Las hermanas Barnés: un producto de la educación de la mujer (y IV): Ángela Barnés González

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Angela Barnés González, 96 años, estudiante diplomada en la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid en 1936, examina emocionada una fotografía de su promoción.

 

No es demasiado difícil encontrar conjuntos familiares en los que algunos miembros se dedican a la misma actividad intelectual. Es un poco más difícil encontrar una saga con personas que hayan realizado una actividad científica relevante, pero se hace casi imposible hallar una familia en la que casi todas sus mujeres se dedicaron con éxito a la actividad intelectual… ¡en el primer tercio del siglo XX!

 

A estas mujeres, las hermanas Barnés, se dedicó el acto de presentación de un libro sobre las intelectuales en el Madrid del primer tercio del siglo pasado. Tuvo lugar el 15 de abril de 2009, con la presencia de Adela, quien a sus 101 años, derrochaba una envidiable vitalidad, y de buena parte de los descendientes de sus hermanas. Ángela, la menor de ellas, de 97 años, por un inoportuno resfriado no pudo acudir al homenaje. “No se les ocurrió otra cosa que irse el otro día juntas de excursión”, señaló Pilar, hija de Dorotea, en alusión a sus dos tías.

 

Ángela Barnés González fue la única que no se dedicó a la ciencia química. Aunque reconoce que le encantaban las matemáticas y estaba muy dotada para ellas. Cuenta que su padre les hacía ejercicios de cálculo mental y los estimulaba a estudiar para tener algo en la vida. Les repetía:

 

Una herencia dividida por siete, coeficiente cero, así que a trabajar.

 

Ángela Barnés nació en Ávila, donde Francisco Barnés ejercía de profesor. Tras asistir al colegio, recibía clases particulares de la hija del lechero que llegó a ser una magnífica profesora. En 1918 la familia se trasladó a Madrid, al serle ofrecido al padre un puesto de profesor de Historia en el Instituto-Escuela. Allí estudió Ángela y así recuerda  a uno de sus profesores, Manuel de Terán, en un libro homenaje de 1984:

 

 Esperábamos la llegada del profesor de Historia y de Geografía en nuestra clase de tercero de Bachillerato, cuando entró mi padre para presentarnos a un jovencito con unos pocos años más que nosotras, la mayoría de trece años. Se lo había enviado a mi padre su querido amigo don Claudio Sánchez Albornoz, como el alumno más destacado de su curso.

 

Su timidez era muy acusada y las alumnas del Instituto-Escuela, en general, pecaban de lo contrario. Algo emanaba de nuestro profesor que, a pesar de su juventud, a pesar de su timidez, se nos impuso desde el primer día y seguíamos sus clases con la mayor atención. Tenía una voz suave, un excelente castellano casi poético. Nunca tuvo que levantarnos la voz porque le seguíamos con interés y disciplina.

 

El señor Terán nos hablaba como a estudiantes ya mayores animándonos a emprender trabajos de «investigación» y lo pongo entre comillas, dada nuestra edad. Uno de los primeros temas que nos propuso fue: ¿en qué época nos gustaría haber vivido y por qué? Elegida la época por cada una de nosotras teníamos que argumentar la razón de nuestra elección, desde el punto de vista histórico y científico. Para ello consultábamos, por primera vez, los libros que él mismo nos indicaba. Escogió los mejores trabajos presentados como temas de discusión para las clases siguientes, donde nos hacía intervenir a todas y el señor Terán completaba con explicaciones, para deshacer nuestros errores y ampliar nuestros conocimientos.

 

A los pocos años se fue al «Insti» de Pinar y lo perdí como profesor, pero seguía viéndole en casa de mis padres cuando venía a consultar algún libro o cambiar impresiones para preparar sus primeras oposiciones.

 

Terminada la pesadilla de los tres años, nos encantaba ir a su casa de General Oráa donde el señor Terán y la señorita Fernanda, tan querida de los párvulos, nos recibían con su proverbial simpatía. Allí encontraba el ambiente que con tanta nostalgia recordaba de la casa perdida de mis padres, llena de libros, de hijos y de buenos amigos.

 

Eran tiempos muy difíciles para todos, muy difíciles para nuestro profesor, pero gracias a su talento fue ganando cátedras y sillones de Academias y la estima que toda su obra merece.

 

A pesar de su talento, queda para nosotros, por encima de todo, el recuerdo de su bondad y modestia y entrega a la enseñanza.

 

La pesadilla de los tres años” es la expresión que escoge para ni siquiera nombrar la Guerra Civil, que les supuso a ella y a su familia la separación, el exilio y la depuración más crueles:

 

A  Ángela, a diferencia de sus hermanas mayores, le gustaba la Historia del Arte. Su madre había dicho que querría que alguno de sus hijos estudiara Letras, y ella decidió hacerlo a sus trece años. Ángela tuvo la suerte de coincidir con la brillante élite de intelectuales de la llamada Edad de Plata. Entre sus profesores estaban Ortega y Gasset, Zubiri, Sánchez Albornoz o Bartolomé Cossío.

 

 

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Entró a los diez y seis años en la Escuela de Estudios Árabes. Por consejo de Ortega y Gasset, Ángela se especializó en lingüística árabe. Recuerda con especial emoción el crucero universitario por el Mediterráneo de 1933 en el que conoció a Valle- Inclán. Visitaron Estambul, Egipto, el monte Athos, Roma… Las explicaciones de los profesores y las ricas experiencias del viaje las recogió en un diario.

 

 

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Al acabar la carrera, el padre no dejó que hiciese los cursillos que la capacitaban para ejercer la enseñanza en secundaria. Francisco Barnés temía que su hija pequeña, tan lista como las mayores, sacase, como habían hecho sus hermanas, el primer puesto. Siendo él ministro, la posibilidad lo incomodaba.

 

 

Ángela, aconsejada por Ortega y Gasset, fue a hablar con el mejor en su materia. Asín Palacios era un sacerdote, arabista y académico que no quería chicas entre sus discípulos. Decía que luego se casaban y se perdía todo el trabajo. Ángela llegó a él y lo convenció diciendo: “Pero, si soy muy fea… Yo no me voy a casar”. Él se rió y aceptó. Ángela obtuvo así -a pesar de ser mujer- una beca para trabajar como ayudante de Asín Palacios en la Escuela de Estudios Árabes.

 

Su profecía no se cumplió. En 1935 se casó con Francisco Bozzano Prieto, que había estudiado el Bachillerato también en el Instituto-Escuela. Bajo la dirección de Asín, Ángela hizo el doctorado sobre alquimia árabe. A sus 23 años, el 30 de mayo de 1936, defiende su tesis doctoral con sobresaliente. Mes y medio después, estalla la Guerra Civil y Ángela no puede ni recoger su título.

 

En la imagen se ve un libro con restos de metralla, testimonio de la pérdida y deterioro de los libros de la Biblioteca de Filosofía y Letras de Madrid, que sirvieron de barricada durante la Guerra Civil.

 

 

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El 16 de julio de 1936 se había reunido con su madre y abuela en Ávila para pasar el verano. Allí reciben la noticia de que uno de sus hermanos ha sido secuestrado por fuerzas franquistas. Exigen, para liberarlo, 25.000 pesetas para comprar un avión para las fuerzas rebeldes. Con ayuda de amigos y vendiendo objetos personales, consiguen 19.000.  Los secuestradores aceptan. Ella y su marido se van a San Lúcar inmediatamente. Su madre se refugiará en Ávila en un convento de clausura. Sólo volverían a verse en México y en Bruselas en el año 50. Su madre viajaba como apátrida porque nunca quiso pisar una embajada de Franco.

 

Pasó toda la Guerra Civil en San Lúcar de Barrameda con su familia política. Ahí tuvo a su primera hija en 1937. Tendría cuatro hijos más. Al acabar la Guerra, regresó a Madrid, y al igual que su hermana Dorotea, que también vivió durante el franquismo en España, nunca retomó su actividad profesional. Pero Ángela, por la profesión del marido, técnico comercial y economista del Estado vivió muchos años en el extranjero. De 1946 a 1956 en Bélgica, después siete años en Londres y seis más en Varsovia. El matrimonio regresó a Sevilla en el 75, y allí se jubilará su marido como representante del Ministerio de Comercio.

 

La familia Barnés -imagen de las dos Españas- quedó rota y desperdigada tras la guerra civil española. Sus padres y hermanos se exiliaron y continuaron sus carreras en México, como hemos ido viendo en las entradas correspondientes a las cuatro hermanas. Las hermanas Barnés representan también la diáspora de la intelectualidad española en el franquismo y el consecuente empobrecimiento de la estructura científica. A ello se une el desmantelamiento de la vida artística y académica, y la reclusión en el ámbito doméstico de mujeres brillantes y valiosas, que quedaron anuladas para siempre.

 

En 1972, Ángela solicitó que le fuera entregado el título que no pudo recoger en 1936. Se le contesta que no es posible porque ha sido destruido. Ella solicita entonces uno nuevo, y se le concede. Pero el destino guardaba una sorpresa para Ángela. En 2008, se celebró el 75 aniversario de la inauguración de la Facultad de Filosofía y Letras de la Ciudad Universitaria de Madrid en 1933. Y el rector le entregó a Ángela, 72 años después, su título original. El documento no se había destruido -también ahí le mintieron-. Fue encontrado en un archivo de La Facultad de Filosofía. “Ahora tengo dos títulos”, afirmaba orgullosa una Ángela vital y emocionada de 96 años.

 

 

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Ángela Barnés González falleció en 2010. Tenía 98 años.

 

Sólo hay una hermana viva, Adela. Pero el recuerdo de estas cuatro mujeres perdurará siempre como un ejemplo de lo que puede lograr una familia que educa en igualdad, y una sociedad que respeta a las mujeres y les permite desarrollar sus capacidades. Desperdiciar el caudal de talento de la mitad de la humanidad solo cabe en mentes estrechas e intolerantes.

 

Ojalá el ejemplo de estas cuatro hermanas y su familia sirva para que no toleremos nunca más que se repita la historia de una infamia.

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