Otro año más

 

Va a ser un año difícil de despedir porque estos meses no van a dejarnos recuerdos; van a dejarnos huellas. Por mucho que la última noche del año nos empeñemos en decirle adiós, el 2020 nunca se irá del todo.

 

 

Hay quien dice que de esta saldremos más fuertes y mejores, más solidarios y con más empatía. ¡Ojalá! Yo, que no tiendo al pesimismo, no lo tengo tan claro. Durante estos meses de mascarilla y distanciamiento, con todo lo que se nos ha venido encima seguimos sin ser capaces de valorar lo que realmente importa. Permanecemos cada uno en nuestra trinchera esperando el momento de atizarle al de enfrente.

 

 

Mucha, demasiada gente lo está pasando mal. Unos por la enfermedad, otros por las consecuencias que ha traído este maldito “bicho” que parece que va a quedarse mucho tiempo con nosotros. Todos conocemos a alguien que está sufriendo los efectos físicos de la dolencia o las secuelas sociales del virus, y como guinda asistimos atónitos a espectáculos que no debieran representarse en espacios políticos y mucho menos en horario protegido.

 

 

Los actores de esas representaciones son algunos de nuestros políticos que por ignorancia o por buscar su minuto de gloria, se oponen sistemáticamente a recomendaciones que llegan desde otras “bancadas”, y están consiguiendo que los ciudadanos estemos, además de preocupados, perplejos. Incluso la señora presidenta de una comunidad autónoma ha asumido un papel esperpéntico y vergonzoso. ¿De verdad a los que discrepan por el placer de discrepar les preocupa la vida de las personas? Porque a mí me da la sensación que como a Rhett Butler en “Lo que el viento se llevó”, les importa un bledo. Cuando te importa la vida de alguien no solo has de procurar que esté vivo, sino de que viva, porque una cosa es vivir y otra bien distinta estar vivo.

 

 

Lo que menos necesitamos ahora para que al menos nuestra salud mental esté protegida son decisiones atolondradas y partidistas que van a influir en nuestra salud y en nuestra economía. Estamos hasta la peineta de declaraciones inciertas y pintorescas, bastante lluvia está cayendo como para que encima vayan regando.

 

 

Creo que la mayoría de nosotros, que somos los espectadores de esta tragicomedia, estamos portándonos bastante bien. Que nos hemos de poner la mascarilla, pues nos la ponemos. Que nos hemos de poner a metro y medio, pues nos ponemos. Que si el gel en las manos, pues el gel en las manos, lo que sea. Cuánto más responsables seamos mejor nos irá, pero encima tragar con políticas de enfrentamientos no creo que ayude a nuestro bienestar.

 

 

Así que sus señorías, sobre todo aquellas señorías a las que todo les parece mal, tendrán que ponerse a la faena que hay mucha y está por hacer, les puedo dar dos ideas: dignificar la sanidad y la educación pública sin dejar atrás a nadie por falta de medios.

 

 

Ese es su trabajo. Pero nosotros también hemos de arrimar el hombro porque en estos meses tan extraños y preocupantes que estamos viviendo (lo que nos queda por vivir), es cuando más debemos responsabilizarnos cada uno de la salud de todos. Es cierto que los protocolos y las normas que nos imponen son en ocasiones difíciles de cumplir y no me refiero a las mascarillas; es duro para las personas mayores no ver a sus hijos o a sus nietos y, si los ven, no poder abrazarlos. Es duro pasar este tiempo en soledad o con la incertidumbre que envuelve el mercado laboral. Pero, aun así hemos de vivir con responsabilidad. La salud pública nos incumbe a todos, ciudadanos de a pie y políticos. La sanidad y su buen funcionamiento está en manos de los gobiernos.

 

 

A pesar de todo me despido de este peculiar año con la esperanza de que el próximo será mejor, porque igual en verano nos volvemos a abrazar. Ah! La noche de fin de año no me comeré las uvas porque me da a mí que el año pasado nos sentaron fatal.

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