¿La Iglesia católica? El mejor invento de Dios

Durante la Semana Santa – intensamente vivida desde nuestras tradiciones cristianas – hemos celebrado la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Fijaos bien que he utilizado el verbo «celebrar». Si los cristianos simplemente recordásemos los acontecimientos de la Historia de la Salvación, estaríamos reduciendo el mensaje de Jesús a una mera filosofía, ideología, revolución… Los cristianos no sólo recordamos los acontecimientos que son causa de la Salvación, sino que también los revivimos y actualizamos, es decir, los rememoramos (“Haced esto en memoria mía” (Lc 22, 19)… y Cristo se hace cada día presente en la Santa Misa). 

Seguimos en el tiempo de Pascua, lo haremos hasta el día en que celebremos la fiesta de Pentecostés (domingo 19 de mayo del presente año). En este tiempo de Pascua el signo litúrgico es el Cirio Pascual, recuerda que Cristo ha resucitado. Así como este cirio ilumina la Palabra y el Altar durante la celebración eucarística, también Cristo ilumina nuestras vidas.

 “Sabemos ya lo que anuncia esta columna de fuego, que arde en llama viva para la gloria de Dios. Y aunque distribuye su luz, no mengua al repartirla, porque se alimenta de cera fundida que elaboró la abeja fecunda para hacer esta lámpara preciosa” (texto del Pregón Pascual), así lo cantamos la Noche Santa de Pascua señalando el Cirio Pascual. Cuando nosotros encendemos una vela, ésta ilumina la parte de alrededor. Cuando más grande es la vela y el fuego es mayor, mayor será la luz. Sin embargo, cuando repartimos el fuego con varias velas, parece que esa luz vaya disminuyendo, y al juntar las velas o juntarnos unos con otros con las velas encendidas, dónde había oscuridad hay luz. Así ocurre con la Iglesia y los cristianos. Estamos llamados como Cristo a ser luz en medio de los hombres. 

Muchas veces podemos pensar que nuestra luz no es suficiente, pero cuando vemos y contemplamos la acción de la Iglesia en medio del mundo, no sólo iluminamos al mundo, sino que también damos gloria a Dios (así lo cantamos en el Pregón Pascual). Puede ocurrir también que pasando el fuego de cirio en cirio se nos apague. Sí, los cristianos somos pecadores y podemos ocultar la presencia de Dios en nuestras vidas (por ello nos confesamos). El viento, una mala posición de la vela o incluso un cirio defectuoso, puede hacer que la luz se apague. Lo mismo ocurre con nosotros los hombres. Cualquier circunstancia puede ocultar esa presencia de Dios en nuestras vidas. 

Será la gran vela de la luz pascual la que ilumina y señala la presencia de Dios en la liturgia y en la vida humana. Pero será también la unión de toda la Iglesia la que brillará e iluminará toda la oscuridad del mundo. “El mundo que andaba en tinieblas vio una gran luz” (Is 9, 2).

Esa luz se ve en el trabajo que realizan miles de sacerdotes dedicándose con cuidado de las parroquias: catequesis, liturgia, sacramentos, acompañamiento, administración, gestión, solidaridad… No podría sostenerse una vida sacerdotal sin la presencia de Cristo y sin una profunda comunión con la Iglesia.

Esa luz también se observa en todos los proyectos que emprende y sostiene la Iglesia: el mantenimiento del patrimonio; el esfuerzo en educación desde los centros que son de su pertenencia (colegios, universidades…); las acogidas en residencias (ancianos, universitarios, familias, mujeres, indigentes, prostitución, drogadicción, niños…); la manutención y sostenimiento cultural (fiestas, tradiciones, obras de arte…); la eficacia en los centros sanitarios (residencias, hospitales, clínicas…); la lucha contra las desigualdades de la sociedad (mujeres maltratadas, mujeres tentadas a abortar o que han abortado, apoyo a los inmigrantes, la lucha contra el mundo de la trata, rescate del pobre, promoción de la paz y de la justicia…), pero por encima de acciones que son casi innumerables, pienso en los diáconos, religiosos y religiosas, consagrados y consagradas, los/las catequistas, agentes de liturgia, voluntarios de las diversas Caritas, patronos de fundaciones, profesores, investigadores, médicos, celadores, docentes, secretarios, administradores, fotógrafos, guías de turismo, economistas, abogados, políticos, obreros, restauradores, pintores, escultores, arquitectos, periodistas, directores de comunicación, informáticos, diplomáticos, agentes de seguridad, ingenieros, campaneros, voluntarios de limpieza, diseñadores o diseñadoras, floristas, sacristanes, orfebres, electricistas, militares… ¡Hay tantos clérigos y laicos comprometidos hoy con la acción de la Iglesia! ¡Hay tantas funciones que se ejercen desde una simple parroquia! Todos ellos, junto al Papa y los obispos, ayudan a llevar la tarea que Cristo nos ha encomendado: “id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16, 15-18). Todos ellos son luz para el mundo, y juntos iluminan el mundo con su acción y misión evangélica.

Si hemos comenzado el tiempo de Pascua con la luz pascual. En medio de este tiempo se nos invita de nuevo a contemplar la Cruz. Pero esta vez no será una cruz de madera o con un Cristo crucificado. La Cruz está vacía… En medio de la alegría pascual, es momento de adornarla con flores. 

El 3 de mayo es tradición celebrar en la Iglesia la fiesta de la “invención” de la Santa Cruz. “Invención” en este sentido significaría “descubrimiento”. Recordamos que Santa Elena habría descubierto en Jerusalén la Cruz del Señor. 

En la evangelización de América, esta fiesta sirvió para enseñar que la Cruz no es un signo que exprese dolor y muerte, sino de Salvación. Nosotros, cuando hemos contemplado en Semana Santa las imágenes de Jesús sufriente o muerto, no hemos exclamado: “¡qué horror!” Sino que, quizás hemos dicho: “¡qué imagen más preciosa!” Hacemos esta exclamación, porque entendemos que en esa representación escultórica está la Vida Eterna. La fiesta de la “invención” de la Santa Cruz sirvió para que, desde la alegría y el júbilo, desde el decoro con flores y plantas, contempláramos lo que Cristo ha hecho por nosotros: abrirnos las puertas del Cielo. Ante la carencia de materiales para elaborar buenas imágenes, los misioneros se las ingeniaron para construir el signo que iba a ser crucial en su predicación.

Hoy son bastantes pueblos los que honran y veneran por estas fechas una Cruz o un Crucificado. Como también son muchos los pueblos que siguen la tradición de esta fiesta erigiendo cruces florales por las calles y plazas.

Contemplar esta Cruz con flores nos puede llevar a pensar que en la vida nos va mejor si hay alegría. Al igual que con las velas iluminamos la oscuridad de la noche, con la conjunción de las flores, somos capaces de crear algo bello. Para un no creyente, contemplar la Cruz seguro que será algo horroroso y escandaloso. Si a ese no creyente le hacemos la Cruz con flores, no creo que diga que es un horror o un escándalo, sino le puede resultar bello. La labor de la Iglesia consiste en mostrar la belleza que emana del Evangelio. La belleza de la vida humana, la belleza del trabajo, la belleza de la entrega, la belleza de la solidaridad, la belleza de la familia, la belleza de la libertad, la belleza de la vida en Dios.

Me decía un sacerdote bastante anciano que conocí en Roma: “cuando más conoces a la Iglesia más la quieres, pero mayores son tus enfados por ella.” Lo decía porque él amaba profundamente a la Iglesia y veía cosas que no le gustaban o le escandalizaban. Eran los años que proliferaban en la esfera pública los casos de abusos por parte de sacerdotes.

Mi querido lector, a todos nos duele los pecados de la sociedad, mucho más los de los miembros de la Iglesia. Tenemos el deber irrenunciable de anunciar a Cristo y este crucificado, escándalo para los judíos y necedad para los gentiles (Cf. 1 Cor 1, 23), y cuando alguno de nuestros miembros no es fiel a la Palabra que dice profesar, mayor es el dolor. Sin embargo, ante todo ello no nos amedrentamos, pues el cura sigue abriendo y cuidando su iglesia, el catequista enseñando, y así… todos y cada uno de los cristianos. 

Es verdad que por anunciar el Evangelio nos echarán en cara los pecados de nuestros hermanos (o quizás los nuestros) y nos atacarán por nuestras palabras (piensa que a Cristo lo crucificaron por ello). Al apóstol Pablo le acusaban constantemente que había matado cristianos, no negaba su pecado, sino que anunciaba con más fuerza su conversión. 

A pesar de que en estos días se empeñen en mancillar una vez más la enorme labor que realiza la Iglesia, legislando de forma sectaria e ideológica, sin pensar en el bien común, y teniendo un criterio bastante arbitrario del Derecho, sigamos anunciando el Evangelio sigamos amando profundamente a la Iglesia. Seamos Pascua para el mundo y no temáis a los que pueden matar el cuerpo no el alma (Cf. Mt 10, 28). Pido al Señor que la belleza del Evangelio se siga manifestando en nuestras obras. Tenemos tantos motivos por los que estar orgullosos de nuestra Iglesia, si es que, es el mejor invento que tuvo Dios para con el ser humano. 

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