fuera cierta mi impresión de que Soler, pese a todo, no sólo no es Torró en las formas (como es evidente) ni en el fondo sino que él mismo ha sido otra de las muchas víctimas del peor alcalde que ha tenido esta ciudad.
Y espero y deseo que la derrota del PP traiga la consecuencia positiva para todos de terminar políticamente con este nefasto personaje y sus plumillas a sueldo, que todavía le ríen las gracias, le tapan sus trapicheos y difunden sus insidias. La política vive del pragmatismo, sí. Pero las formas también cuentan y desde la oposición se puede colaborar a hacer una ciudad mejor para todos, como demostró el inolvidable Vicente Sáenz de Juano. El político aspira a gobernar, pero nuestros gestores públicos no deberían olvidar que la ética y la estética deben ir de la mano. Nulla Esthetica sine Aethica y Gandia es un muy buen lugar para poner en práctica la máxima.
Nota bene.- Por lo que he podido averiguar durante la campaña electoral, creo que lo que en unos ha sido un previsible error de cálculo (como tuve oportunidad de comentarlo con los interesados), en otros (que incluso se han negado a dar entrevistas) sigue siendo cuestión de ego. Peor para todos.
Y obviamente no me refiero a Vox, el único partido al que le agradecemos que su participación en los comicios solo haya servido para restar votos, pues ni siquiera se han dado a conocer unos candidatos que, pasadas las elecciones, siguen siendo unos perfectos desconocidos en Gandia. Mejor para todos.