Si estos tiempos están en contra de vosotras (…) resiste y lucha como ella
(Luisa Roldán) debió resistir y luchar, hasta imponer su derecho.
Manuela Ballester
Manuela Ballester, pintora, cartelista, ilustradora y articulista, fue una mujer infravalorada especialmente por el peso artístico de su marido Josep Renau, por ser mujer, y por ser activista del bando republicano durante la Guerra Civil Española.
Manuela Ballester abrió los ojos y creció dentro una familia inmersa en el arte, en el taller de imaginería de su padre -situado en la calle Salvador- y en contacto con todos los artistas que acudían a él.
Manuela Ballester nació el 17 de noviembre de 1908 en Valencia. Su padre fue Antonio Ballester Aparicio, escultor imaginero y profesor de la Academia de Bellas Artes de San Carlos (Valencia). Su madre fue Rosa Vilaseca Oliver, modista. Fue la segunda de los hermanos, después de Teresa , luego nacería Antonio, Tonico , que fue escultor y dibujante y las hermanas menores Rosa y Josefina, que también se dedicaron al mundo artístico como grabadoras y pintoras.
Mi padre era un Donatello (…), de allí me vino la afición, o la necesidad de hacer un trabajo.
Una de las más caras aspiraciones de mi padre, quizás por reflejo de aquel afortunado Pedro Roldán, padre de Luisa, era que alguna de sus hijas aprendiéramos su oficio.
Con tan sólo catorce años, ingresa en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos de Valencia, matriculándose en la especialidad de pintura, cuando todavía la presencia de mujeres era escasa y excepcional. Ahí se forma con grandes maestros.
En aquellos tiempos, los últimos años de la monarquía en España, la muchacha estudiante era mal mirada en general, pero particularmente lo era la estudiante de las escuelas de bellas artes, pues estas escuelas eran terreno vedado a mujeres. Recuerdo las burlas groseras de los bedeles, las puyas hirientes con que los mismos maestros trataban de desanimarnos y en el mejor de los casos, la indiferencia de los compañeros.
Durante sus estudios, obtuvo un premio de retrato y, con la cuantía económica, siguiendo los consejos paternos, realizó un viaje a Madrid. Allí visitó el Museo del Prado, descubriendo a Goya, El Greco y a Velázquez, a quien siempre consideró su maestro del retrato.
El retrato lo practicaría durante toda su vida, dibujando a sus familiares de manera desinteresada.
En sus retratos no hay ninguna idealización, pero sí una expresividad intensa y nada convencional, que correspondía al afán de autenticidad e introspección psicológica. Respetaba la intimidad del modelo, copiando fielmente la realidad, sin interferir en ella. Dejaba ya no que aflorase la interioridad, sino que fuera esta la que modelase el gesto y la figura.
Poco a poco fue cambiando hacia otros estilos más juveniles que en estos años estaban apareciendo y cuajando y que estaban liderados por Josep Renau, que luego sería su pareja. Eran estilos contestatarios, de renovación plástica, conocidos como la Generación Valenciana de los Treinta.
Tras su graduación en la Academia de Bellas Artes de San Carlos, Manuela Ballester comenzó su carrera profesional realizando diversos trabajos de diseño de figurines de moda, tal vez por influencia materna, para las revistas Crónica y El Hogar y la moda, La semana gráfica, editadas en Madrid y Valencia, respectivamente.
Estos trabajos en el mundo de la moda le suponían unos ingresos necesarios para poder mantenerse.
El 20 de octubre de 1929 se publica como portada de la revista Blanco y Negro un cartel diseñado por Manuela Ballester y presentado al concurso convocado por dicha revista, donde se puede apreciar la influencia del estilo art déco, que tanto gustaba a los ilustradores valencianos de estos momentos.
Sus inquietudes sociales se reflejan en el manifiesto a propósito de la «Exposición de arte de Levante»:
Queremos sentir la emoción, no de la forma y el color, sino del alma, de la forma y del color. Queremos sensibilidad dinámica, humedad de sentimientos, calor de pasiones, locura de voluptuosidades. Este es nuestro medio ambiente, este es nuestro siglo, y esto, en fin, queremos que refleje nuestro arte. Sin ortografías ñoñas, sin cánones cómodos y decadentes, sin prejuicios cobardes. (…) El pasado ya fue, está detrás de nosotros y ya no nos pertenece. El futuro será, está entre nosotros, es nuestro y podemos moldearlo a nuestro sentir. Vayamos hacia él.
En septiembre de 1932, Manuela Ballester contrajo matrimonio con Josep Renau, a quien había conocido durante los estudios de ambos en la Academia de Bellas Artes de Valencia. El matrimonio tuvo cinco hijos.
Un campo en el que Manuela Ballester participó y destacó fue en la ilustración de revistas y libros. En sus comienzos artísticos ilustró, principalmente, diversos libros de cuentos destinados al público infantil.
En 1930, Manuela Ballester consigue el primer premio de portadas convocado por la Editorial Cenit para la edición española de la novela Babbitt, escrita por el ganador del Premio Nobel de Literatura, Sinclair Lewis. Al concurso se presentaron otros diseñadores gráficos de indudable talento como: Penagos, Ribas o el propio Josep Renau, entre otros.
Del 32 al 37 colabora en diversas revistas comprometidas socialmente. Y también publicó un artículo, con el título Mujeres intelectuales, en el que critica un escrito aparecido en la revista Noreste, de Zaragoza. El artículo es una crítica ante la ausencia de compromiso político en la obra expuesta de las pintoras consideradas las más renovadoras del momento, como Ángeles Santos, Norah Borges, Rosario de Velasco y Marisa Pinazo. Manuela Ballester alude a la pérdida, por parte de estas pintoras, del llamado espíritu de mujer.
No pedimos nosotros ni pide el arte que el artista exprese sus emociones al dictado de tal o cual ideología. Pero sí que pide la Humanidad y exige el arte un mínimum de honradez y de dignidad del artista para consigo mismo. Una sinceridad que refleje en las obras las palpitaciones humanas; y en este caso, en que de mujeres artistas se trata, exige además la Naturaleza que la obra, además de viva y fecunda, sea un amargo grito maternal de protesta contra el dolor de la carne inocente o un imponente exigir paso a la vida.
En sus trabajos, los dibujos realizados a tinta, tienen una gran intensidad, tratando de concienciar a los lectores, dándoles una visión realista a los acontecimientos que en este tiempo están sucediendo y animando a afrontar los inconvenientes. Manuela hizo un fotomontaje denunciando la falta de alimentos de los niños, acompañando un texto redactado por ella.
Como militante activa del Partido Comunista y miembro destacado de la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura, llevó a cabo una incesante labor en defensa de los derechos y reivindicaciones sociales de las mujeres. Decidió colaborar con la causa republicana en la lucha contra el fascismo, convirtiéndose, en el año 1936, en un miembro importante de la Agrupación de Mujeres Antifascistas de Valencia, colaborando además en diversas tareas del Ejército Popular.
Con motivo de las elecciones de 1936, diseñó su primer cartel, animando a las mujeres a votar a favor del Frente Popular. El cartel muestra claramente los impedimentos a los que se enfrentaban las mujeres a la hora de decidir sobre el futuro del país. Se representa a la mujer como madre o matriarcal y de heroicidad abnegada, intentando ejercer su derecho al voto mientras que es agarrada por sus ropajes por una serie de personajes pertenecientes a los estratos más anquilosados de la sociedad: la derecha rancia y la iglesia, los cuales a su vez pisan un montón de cadáveres.
Durante el conflicto y después de un conato de sublevación entre los campesinos, Manuela se dedicó a dar mítines por los pueblos concienciando a las mujeres del gran papel que jugaban en la retaguardia, especialmente, en el campo.
En 1939, cuando se dio por finalizada la Guerra Civil, la familia estaba aún en Barcelona y decidieron marchar a Francia, quedando un tiempo el marido, Jean Reanu, en Barcelona por sus obligaciones. Éste, a finales del 1939, estuvo a punto de ser detenido por el ejército franquista y ser juzgado y fusilado.
Desde Barcelona, Manuela Ballester logró cruzar la frontera un mes antes que su marido, con Julieta en brazos, Ruy caminando y acompañada de su madre Rosa Vilaseca, su cuñada Elisa Piqueras y sus hermanas Rosa y Josefina. El viaje fue arduo, pues iban solas y desconocían el camino. Se quedaron pronto sin alimentos y se perdieron. De noche, en los Pirineos, se encontraron unos hombres que les invitaron a acercarse a su hoguera.
Manuela Ballester recuerda el impacto que le causó Francia al llegar:
El espectáculo dramático de mujeres clamando por sus hijos perdidos o muertos durante el éxodo era impresionante. Las colas inmensas de refugiados.
Manuela Ballester y Josep Renau se embarcaron hacia América junto con sus dos hijos Ruy y Julia, su madre Rosa Vilaseca , y sus dos hermanas Rosa y Josefina Ballester.
Para entender esta época es imprescindible leer sus diarios. No solo cuentan su vida sino la de la diáspora republicana en México.
Los diarios mexicanos se inician con el largo periplo desde Francia hasta México, pasando por un largo viaje que atraviesa los Estados Unidos. «En todas partes hace un calor sofocante», anota a su llegada. «Cuando lees los diarios se corrobora una vez más lo difícil que fue la partida hacia el exilio, Manuela tenía siempre ese afán de archivar y registrar con mucha exactitud por donde habían pasado y daba muchos detalles de cómo fue ese viaje», dice Carmen Gaitán, autora de la edición crítica.
A diferencia de los diarios de autoría masculina, los escritos de la pintora valenciana se basan en la cotidianidad, argumenta la historiadora: «Renau pudo hacer su obra porque Manuela le daba estabilidad emocional y personal». Los diarios recogen con detalle la organización de la casa y el cuidado de los hijos, siempre a la sombra de Renau y de su mal genio («me disgrego en los problemas domésticos», escribe el miércoles 7 de junio de 1944).
Eran dos personalidades ambiciosas y muy fuertes en lo personal y en lo profesional, les costaba doblegarse a la idea y a los tiempos del otro y eso está presente a lo largo de toda la escritura de Manuela en estos cuadernos», señala la investigadora, quien agrega: «Aunque era una relación tormentosa, ella intenta hacer un esfuerzo siempre porque está muy enamorada de Renau, quiere por todos los medios que salga a flote la familia, intenta apaciguar ese carácter fuerte que dice que no es femenino y ahí entran en juego los roles de género de la España del siglo XX que se perpetúan».
Una parte de los diarios está escrita en valenciano, la lengua en la que se expresaba la familia habitualmente y que aprenden los hijos nacidos en México («hasta nuestro pequeño mexicano habla valenciano», escribe en una carta).
También sobresale la cultura gastronómica valenciana que el matrimonio exporta a México y degusta en las numerosas comidas que organizaban con amigos exiliados. «Prepara orxata, paella o carne torrà«, recuerda la investigadora. El lunes 19 de junio de 1944 la pintora escribe: «La mare hizo arroz amb fessols i naps«.
Durante su exilio, Manuela Ballester continuó con su labor artística dejando una variada producción tanto en el ámbito de la pintura como en trabajos sobre los trajes tradicionales mexicanos. La investigadora Carmen Gaitán destaca la dificultad de localizar la obra de Manuela Ballester que actualmente se encuentra tanto en museos públicos mexicanos como en colecciones privadas. Sus descendientes también conservan parte de su obra.
En 1962, se produjo la separación definitiva del tormentoso matrimonio.
Renau consideraba que su mujer le hacía sombra y, aún admirándose mutuamente, entre ellos había celos profesionales.
Tras el divorcio, ambos desarrollaron su arte con más libertad, a pesar de que mantuvieron el contacto y la relación hasta el final.
Un duro golpe para la artista, al poco de llegar a Berlín, fue el suicidio en Barcelona de su hija mayor Julieta, con la que la tenía una relación especial.
La periodista Aina Torres, autora de Dones rebels. Històries contra el silenci , reflexiona sobre el olvido de esta artista de primera línea a la sombra de su marido. «Fueron los perdedores de la guerra y lo más fácil es que te olviden», afirma Torres, quien achaca «la soledad y la tristeza» de Manuela Ballester a la «falta de comprensión de su obra» y a la «dificultad de estar al lado de alguien que te hace sombra».
Manuela nunca volvió para afincarse en su tierra natal, ni siquiera tras la muerte del dictador y la finalización de la dictadura. Tenía muchas razones:
D’una banda la pensió. D’altra la família. Tinc una part de la meua família, la meva filla Teresa i els meus néts, a Berlín i no vull deixar -los sols. Teresa es grafista. Il·lustra també llibres. Fa dibuixos per a llibres científics. Tinc néts dispersos per Alemanya, Espanya i Mèxic.
Vivió con serenidad su vejez, acompañada de su hija Teresa y de sus nietos en el barrio de Mahlsdorf. El 11 de octubre de 1982 moriría Renau acompañado de Manuela Ballester, su hija Teresa y sus nietos.
Manuela Ballester falleció en Berlín el 7 de noviembre de 1994 y su cuerpo descansa junto al de Josep Renau en el cementerio para las víctimas del fascismo del barrio de Lichtenberg.
Manuela Ballester, respetando la voluntad de Josep Renau, donó su archivo, biblioteca y hemeroteca a la Fundación Josep Renau de Valencia. Asimismo, el trabajo que realizó en México sobre el traje popular mexicano lo donó al Museu Nacional de Ceràmica i Arts Sumptuàries ‘González Marti’ de Valencia y, una pequeña parte de sus cuadros, al Museu Popular d’Art Contemporani de Vilafamés, Castellón.
Además, cabe mencionar el importante número de exposiciones en las que Manuela participó, tanto en vida como después de su muerte, y de las que ha quedado constancia en la prensa de la época y en los catálogos de exposición.
Manuela Ballester supuso un ejemplo de emancipación femenina en la primera mitad del siglo XX.
En este sentido resulta cuanto menos excepcional que una mujer se dedicara de manera profesional a la práctica artística a principios del siglo XX, y más si cabe que lo hiciera volcándose en un territorio dominado por los hombres al hacer obra de fuerte realismo combativo, convirtiéndose así en una especie de miliciana con los pinceles.
Esperemos que en futuros trabajos de investigación, e incluso en las
aulas, su nombre quede reflejado no como un mero apéndice de Josep Renau, sino como una artista completa e independiente, nos dice la investigadora Cristina Martínez Sancho.