La de Mariles, la farmacéutica de la calle Mayor de Gandia, es una de esas historias que marcan la vida de una familia y, por extensión, de toda una ciudad. Porque muchos la conocen y a nadie deja indiferente. Es el testimonio de una vida de lucha, trabajo, injusticias y dolor, pero por encima de todo, una fortaleza que se ha transmitido de madre a hija, y también a nieta, una saga que, aunque marcada por un duro pasado, no han perdido las ganas de vivir y salir adelante.
Este relato arranca en 1927 cuando abrió sus puertas la Farmacia Central en el chaflán de las calles Mayor y Juan Andrés. En 1929, Ángeles Malonda, hija de un importante empresario, y con el título de farmacéutica bajo el brazo, se casó con Antonio Azcón, un farmacéutico de Alcira. Al poco tiempo adquirieron el céntrico local. Todo marchaba según lo planeado pero entonces estalló la Guerra Civil. Los años pasaron y su calvario comenzó al final de la contienda, cuando el matrimonio fue detenido y encarcelado. Antonio murió de un disparo y a Ángeles, condenada también a muerte, finalmente se le conmutó la pena.
Tras este duro momento, trató de recuperar su vida, retomar la crianza de sus dos hijas y el negocio que había quedado parado. Pero no se lo pusieron fácil y, a punta de pistola y con el régimen franquista como aval, le arrebataron su farmacia. Tuvo que esperar 15 largos años y pagar una indecente cantidad de dinero para recuperar lo que por derecho ya era suyo. Pero la vida siguió y una de las hijas, Mariles, cursó también farmacia para hacerse cargo del negocio hasta su jubilación. Su hija, Mariví Camarelles Azcón, hizo lo propio al crecer y es hoy quien está al frente de una botica que pronto será centenaria.
Hace mucho frío y Mariles Azcón Malonda nos invita a su casa para evitar salir a la calle. Queríamos entrevistarla en la farmacia que ha regentado toda su vida, donde su madre también fue farmacéutica y donde ahora, su hija está al mando. Nos espera con esa afabilidad que siempre le caracterizó en un amplio salón con unas vistas maravillosas.
Su historia comienza con el abuelo, un gran empresario alcoyano que viajaba mucho y con unas ideas y visión de la vida muy avanzada. Sus cuatros hijas fueron educadas bajo la premisa de ser independientes en la vida adulta, sin necesidad de depender de un hombre, lo habitual de la época. Decía entonces: “La independencia económica es la base de todas las independencias”.
La madre de Mariles quedó huérfana de padre muy joven, y fue su madre quien le animó a estudiar farmacia, su pasión, y cumplir así la promesa que había hecho su marido: “Mis hijas estudiarán lo que deseen”. Así que marchó a Madrid. Vivió en la residencia de María de Maeztu, todo un personaje en su época y allí escuchó a Ortega y Gasset, a Victoria Kent, a García Lorca y conoció a Dalí, Buñuel o Machado. Un bagaje cultural y social que le marcaría ineludiblemente.
“Mi abuela -comenta Mariví- fue una adelantada a su tiempo, no tenía nada que ver con lo que se vivía en Gandia en aquella época. Las mujeres estudiaban magisterio y eran muy pocas las que elegían carreras de ciencias. Además, si les tocaba algún profesor que no veía claro que la mujer pudiera estudiar una carrera de ‘hombres’, no se lo ponían fácil”. Por eso la residencia fue tan relevante en su carrera. Era también pionera y avanzada, e incluso gestionaba intercambios con Estados Unidos.
Mariles prosigue su relato. “Mi padre también era farmacéutico, en Alcira. Cuando eran fiestas en Gandia, los chicos de allí venían a la ciudad y así conoció a mi madre”. Antonio Azcón era una persona muy comprometida que intentaba ayudar a quien lo necesitara. Fue presidente del Sindicato de Farmacéuticos de Valencia pero, al terminar la Guerra Civil española fue acusado de “rojo”. Eso le supuso el arresto, junto a su esposa, y posterior asesinato. Ella, tras un periplo por varias prisiones, fue a parar a la que se instaló en las Escuelas Pías. Un día, escuchó un disparo. Al rato le dijeron que su marido había muerto, le habían disparado mientras reconocía a un paciente. Era el año 1940.
La vida seguía fuera de la cárcel y Mariles quedó al cuidado de su abuela. “Lo hizo tan bien, tuve tanto cariño que no recuerdo nada de esa etapa. Un día nos llevaron a mi hermana y a mí al cementerio y allí había una caja. No sabía que era mi padre ni qué significaba todo aquello, pero incluso nos criticaron porque no lloramos. Pero entonces los niños no sabíamos nada, yo no entendía qué erala República, ni quienes eran rojos o blancos”.
La abuela fue una de esas mujeres luchadoras que, viuda con 40 años, crió a cinco hijos. “Mi abuela Loreto fue además una gran empresaria. Vivíamos por la estación. ‘La gandiense’ tienda de su abuela se ubicaba en la planta baja de la casa, allí se vendían sifones, gaseosas, cervezas… “También había un pozo y venían las mujeres a coger agua. Luego adquirió carros y repartía por los pueblos las bebidas. Era una figura importante”.
En 1943, Ángeles fue puesta en libertad pero tenía prohibido vivir en Gandia. Así que marchó de nuevo a la capital. Unos años después, por fin regresó a su farmacia. Por entonces, Mariles era una adolescente que soñaba con ir a Valencia. Pero la vida le llevó a Madrid, una experiencia que le abrió un mundo totalmente desconocido para ella. Estuve un año y no estudié nada”, ríe pensando en la picardía de aquella época. Y su madre se vio obligada a enviarla a Granada donde ya obtuvo el título de farmacéutica, con el que volvió a casa para entrar en el negocio al lado de su madre, hasta que se jubiló.
LA HISTORIA VISTA POR LA NIETA
Mariví Camarelles Azcón es desde hace años el rostro de la Farmacia Central. Su bisabuela, su abuela y su madre han sido mujeres luchadoras, independientes y avanzadas a su tiempo. “He de decir que esta historia de familia se ha vivido con muchísimo respeto. Tuve conciencia de todo lo pasado por mi abuela cuando ya era adolescente, tendría unos 15 años cuando me regaló el libro que escribió, ‘Aquello sucedió así’. Comienza con un ‘No se trata de un diario, ni de las memorias de una de tantas víctimas de la tragedia que hundió a España en la guerra civil de 1936 y que, aparentemente, concluyó en abril del 39. Este libro es un conjunto de vivencias, de pensamientos y de reflexiones relativos a la que se denomina postguerra’. De hecho, nunca averiguamos quién fue la persona que, a punta de pistola, le usurpó la farmacia con total impunidad. Pero a pesar de todo, no hemos crecido en el rencor”.
Mariví ha mamado desde pequeña el ir y venir de la farmacia. “Prácticamente me he criado ahí y al final, cuando tienes que decidir qué estudiar, siendo tan joven para tomar decisiones y no habiendo nada que me llamara más la atención, opté por farmacia”. Y como no iba a ser de otra manera, sus primeras prácticas las hizo junto a su mentora. “Cuando mis padres empezaron, hacían sus fórmulas, era muy corriente que los médicos recetaran y ellos las preparaban en los laboratorios. Ha cambiado todo mucho. También recuerdo que entonces las guardias de las farmacias eran de 15 días las 24 horas”.
LA EVOLUCIÓN
Se vendían, fundamentalmente, cremas y aspirinas. “Nunca imaginé que luego, con el paso de los años tendríamos tantísimos medicamentos como hay ahora”, apunta Mariles. De aquellas fórmulas de laboratorio se pasó en unos años a la informatización total, la liberación de patentes o la administración de genéricos. Además de los cambios sociales, el aumento de la esperanza de vida y los cambios en las patologías. “Hay medicamentos que ni siquiera existían hace 15 años”.
No pocas veces llamó Mariles a los médicos para aclarar la enfermedad del paciente, porque no entendía el nombre del medicamento.“Antes no había ni Dios que leyera alguna receta. Ahora es imposible equivocarse. Antes los fallos en la dispensación eran comunes, ahora no cabe el error para nada”.
Si Mariles vendía cantidades ingentes de aspirinas o la famosa ‘agua del Carmen’, ahora la pregunta es: “¿Qué es lo que más se vende en una farmacia? Mariví no duda: “Ansiolíticos. Hay muchas patologías mentales que hasta hace relativamente poco tiempo no se tenían muy en cuenta, y ahora hay un gran abanico de medicamentos que cubren muchos temas”.
El campo es tan amplio que ahora dependen de las instalaciones que tengan las farmacias para incorporar otros servicios. “Veo muy interesante la ‘formulación magistral’. Llamamos así a un medicamento destinado a un paciente específico, preparado por el farmacéutico o bajo su dirección, para complementar expresamente una prescripción médica detallada de las sustancias medicinales que incluye. Se elabora según las normas técnicas y científicas del arte farmacéutico. Es un nicho de mercado muy bonito, pero cada vez es más pequeño porque ahora está todo hecho”.
Pero el farmacéutico del barrio siempre ha estado ahí y las consultas son inevitables. Y “ahí debemos saber hasta dónde podemos llegar en aconsejar o remitir inmediatamente al médico”. Ambas coinciden en que deben saber “escuchar y ser pacientes para poder solucionar los problemas”.
Mariví siente un apego especial hacia su madre pero también una gran admiración y respeto profesional. Mariles, por su parte, está encantada de que el legado de su madre ahora recaiga en su hija. Abuela, hija y nieta al frente de una de las farmacias con más historia de Gandia, la Farmacia Central. La hija de Mariví es la cuarta en la saga. Sólo el tiempo dirá si sigue la misma senda.