Me crié entre palabras. Se caían de la mesa de la cocina al suelo, donde yo estaba sentado: abuelos, tíos y refugiados se las lanzaban unos a otros en ruso, polaco, hebreo, francés y lo que pretendía ser inglés en una competitiva cascada de aseveraciones e interrogaciones. […]Pasé largas y felices horas escuchando a aquellos autodidactas de Centroeuropa discutiendo hasta altas horas de la noche: marxismo, sionismo, socialismo. Me parecía que hablar era lo que daba su pleno sentido a la existencia adulta. Nunca he dejado de percibirlo así.
Así comienza el hermoso capítulo XVII del libro de Tony Judt El refugio de la memoria.
Su autor estaba ya muy enfermo, y la terrible ELA (esclerosis lateral amiotrófica) mermaba sus capacidades físicas, pero no las mentales que funcionaban a pleno rendimiento en un cerebro encarcelado literalmente en su cuerpo. Durante sus últimos meses de vida, escribir estas piezas le permitió volar libre a través de las palabras.
Y, más adelante, escribe:
En un mundo de Facebook, MySpace y Twitter (por no hablar de los mensajes de SMS) la concisa alusión sustituye a la exposición. Donde parecía que Internet era una oportunidad para la comunicación sin límites, el sesgo cada vez más comercial del medio -“soy lo que compro”- trae consigo su empobrecimiento. En la generación de mis hijos, la taquigrafía comunicativa propiciada por su ‘hardware’ ha comenzado a calar en la comunicación misma: la gente habla como los mensajes.
Cuando las palabras pierden su integridad, también lo hacen las ideas que expresan. Se contaminan. Y eso debiera preocuparnos mucho.
He recordado estas palabras en el inicio de esta campaña bronca, polarizada y muy lejos de lo que debe ser el sereno debate de ideas.
El libro de Judt se publicó en 2011 y hoy, ocho años después, tenemos que agradecerle a su autor su lucidez tristemente profética.
El presidente de Estados Unidos gobierna, amenaza y critica por Twitter. Los líderes mundiales emiten sus mensajes en 280 caracteres. Y en esta campaña electoral los partidos tradicionales y los que se dicen nuevos airean en las redes sus discrepancias y sus acuerdos, cuando no sus ataques inmisericordes. Sólo habría que sustituir hoy en las palabras de Judt el ya obsoleto SMS por WhatsApp, lo que demostraría la velocidad del cambio y la volatilidad de los medios actuales. El resto es perfectamente válido.
Pero, lo que más estremece del capítulo citado, titulado “Palabras”, es su conclusión. Primero, por venir de un ser humano privado de la capacidad de hablar, privado de la posibilidad de transmitir su pensamiento porque la enfermedad ha roto la conexión entre su cerebro y su lengua. Pero sobre todo, por definir tan clara y acertadamente la situación que vivimos en estos tiempos oscuros:
Más que padecer la aparición de la neolengua, nos amenaza el auge de la no-lengua. Soy más consciente de estas consideraciones ahora que en cualquier tiempo pasado. Víctima de un trastorno neurológico, estoy perdiendo rápidamente el control de las palabras a pesar de que mi relación con el mundo se ha reducido a ellas. […] Mi músculo vocal, que ha sido durante sesenta años mi fiable ‘alter ego’, está fallando.
Aunque ahora soy más comprensivo con quienes se ven obligados al silencio, sigo mirando con despreció el lenguaje confuso. […] aprecio más que nunca lo vital que es la comunicación para el bien común: no sólo el medio mediante el cual vivimos juntos, sino parte de lo que significa vivir juntos. […]Si las palabras se deterioran, ¿qué las sustituirá? Son todo lo que tenemos.
Las palabras de Judt son emocionantes por todo lo que tienen de fuerza de un ser humano excepcional en momentos difíciles y dramáticos en los que es consciente de su final.
Y su mensaje es ejemplar para todos aquellos que en este tiempo oscuro se resignan sin luchar, a la desaparición del diálogo, del compromiso, de la solidaridad, de la resistencia, de la dignidad, de la pelea por aquello en lo que se cree.
El libro entero es el testamento vital de un hombre íntegro, que nos devuelve la esperanza en el ser humano, en la humanidad perdida y en la palabra.
Palabras que unen, palabras que comunican, palabras que nos permiten transmitir nuestro pensamiento para hacerlo llegar al otro y convivir. Palabras que nos humanizan, palabras que nos definen, que nos presentan, que nos ayudan a llegar al otro.
¿Qué las sustituirá si nos las arrebatan, si nos las pervierten, si las privan de su capacidad de representar la realidad que nos rodea y sirven para crear una nueva realidad a la medida de quienes las retuercen en favor de sus deseos?
¿Qué quedará de la convivencia, de la comunicación, de la argumentación, del contraste civilizado de opiniones, del debate que enriquece y del análisis clarificador?
Estamos rodeados de palabras, ahogados en palabras, agobiados por palabras… Pero, ¿qué o quién domina esas palabras? ¿Significan lo que dicen o crean nuevas realidades? ¿Estamos, como dice Judt, en la época de la no-lengua, que es la época del no-pensamiento, de la no-reflexión y de la no-comunicación?
No permitamos que nos roben también las palabras. Porque nos robarán con ellas nuestra humanidad. Nos arrebatarán la capacidad de poder vivir juntos.
La sana confrontación de ideas y el diálogo son la base de la democracia. El insulto, la traición, las malas artes en la sombra solo son el camino más corto a la intolerancia y el totalitarismo neofascista.