Hace unos días el Sr. Soler tuvo a bien aprovechar la celebración del trigésimo quinto aniversario de Gente de la Safor para un desahogo político contra este mismo medio. Su pretendido recuerdo de Gardel me resultó inoportuno por razones obvias (pues no parece que fuera éste el momento ni, acaso, el lugar adecuados) y, además, oportunista por cuanto yo creo que el artículo en cuestión, más que una felicitación sincera a Gente, era un guiño a la parte de su partido que sigue aferrada a la foto de Colón y no ve con buenos ojos que ahora el Sr. Soler escriba en las páginas del medio que hasta hace cuatro días denunciaba las muchas vergüenzas y desvergüenzas del peor gobierno que ha tenido esta ciudad, con el Sr. Soler como segundo de a bordo.
Resulta patética la defensa que el Sr. Soler hace, ahora, de la libertad de expresión. Pero no porque use en vano el nombre de Voltaire como escudo (y encima con una cita apócrifa), sino porque no ha pasado tanto tiempo desde que el gobierno en el que era segundón actuaba descaradamente contra los medios críticos, muy especialmente contra Gente de la Safor, que los actuales adalides de la libertad de
expresión no pudieron entonces comprar ni doblegar como sí hicieron con otros. Tan evidente y tan injusto era el ataque (eso sí fue una persecución ad hominem) que provocó la respuesta colectiva de un grupo de ciudadanos tan diverso que en él participaron incluso militantes de su propio partido, indignados ante una injusticia tan flagrante.
Aprovecho para aclararle, Sr. Soler, que quienes nos involucramos en “Salvemos a Gente” no lo hicimos por amor sino por interés, pues no defendíamos negocio particular alguno sino la libertad de expresión y de información, que es patrimonio colectivo. En aquellos momentos (que fueron mucho más difíciles para unos que para otros) la humilde Gente, en su línea, representaba esas libertades con una dignidad, profesionalidad y solvencia a años luz de la sumisión de sus muchos medios “amigos” y la chabacanería en papel cuché de semanarios impúdicos en los que ustedes despilfarraban los recursos públicos.
Resulta algo más que paradójico el que un imputado en la “Púnica” (¡precisamente en la “Púnica”, con tantas causas abiertas como hay para elegir!) se queje, aquí y ahora, de “informaciones obscenas, injustas y muy poco respetuosas”.
Hace ya tiempo que viene lloviendo sobre mojado y, en pleno aguacero, a usted no se le ocurre otra cosa que abrir la manguera aquí, en el patio de casa.
Ocurre, señor Soler, que los españoles venimos contemplando atónitos cómo los liberticidas reivindican “libertad” en el Congreso de los Diputados; que quienes antaño se manifestaban contra la Constitución sean los mismos que hogaño se erigen en los custodios de su esencia (pese a que no la cumplen); que “patriota” ya no signifique “amigo del bien común” sino demagogo que utiliza los símbolos como arma arrojadiza; que además de aeropuertos sin aviones y universidades sin profesores doctores, ahora nos hagan hospitales sin médicos ni quirófanos; estamos hartos de que al runrún de togas judiciales se una el tradicional ruido de sables (oxidados, pero sables), así como de que se utilice a los niños para defender los negocios educativos y, encima, mintiendo… Pues bien, cuando ya estábamos “hartos de estar hartos” de tanto cinismo, viene usted a echar su inmundicia en el jardín de casa donde celebramos el 35 aniversario de un superviviente de su particular holocausto periodístico.
Permítame, en fin, que no cite a Kapuściński ni a Voltaire (aunque sea mal) ni a Jefferson, pero sí a Maruja Torres para recordarle que “no tenemos el coño para ruidos”.
¿Sabe?, yo no escribo “desde la equidad y la verdad”, como dice usted, sino desde la subjetividad de los mortales para defender mis ideas. Y yo creo en Gente de la Safor porque, entre otras cosas, este humilde medio es tan grande que en él cabe incluso gente como usted. El día en que a usted lo censuren, me tendrá a su lado. Mientras tanto, no sé si le conviene hacer mucho ruido. Pero –eso sí- no se haga la víctima, que se le ve el cartón bajo el pelo de la dehesa.