Como explica Joaquín Estefanía en su último libro, Reaccionarios. Cincuenta años de rebeldía (1968-2018), la ola política que afecta al mundo es más reaccionaria que conservadora, con evidentes tics fascistas -añado yo- como, por ejemplo, la consideración de la “unidad de la patria” como bien superior y, en consecuencia, por encima de todo y de todos. Esta peste, que se extiende por Europa y América como el chapapote en el mar, ha llegado también a España (donde, en realidad, nunca había sido erradicada) con “el trifachito” andaluz, como se ha bautizado a esa “coalición de perdedores” que decían antaño -no hace tanto- los adalides de que gobernara la lista más votada. A escala local, nosotros ya hemos conocido sus métodos chulescos y resultados desastrosos durante la legislatura infame del peor alcalde que ha tenido Gandía.
Estos nuevos reaccionarios disfrazados de ultraliberales (más “ultras” que “liberales”) tienen una idea muy peculiar de la Libertad, cuyos límites hacen coincidir exactamente con los de sus ideas o los del negocio propio, lo que les permite incluso vender viviendas subvencionadas a fondos buitres sin torcer el gesto. Virtuosos de la ley del embudo, la libertad que ellos defienden es siempre en provecho propio y así, por ejemplo, tapan el ideario de centro (que coarta la libertad de cátedra) con su reivindicada libertad de elección de centro docente En cuanto acceden al poder nos meten la Ley Mordaza y, con ese cinismo que los caracteriza, los mismos que en su día votaron contra la constitución se permiten hoy repartir carnets de constitucionalidad.
Nuestros “ultracentristas” (más “ultras” que “centristas”) abominan del concepto Igualdad como evidencia, por ejemplo, su furibundo rechazo al feminismo, o sea, la aspiración a la igualdad entre hombres y mujeres. Esta actitud cavernícola hace pensar que muchos de estos machotes, que también son homófobos y se consideran “muy españoles”, padecen de ginefobia (miedo a las mujeres) y recurren a la violencia, el argumento de los impotentes, porque es el único código que entienden. La libertad sin igualdad es pura demagogia, de la misma manera que no puede haber justicia social si no hay una verdadera igualdad de oportunidades. ¿Pero cómo explicar esto a quienes abonan la corrupción mientras recortan servicios públicos y sólo pueden presumir de patriotismo?
La Fraternidad, en fin, la practican únicamente con los suyos, pues hacerlo con los que están por encima se llama sumisión y, cuando lo que pretenden es obtener algún beneficio de alguien, eso es puro parasitismo codicioso. Estos reaccionarios, que amenazan nuestras libertades y abominan de la igualdad, han sido siempre sumisos con el poderoso y crueles con el débil, como quedó inmortalizado, por ejemplo, en la famosa escena del “trío de las Azores”, donde –por cierto- el más inútil de los tres es el único que aún no ha pedido perdón por sus mentiras y sigue pontificando, a sueldo de R. Murdoch, con aires de predicador estreñido.
La peculiar Fraternidad de estos autodenominados “reformistas de centro” (que han acabado en el “trifachito”) se mueve, pues, entre el pragmatismo y el egoísmo y se emplaza, por tanto, en las antípodas del cristianismo del que presumen pero no practican. Son la viva imagen de lo que el Evangelio llama “sepulcros blanqueados” (y no sólo por lo mucho que blanquean, que también).
Presumen de convicciones sólidas porque confunden ideología con fanatismo, identifican la duda (que es el germen de la ciencia) con debilidad y, así, creen que el humanismo cristiano es lo mismo que la fe del carbonero o que la caridad ocasional es suficiente para enjuagar su conciencia y tapar la justicia social. ¿Cómo se puede compatibilizar la defensa a ultranza de la fraternidad universal de los hijos de Dios –incluidos los extranjeros pobres, de piel oscura- con la xenofobia de que hacen gala estos piadosos reaccionarios, que además presumen de patriotas? El Evangelio es también muy claro en este punto: “el que no ama a su hermano, a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios, a quien no ha visto?” (1Juan 4:20).
No espero nada bueno de estos embaucadores, que en realidad sólo creen en sí mismos. Pero sus seguidores de buena fe deben saber que la xenofobia es no sólo injusta y cruel sino también anticristiana, por muy bendecida que pueda estar; que “el patriotismo es el último refugio de los canallas” (Samuel Johnson) y que lo primero no es América ni los españoles; lo primero, muy por encima de todas las banderas, somos las personas.