Los Gonga, el teatro como estilo de vida

Josep E., Maria Josep i Ximo. O mejor, Pep, Gongui i Ximet son los protagonistas de nuestra siguiente lista de sagas familiares relevantes en la historia de Gandia. Y no podíamos entrevistarles en otro sitio que no fuera en la que fue su casa durante años, el Teatre del Raval. Gandia siempre ha sido conocida por tener gran tradición y afición a la fiesta, al sarao en cualquiera de sus formatos. Y el teatro, a mediados del siglo pasado, era uno de ellos. Y si hablamos del teatro en Gandia en los años 50, resulta ineludible pensar en un nombre, Joaquín Gonga, artista aficionado hasta la médula y padre de algunos de los fundadores de la primera y más longeva compañía teatral de la ciudad, Pluja Teatre.

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Joaquín Gonga Escrivá nació en 1919. Regentaba, junto a su socio, una barbería en la calle Mayor. Pero con el derribo de los viejos edificios, cerró el negocio y trabajó de cualquier cosa en la que se pudiera trabajar. No tenía barreras. Dos años más tarde nacía la que sería su mujer. María Colomina Ruiz vivía con sus padres y hermanos en lo que hoy es el Mercadona de la Renfe. Era su serrería, donde hacían los cajones de madera con los que se transportaba la naranja. Y lo que después fue el hotel Ernesto, era un motor de agua propiedad de su padre y suministraba a media Gandia. Vivían bien. Pero la posguerra hizo estragos, se arruinaron y lo perdieron todo.  Y fueron a vivir a Corea.

 

 

Aunque el local estaba embargado, siguieron usando un tiempo una zona para los bailes del domingo que organizaba uno de los hermanos de Maruja. Allí, “nuestro padre conoció a nuestra madre.

 

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Ella no sabía bailar, y él era un dandi. Y allí se hicieron novios”, explica Gongui. Su vida en pareja comenzó junto al resto de la familia, en la casa donde después nacerían nuestros tres anfitriones.

 

 

LOS INICIOS DEL TEATRO

La historia de Ximo Gonga va ligada a la de otro histórico de los escenarios -entendiendo por escenario patios de casa, solares o cualquier espacio susceptible de acoger un evento-, Ximo Roig, que, con el grupo Talía, inició sus pasos artísticos. Fue después de la guerra, y con la excusa de recaudar fondos para construir la parroquia de Corea, cuando se unieron y empezaron a actuar los fines de semana bajo el nombre de Esplai.

 

 

Con Acción Católica habían conseguido un local en la Vila Nova donde presentar sus sainetes cada domingo. Se los aprendían de memoria, aunque siempre estaba el ‘Tio Micó’, el apuntador, por si hacía falta dar el pie. Pero Corea ya era su barrio y allí fueron, a las fiestas de la calle San Juan de Ribera, a las que acudía gente de toda la comarca. “Medía 115 metros, porque mi padre me contaba que colgaban una banderita cada metro, 115 en total”, apunta Ximet. Alguno recordará muchas anécdotas como aquel… controvertido concierto de Antonio Machín.

 

 

Como sucedería en todos los barrios, las fiestas de las calles fueron desapareciendo y en su lugar comenzaron a montarse las comisiones y casales falleros. Y claro, los motores de la vida social del barrio eran Gonga y compañía, así que fueron ellos quienes fundaron la falla de Corea. “No sabía estar sin hacer teatro, así que cuando empezaron a montar el casal una de las primeras cosas que hicieron fue acondicionar un espacio para las actuaciones. De hecho fue la primera falla en tenerlo”, anota Pep. Ramón Sanz, Jaume Pérez, Enrique Gracia, Rosamari Ferrer, Vicent Femenia, Paquita Cucart, Amparo Brotons…. Fueron muchos.

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Eran los años 60. Y la vida -social- transcurría entre el casal y las casas particulares, convertidas en improvisadas salas de ensayos. Todos participaban de algún modo. La familia Gonga al completo, actuando, montando y Maruja, costurera, se dedicaba a tejer los vestuarios.

 

 

El abuelo materno “también era un caso”. Indignado confeso con la banca que les había embargado, no tenía pudor en gritarlo a los cuatro vientos. En su jubilación se dedicó a su gran pasión, la lectura, y de hecho atesoraba una gran biblioteca con todo tipo de títulos: de temática naturista, escritos en esperanto y, sobre todo, de Blasco Ibáñez. Era republicano, y el miedo le llevó a enterrar en el pozo de casa todas aquellas obras. Pero la esencia quedó y sus nietos crecieron en un entorno ilustrado y culto.

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La compañía fue apagándose justo cuando Pep y Gongui empezaban a ser adultos, así que, de nuevo, la evolución los llevó a seguir en el gremio y fundar su propia compañía, Pluja Teatre.

 

 

PLUJA TEATRE

Por aviso de su hermano Pep, Gongui entabló relación con ‘Lluerna’, un grupo de amigos que hacían teatro y buscaban gente. Entre otros, se cruzó con Joan Muñoz, Marina Morant o Pep Ferrer. Tenían el elenco, pero les faltaba la obra. Coincidió que el Ateneo Mercantil convocó el primer concurso de teatro para fallas. Corea tenía falla, pero le faltaba compañía que hiciese la obra que se había escogido. Así que, de nuevo, los caminos se cruzaron.

 

 

Bajo el paraguas -nunca mejor dicho- de la comisión festera, ‘Lluerna, ya convertido en Pluja, se presentó al concurso “y con nuestro ‘apitjat’, va y ganamos el premio a la Mejor Dicción’, que lo daba lo que ahora es Acció Cultural. Este dato es relevante porque en aquel entonces la normalización lingüística no estaba tan asentada como hoy, y de hecho el grupo se inscribió como ‘Plutja’. Tuvo que llegar un castellanoparlante Ximo Vidal desde Londres para decirles que el nombre estaba mal escrito. Pero, ¿de dónde salió el nombre?, pues resulta que “siempre que Lluerna actuaba, llovía. Y antes no había teatros ni infraestructuras, casi siempre era al aire libre, así que imagina el caos”.

 

 

La compañía empezó a coger ritmo y “empezamos a preparar la obra ‘Errante’, basada en poemas de León Felipe. Hicimos algunas actuaciones. Ensayábamos en casa de Joan y actuábamos en un local que el colegio Las Esclavas dejaba a algunas asociaciones. Entonces Ximo empezó a darle vueltas al tema de la lengua y ya nos convertimos en una compañía totalmente en valenciano, nada fácil en esos tiempos”, explica Gongui.

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En 1974 nació ‘El supercaminal’, primera gran obra que arrasó y con la que recorrieron infinidad de escenarios. Con ella criticaban el proyecto de la autopista AP-7. Y la siguiente fue otra mítica, ‘Sang i ceba’, que relataba unos hechos trágicos ocurridos en Xeresa. En ese momento, formaban la compañía Ximo, Gongui, Miquel Ribes, Pep y Joan.

 

En 1985 entró el hermano pequeño, Ximet, justo cuando Pluja compró el edificio donde todavía hoy está el Teatre del Raval. “Fue un año que trabajamos muchísimo para acondicionarlo”, recuerda Ximet. Esa es otra historia.

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EL TEATRE DEL RAVAL

Pluja ensayaba en un local del Prado, entre decorados y vestuarios que aumentaban cada temporada, con lo que pronto quedó pequeño. A través de un intermediario, “encontramos este edificio, que era una fábrica de muebles donde, casualmente, trabajaba nuestro tío Emilio, el hermano pequeño de nuestra madre”. Mucho ha cambiado el número 8 de la calle Sant Ramon desde entonces. Al principio era tal cual la fábrica, un enorme espacio diáfano con un escenario de apenas 40 centímetros. Con los años, los ahorros y subvenciones de las administraciones públicas, fueron haciendo poco a poco reformas hasta conseguir un teatro completo, con sala de butacas, estudio técnico, zona de archivos, oficinas, despachos y almacén.

 

 

Su estreno como tal fue en 1986 con ‘Momo’, unos momentos inolvidables por lo bueno que tuvieron. Pero también por lo no tan bueno, ya que llegó el primer gran susto. Un 14 de febrero, cumpleaños de Gonga (padre), Joan Muñoz sufrió un infarto en plena actuación. Afortunadamente, se recuperó por completo a pesar de que en el hospital pensaron en un primer momento que el paciente era un quemado, Alfred Picó, que iba totalmente maquillado como ‘Home gris’ en la representación. Por cierto, que el elenco incluía también nombres como Carles Alberola interpretando a Gigi.

 

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Desde entonces, se han forjado 40 años de carrera en los que se acumulan más de una treintena de obras entre las que tenía un papel muy relevante las realizadas dentro de la campaña escolar, una iniciativa de la compañía que durante años acercó el teatro en valenciano a escuelas de toda la comarca y más allá. Pep recuerda con especial emoción ‘Puja al Plujabus’, que puso patas arriba a media Safor con sus dos autobuses y la estatua de Minyana Jones -hecha por sus primos, los artistas falleros Colomina. Ximet se queda, indudablemente, con ‘Peter Pan’. Y con el ‘Momo’ de 2003 con el que recorrieron media España.

 

 

Maria Josep, por su parte, tira de memoria y de aquellos inicios utópicos donde todo estaba por hacer y, por tanto, por inventar. Era el inicio de la transición democrática, salir de una época gris para entrar en el mundo multicolor del teatro sin tapujos. Junto a Pluja también nacían en esa época otros iconos como los valencianos L’Horta Teatre o los catalanes Dagoll Dagom. Y con ellos, todos juntos, se fueron sentando las bases del teatro independiente y de proximidad. Se creó la Asamblea de Teatre del País Valencià, “primer grupo en el que nos unimos las compañías valencianas profesionales. Estuvimos ahí, en ese nacimiento. Fue muy especial, con asambleas interminables, encuentros, ideas, proyectos y muchísima ilusión”.

 

 

LOS HEREDEROS

Pluja duró 40 años y cuando tuvo edad, se jubiló. Y con ella, sus ‘alma mater’. Nació, creció y se retiró con aquel grupo de emprendedores. Los tres hermanos dejan tras de sí tres nuevas generaciones que, inevitablemente, miran de frente al mundo artístico.

 

 

Mar Arnau Gonga, hija de Pep, pasó sus primeros años entre ensayos y actuaciones junto a sus primos, correteando por el escenario y viajando con la compañía de su padre y tíos admirando y soñando la magia del teatro. Y fue directa a iniciar su carrera diplomándose en Arte Dramático en la Escuela Cuarta Pared de Madrid en 2007. Después viajó a Londres centrándose en el denominado teatro social, participativo y terapéutico. Obtuvo el Certificado Universitario en Dramaterapia de la Worcester University y continuó ampliando su formación, hasta llegar a entrar en la Escuela de Teatro Playback del Reino Unido, formando parte de la compañía Queer Playback Theatre y actuando con varias compañías inglesas. Actualmente, Mar Arnau vive en Barcelona, donde ofrece varios talleres y cursos y da los primeros pasos para formar una compañía de Teatro Playback en la ciudad. Aunque la pandemia ha puesto en pausa su trayectoria.

 

 

Pau Gonga, hijo de Ximet, estudió Bellas Artes. Su hermana Aina se diplomó en Educación Infantil y, como estaba escrito en sus genes, su proyecto final de carrera se centró en el fomento de la lectura a través de las técnicas teatrales. Consiguió un 10. “Han visto mucho teatro, claro. De pequeños sacaban su teatro y, en un momento, nos montaban una función totalmente inventada”, recuerda su padre.

 

 

Teo Vidal Gonga, hijo de Maria Josep, optó por la vía musical. Estudió magisterio musical y ahora trabaja de profesor en Cataluña. “Recuerdo que siendo pequeño me preguntó ‘cuando os muráis, ¿qué pasará con el teatro? Porque a Cento (Carbó, amigo y artista muy vinculado todavía al Teatre del Raval) y a mi nos interesaría’. Él tocaba el saxo i Cento la percusión, y siempre estaban por ahí haciendo música”.

 

 

Pero el teatro no desapareció con la jubilación. En el momento justo, cuando a unos les tocaba dar un paso atrás y a otros uno hacia delante, la vida cruzó los caminos de los hermanos Gonga con los de una joven pareja que ya hacía tiempo dedicaban su tiempo a las artes escénicas. “La crisis de 2008 fue durísima, también para el teatro. Trabajo teníamos, pero no pagaba nadie y aguantamos lo que pudimos durante algunos años más. Y a eso se sumó el cambio de gobierno en el Ayuntamiento, que vino a por nosotros. Al final, todo se acabó. Pero no queríamos que todo lo que había aquí se perdiera, porque al final era también parte de la historia de Gandia”. Y organizaron un mercadillo para ir repartiendo 35 años de material teatral acumulado en aquel simbólico edificio. No había mejor manera de anunciar y compartir el cierre de su etapa.

 

 

“Ahí estábamos un día, vendiendo de todo, y entonces llegó un chico calvo que me preguntó por unos elementos escenográficos que le interesaban. Le estuve enseñando lo que teníamos y se los quedó. Y hablando hablando, se quedó el teatro entero. ¡Qué suerte tuvimos!”. Era Francesc Burgos, director de LaCasaCalba que, de la mano de su fiel compañera Isabel Cogollos, gestionan desde entonces el teatro, donde combinan la programación ordinaria de la sala con su vasta programación propia, con festivales que tocan todos los palos artísticos y pensados para diferentes públicos, a lo largo de todo el año. Y en esas siguen, con el pequeño de los tres Gonga todavía a los mandos técnicos.

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Pep concluye en nombre de los tres: “El balance es evidente. Nos lanzamos al ruedo a probar y nos pasamos 40 años haciendo lo que nos gustaba”. Larga vida al teatro.

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