Damián Abarca Martínez trabajaba en la antigua Sombrerería Moreno (junto a Ferragud). Cuando se enamoró de la hija del propietario, tuvo claro que quería abrir su propio negocio con ella. Eran los primeros años 30 del siglo XX y tras casarse, Damián y Vicenta Moreno Gracia se embarcaron de la mano en su nueva aventura personal y empresarial, una camisería y sombrerería a la que llamaron ‘El Cisne’.
No eran años fáciles aquellos y Damián salió de España en un viaje que le llevaría a Londres, Estados Unidos y, finalmente, a Venezuela, donde también fundó su propio negocio, una camisería llamada ‘Olimpia’. Su nieto, y actual propietario del negocio familiar, destaca que su abuelo creó un «patronaje perfecto» para las camisas. Aún conservo camisas sin estrenar de hace 65 años, y están impecables”.
Durante la ausencia de Daimán, Vicenta quedó al cargo de la tienda y de sus dos hijos Palmira y Damián. Y con el tiempo, fue ampliando su producto con trajes de baño y algunos detalles de regalo. Unos pocos años después, Damián hijo viajó a Venezuela para trabajar junto a su padre en la fábrica, y pasaron varios años trabajando duro. No fue hasta los años 60 cuando por fin decidieron regesar a España, y lo hicieron con la tercera generación ya de la mano, que además del nombre, Damián, también mantiene el negocio familiar.
La década de los 60 fue la del ‘boom’ del turismo nacional y también francés. Y El Cisne supo adaptarse incorporando detalles tipo ‘souvenir’, como bisutería, abanicos y otros regalos. Eso supuso un impulso fuerte a la empresa que, lejos de acomodarse, siguió renovándose y se encaminó hacia la venta de juguetes en las campañas navideñas. Por entonces, la tienda se encontraba en la calle Mayor, esquina Beneficencia, antiguamente conocida como ‘Casa El Purísimo’, que hacía los cirios para iglesias. La compra del local es curiosa, ya que sufrió un tras el paso del cometa Haley que dejó cuantiosos daños que obligó a la familia Mascarella, propietaria del edificio, a vender. Y esa oportunidad la aprovecharon los hermanos Abarca.
ACTUAL GENERACIÓN
Damián (nieto), como ocurre en los negocios que alcanzan varias generaciones, pasó su parte de su infancia en la tienda. Jugaba, pero bien pronto empezó también a echar una mano. “Siempre me ha gustado. Tenía unos 14 años y me encantaba estar en el local. Al casarme, entré a formar parte de la plantilla como empleado y, poco a poco, me introduje más en el negocio». Y así lo hizo hasta que llegó el momento de la jubilación de la segunda generación, Damián (hijo) y Palmira.
Coincidió con el derrumbre del edificio donde tenían la tienda, lo cual supuso un punto de inflexión. «Yo era el hermano mayor. Mi hermana Rosa (Abarca), ni tampoco mis primos, querían hacerse cargo de la tienda. Unos estaban estudiando y el resto tenía otros proyectos, así que decidimos que yo continuaría al frente del negocio». Y fue entonces cuando se trasladó al local de la calle San Pascual, donde contin´ñua 30 años después. Curiosamente, ese local también era de la familia, «de mi otro abuelo».
Y con él se fue también el emblema de la tienda, el icónico cartel original que fue pintado por Gonzalo López Rancaño, uno de los discípulos de Joaquín Sorolla. Damián muestra y conserva con orgullo uno de los grandes tesoros sentimentales de la familia que guarda en su tienda, «que a pesar de los años se conserva muy bien».
La tercera generación inicia una nueva etapa que retrocede un poco y vuelve a los orígenes. Ahora, está centrado en complementos y bisutería pero. sobre todo, especializado en tocados, «seguramente he heredado alguna habilidad de mi bisabuelo (sonríe)”.
CAMBIOS
Durante los cerca de 80 años que esta firma lleva en pie, los cambios en su día a día han sido vertiginosos. Pasaron de recibir en la trastienda a los comerciales que llegaban con granes muestrarios a adquirirlo prácticamente todo a través de internet. «Quedan ya muy lejanos aquellos en que íbamos a visitar las fábricas y volvíamos con la furgoneta llena. Aunque eso sí, intentamos siempre que nuestro género será nacional».
Sin renunciar a su esencia, ‘El Cisne’ intenta diversificar su oferta y también incorpora ropa, “este año mas casual y muy playera porque con la pandemia las bodas y comuniones o fiestas de pueblos está parado”. Un año duro, confiesa, que como a tantos pequeños negocios ha marcado pero que, con la experiencia de tres generaciones y el saber hacer de 8 décadas de esfuerzo, poco a poco va recobrando vida.
DE UN NEGOCIO CENTENARIO A OTRO QUE CUMPLE 50 AÑOS
Si hablamos de regalos, complementos y bisutería, en Gandia hay también otro nombre con historia. Buda empezó en el Pasaje Brunel de la mano de Salvador Aracil y Paco Espert. Corría el año 70. Por aquel entonces, solamente estaba ‘El Barato’ que vendía productos de cerámica y El Cisne, Helios y Capriz, que vendían bisutería.
En esa época, y ante la escasa oferta de esos productos, lo habitual era que las clientas entraran a la tienda y eligieran la pieza más original, no preguntaban ni el precio: “Vendíamos lo más selecto de bisutería italiana y francesa”, recuerda Paco. Poco queda de esos hábitos. Mientras antes se buscaba la pieza para toda la vida, ahora la gente joven sigue las tendencias del momento y, sobre todo, “que no sea caro. Incluso la gente mayor quiere un buen producto, pero que no sea caro. Por eso hay tanto producto que llega de China y quedan muy pocos fabricantes españoles que puedan competir con esos precios”.
Hasta hace tres años Paco se encargaba de la tienda, siempre con Salvador a su lado. Eran un tandem. Tras su jubilación, la nuera de Salvador, Gela Mascarell, fue la sucesora al frente del negocio, que ya llevaba allí trabajando desde los 19 años.
La buena cerámica o porcelana tenía el sello de Valencia. “Vendíamos figuras de Lladró sin parar, era un gran fuerte en nuestro local de la Calle Mayor. Ahora se vende de vez en cuando una pieza, pero casi nada”, recuerda Gela.
Del Pasaje Brunel Buda se trasladaron hace 38 años a la Calle Mayor y aquello supuso un boom. “Recuerdo que en ese local éramos cuatro o cinco despachando y no parábamos. La gente entraba continuamente, era otro mundo”, agrega Gela. Llegaron a vender collares de hasta 100.000 pesetas (600 euros), vendían bisutería de Christian Dior y Valentino. «Un pendiente de 5.000 pesetas era baratísimo, hoy al cambio pedir 30€ es carísimo».
También a ellos les tocó sobrevivir a la crisis de 2008, «fue terrible pero a pesar de los duros momentos vividos, siempre supimos que lo superaríamos. Pero ahora nos ha llegado la Covid». Paco y Gela reconocen que han sido unos privilegiados porque, a pesar de las crisis que mermó sus ventas hasta un 30%, continuaron en marcha. “Nosotros nunca tuvimos días en que no entrara nadie, siempre hubo movimiento”. Y por ello se muestran agradecidos.
Pero las repercusiones son innegables, al ser también uno de esos negocios que se centra mucho en eventos sociales. “La gente no sale, no han habido fiestas y nosotros trabajamos mucho con los pueblos. Siempre había un chal, un pendiente o una bolso que comprar para una boda o comunión, pero todo se paró. Tampoco esas cenas de amigos que propiciaban un ‘me compro unos pendientes para el vestido que voy a estrenar’, todo desapareció”.
Paco está jubilado, pero todos los días se pasa por el negocio y acompaña a Gela en su adaptación a la actual situación. En su memoria quedan aquellos tiempos en lo que algunas clientas le comentaban que se dejaban convencer por él, que era un gran vendedor y aconsejaba muy bien porque nunca intentaba vender algo que a él no le agradara. Ahora la clave «es mantener los precios, aunque ganemos menos, pero seguimos ofreciendo calidad y dar ese toque que no se encuentra en otro sitio”.