El sector de la pesca arrastra desde hace años una crisis alimentada por diferentes motivos que está causando de forma directa la desaparición paulatina, y si no se aportan soluciones, de forma definitiva, de la flota y sus profesionales. La tendencia se observa en toda la costa valenciana, y La Safor no es una excepción. Al igual que ocurre con el abandono de tierras de cultivo, sobre todo de los cítricos, cada año son menos las barcas que salen a faenar.
El cambio climático, con temporales cada vez más fuertes, la fuerte competencia, legislación estricta y exigencias cada vez más difíciles de cumplir y este año, la pandemia del Covid, son sólo algunas de causas que han provocado “un año muy duro y muy malo para todos nuestros pescadores”, según Enrique Ferrer, secretario de la Cofradía de Pescadores de Gandia.
El repaso de 2020 arranca con la borrasca Gloria que dejó en tierra a los profesionales durante días. Pasado el temporal, pudieron salir pero el mar aún estuvo revuelto durante un tiempo.
En marzo llégo el coronavirus y con él, un largo confinamiento que cerró de golpe restaurantes y hoteles. Teniendo en cuenta que son los principales compradores del pescado de la lonja, la demanda se desplomó y con ella, los precios. Sin pescado que vender, la mayoría optó por no salir del puerto. Apenas había salida para un pequeño porcentaje del producto, porque hasta el consumo local se redujo las primeras semanas del confinamiento, cuando la mayoría hacía la compra para 1 ó 2 semanas. Ahí, el producto fresco no tenía mucha cabida. Había poco, y se acababa pronto.
Las consecuencias económicas para el sector marino fueron tan evidentes y demoledoras como en otros sectores. “Se nos consideró servicios esenciales, pero no teníamos a quién servir”, recuerda Ferrer. La pandemia continúa, más viva que nunca desde Navidad, pero la actividad se ha ido recuperando. Al menos, en este sentido.
Este año también ha fallado una de las apuestas seguras, la captura de sardinas y boquerones. Estos pescados azules son de los más abundantes en esta zona, sin embargo este año, “no sabemos muy bien por qué, las capturas han sido bajísimas durante todo el año. Por alguna razón, este año no han llegado hasta aquí los bancos de peces”.
NORMATIVAS
También entran en juego los otros factores estructurales de los que adolece la pesca. Entre ellos, las normativas, legislaciones, exigencias y restricciones “que nos imponen desde un despacho en Bruselas, sin tener en cuenta de la realidad de cada zona”, explica el portavoz de la Cofradía. Con ello se refiere, en primer lugar, a la orden ministerial de reducir la jornada laboral de las barcas de arrastre en un 40% antes de 2025, aprobada el año pasado. Esto es, que salgan a trabajar casi la mitad de días al año.
Alegan una sobreexplotación marina y la necesidad de regeneración de especies, además de daños a las praderas de posidonia. “Pero sólo tienes que ver el número de barcas que quedan para darte cuenta de que esa no es la razón. Hay muchos factores que influyen, por ejemplo, vertidos al mar, caudales ecológicos, el cambio climático, la pesca deportiva, la regeneración de playas… Mil factores que influyen en el estado del mar, pero lo más fácil es atacar la pesca. Queremos que se tenga en cuenta la opinión de los científicos, por supuesto. Somos los primeros interesados en hacer las cosas bien. Pero también se nos debería escuchar a nosotros que somos los que salimos cada día al mar”, protesta Enrique Ferrer.
En Gandia hay actualmente cinco barcas de arrastre (eran más de doble hace una década) y suman apenas 25 en toda la provincia de Valencia. Con esta nueva orden, ya en 2020 se redujo la jornada un 10%. Este año, se espera otra bajada de 7,5%. Si una barca de arrastre trabaja 200 días, el año pasado quitaron 20. Este año, otros 15. Y en 2025 tendrán que haber bajado 80 días, lo que deja únicamente 120 días al año para trabajar, un tercio de los 365 días que tienen los 12 meses. “Eso es inviable. No pueden obviar las consecuencias socioeconómicas de esas medidas que toman en un despacho”.
Y si a esas dificultades, se suma el casi impensable relevo generacional, la sentencia de muerte está dictada. “Es una vida muy dura y además cada vez nos ponen más obstáculos. En 10 o 15 años, se acabará la pesca si las cosas no cambian. Y no sólo en Gandia”, afirma el secretario de la Cofradía.