El puente solidario que une corazones y destapa vergüenzas

En medio del lodo y la desolación, en Valencia surgió un puente. No es un puente cualquiera de acero o cemento, sino uno construido con los brazos, el corazón y las manos de un pueblo que, una vez más, se ha remangado para salvarse a sí mismo mientras las autoridades miraban hacia otro lado.

Ese puente solidario tiene pilares humanos, personas que, cuando más las necesitas, cruzan contigo al otro lado, te arropan y te devuelven la esperanza. Sus manos consuelan, barren el barro, sujetan lágrimas, limpian heridas y levantan lo que el agua arrasó. Estas son las manos de quienes, sin conocerte, se ponen a tu lado, hombro con hombro, para reconstruir, para dar refugio, para gritar justicia.

Mientras tanto, las otras manos, las de quienes llevan la responsabilidad de actuar, parecen haberse quedado cómodamente limpias. Limpias de barro, pero también limpias de acción, de empatía y de soluciones. Una vez más, ha sido el pueblo quien ha salvado al pueblo.

Al día siguiente de la tragedia, el ya famoso puente se llenó de decenas de miles de voluntarios. Gente de todas partes, jóvenes y mayores, que dejaron su vida a un lado para ayudar a quienes lo habían perdido todo. Sin preguntas, sin excusas, sin esperar aplausos. Allí estaban, con botas de agua, la impotencia hasta el cuello y el corazón por delante.

¿Y los de siempre? Los gobernantes, sin importar el color de sus siglas, parecían atrapados en el fango de la burocracia, en el ruido de los despachos y en la maquinaria de las excusas. ¿Dónde estaban cuando más se les necesitaba? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que fueron los voluntarios los que llegaron primero.

Este país, tan acostumbrado a sus propios conflictos y divisiones, volvió a demostrar que en la adversidad surge lo mejor de su gente. Juventud, mayores, desconocidos, todos unidos por un solo propósito: ayudar. No importaban las banderas ni las ideologías, porque el dolor no tiene colores y la solidaridad tampoco.

Sin embargo, mientras admiramos esta inmensa muestra de humanidad, no podemos permitirnos olvidar a quienes siguen en el barro, literal y emocionalmente. Sus pérdidas son irreparables: familias, recuerdos, hogares. Su dolor persiste, aunque las cámaras ya se hayan apagado.

No es momento de permitir que esta tragedia se diluya en el olvido, como tantas otras. Es el momento de exigir responsabilidad. No basta con buenas intenciones; hace falta acción. Y quien no la dio cuando la tuvo que dar, es hora de que den un paso al frente… y se vayan.

Este país, ha demostrado que tiene un corazón que late con fuerza, pero también un sistema que necesita una profunda revisión. Porque en un país donde el pueblo siempre termina salvándose a sí mismo, es inevitable preguntarse: ¿para qué necesitamos líderes que no lideran?

No olvidemos a los que sufren ni a los que luchan. Recordemos, una y otra vez, que allí, en esos pueblos arrasados, sigue el dolor. Y mientras las botas de agua sigan manchadas de barro, las manos solidarias seguirán siendo el único puente capaz de sostener a los que han perdido todo.

Iñaki Leonard

Un Gallego acogido en una Comunidad maravillosa

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